La India en el siglo XXI

TÍTULO ORIGINALBeing Indian

GÉNERO

Ariel. Barcelona (2005). 255 págs. 19,90 €. Traducción: Irene Muzas y Daniel Aldea.

Hasta hace poco la India era el paradigma de un país pobre y atrasado. Pero en los últimos tiempos, las portadas de «Time» y «The Economist» han empezado a presentarlo como una nueva historia de éxito capitalista: una India cada vez más moderna y segura de sí misma se incorpora a los grandes de este mundo. Para quien no tiene una experiencia directa de este inmenso país lleno de contrastes, su juicio dependerá de los aspectos que destaque el foco mediático en la imagen india.

Pavel K. Varma, diplomático indio, que ha sido secretario de prensa del presidente, y hoy dirige el Centro Nehru en Londres, mantiene en este libro que la clase dirigente india ha proyectado deliberadamente una imagen embellecida del país, que distorsiona la realidad y perjudica su despegue. No es que Varma quiera poner el acento en lo que va mal. Al contrario, él cree en la vitalidad y en el futuro de la India moderna. Pero pone de relieve el contraste entre la imagen y la realidad en cuatro aspectos de la personalidad y de la cultura india: el poder, la riqueza, la tecnología y la violencia.

En cada uno de estos campos subraya las paradojas y contradicciones de las actitudes indias. En cuanto al poder, a los indios les enorgullece destacar que su país es la «mayor democracia del mundo». Pero Varma apunta que ese régimen democrático subsiste en una sociedad de castas, fuertemente jerarquizada, que se inclina ante el poderoso. La India adoptó la maquinaria de la política democrática por su promesa de movilidad social en una sociedad que no era democrática y porque es un medio para proveer de legitimidad a las jerarquías, antiguas y modernas. El indio sigue buscando en la política el beneficio personal, pero tiene un arte especial para el compromiso en la lucha por el poder.

El occidental ve a menudo la India como el reino del espíritu. Pero Varma destaca que las deidades más importantes en el hinduismo son las que velan por la riqueza y la prosperidad material: «El hindú devoto reza para ser recompensado en este mundo». Si los indios admiraron la austeridad personal de Gandhi, fue precisamente porque ellos no son así. La cultura india, con su teoría del karma, explica también la llamativa indiferencia de los ricos hacia el océano de pobreza que les rodea: «La vida es una saga continua y la posibilidad de redención de la necesidad y del hambre que buscan los pobres puede esperar al siguiente nacimiento, sin necesidad de la intervención humana». Ni el mismo Varma piensa que la solución a la pobreza en la India pase por medidas de redistribución; lo decisivo es que a través del crecimiento económico aumente el pastel, y cada industrioso indio sabrá arañar una parte mayor.

La coexistencia de una alta tasa de analfabetismo con una de las mayores reservas de informáticos y científicos, es el reflejo de la desigualdad india en el sistema educativo. La India se ha convertido en una potencia en el campo de la tecnología de la información, gracias a su tradición matemática y a que hay miles de aspirantes para cada plaza en los Institutos de Tecnología. Pero, a la vez, los mismos que moldean el futuro de la tecnología, pueden estar anclados en irracionalidades del pasado (la dote, la posición de la mujer, las castas…).

¿La India un país pacífico? También aquí la no-violencia de Gandhi se mezcla con la violencia hacia los jerárquicamente inferiores y con los estallidos de fanatismo colectivo, en los que hindúes y musulmanes matan sin escrúpulos. Varma hace hincapié en que el Ejército tiene un papel relativamente poco importante en la estructura de poder y que la violencia religiosa es escasa; solo en los últimos tiempos algunos grupos extremistas han caído en la paranoia de que el hinduismo está asediado por religiones extranjeras. El diplomático piensa que el indio no es belicista y que el rasgo característico de su civilización ha sido más la resistencia que la venganza o la agresión. Lo que le llama la atención es que en este siglo XXI se esté afirmando el panindianismo, el sentimiento nacional, en vez de los movimientos secesionistas en un país tan inmenso y variado.

Varma tiene siempre a mano el dato oportuno, la referencia histórica y la anécdota reveladora para apuntalar sus tesis en este análisis de la personalidad india. Pero la actitud de fondo, con su defensa de que el libre curso de la modernización bastará para resolver los problemas, no parece muy atenta al valor y a las necesidades de las personas concretas de hoy. Tal vez esto es también un rasgo de la cultura india.

Ignacio Aréchaga

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