La sombra de la Ruta de la Seda

Península. Barcelona (2007). 430 págs. 20 €. Traducción: Rosa Pérez.

TÍTULO ORIGINALThe Shadow of the Silk Road

GÉNERO,

“Un viaje es fruto de la esperanza y el instinto, de una embriagadora convicción”, escribe Colin Thubron (Londres, 1939), autor de unos cuantos títulos fundamentales de la literatura de viajes. Son libros que buscan captar el estado de ánimo y la idiosincrasia de los pueblos que recorre más que describir sus encantos turísticos. Así lo ha hecho, con una indiscutible calidad literaria, en Entre rusos (Aceprensa 154/01), El corazón perdido de Asia (Aceprensa 105/98) y En Siberia (Aceprensa 26/01), algunos de sus libros más conocidos.

En esta ocasión, Thubron recorre la Ruta de la Seda en un viaje de más de once mil kilómetros que discurre por países asiáticos que ya había visitado en otras ocasiones. Esto le da pie para comprobar los cambios que se han dado y las cicatrices de algunas recientes guerras, como es el caso de Afganistán, Irán y también del pueblo kurdo. Thubron, que recorrió estos territorios después de la invasión de Irak por parte de Estados Unidos, sabe que seguir hoy la Ruta de la Seda es “seguir a un fantasma”, adentrarse por un cambiante calado de arterias y venas. “Discurre por el centro del Asia, pero oficialmente ha desaparecido, dejando tras de sí el sello de su perpetuo movimiento: fronteras irreales, naciones que no constan en el mapa”.

La primera parte de su viaje trascurre en China, desde Xi’an a Kashgar, cerca del Tíbet y en pleno territorio de los uigures. Thubron comprueba en directo los acelerados cambios que se están dando en la sociedad china, aunque todavía se mantienen unas abismales diferencias entre las ciudades y la vida rural. La mirada de este autor nunca es prepotente ni erudita; se acerca a estos destinos de la mano de muchos de sus lugareños, con los que mantiene entrañables conversaciones.

En China comprueba las cada vez más marcadas diferencias generacionales, la obsesión de los jóvenes por todo lo nuevo que viene de Occidente y el deseo de los mayores por olvidar la reciente y trágica historia de China. La misma actitud observa en los habitantes de las antiguas repúblicas soviéticas, hoy independientes, que prefieren no recordar lo que han vivido durante el comunismo, aunque hay quien añora el orden y la escala de valores soviéticos. Pero esto, en Thubron, no son teorías más o menos abstractas sino realidades que se encarnan en concretos personajes de Uzbekistán y Kirguizistán, que le transmiten con naturalidad sus dudas, sus inquietudes y su estilo de vida.

Lo más interesante de Thubron es su comprensiva actitud ante lo que le rodea, su respeto por todas las personas -sin calificaciones gratuitas-, su deseo de mostrar de manera objetiva una vida a ras de suelo. Las últimas etapas de su largo viaje son Afganistán, Irán y Turquía.

Su experiencia como viajero se nota en que sabe siempre dónde dirigirse, esquivando las rutas y los ambientes turísticos. Sus descripciones nunca son ejercicios de estilo y las digresiones históricas son las necesarias para que los lectores entiendan mejor los lugares que está recorriendo y su importancia o decadencia. Ante lo que contempla, Thubron se muestra siempre conmovido. Estos sentimientos humanizan una excelente prosa.

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