¿Por qué tanta gente cree en teorías conspirativas o en ideas que, a todas luces, no tienen base? Esa es la pregunta con la que arranca el nuevo libro de Dan Ariely, y la respuesta no es sencilla. El autor, conocido por su manera de explicar la psicología con ejemplos cotidianos, identifica cuatro tipos de factores que nos hacen tan vulnerables: los emocionales, los cognitivos, los personales y los sociales.
En el terreno emocional, el estrés –cuando es impredecible y se acumula– nos empuja a buscar culpables y a transformar la indignación en una especie de cruzada moral. El problema es que eso abre un abismo entre quienes creen a ciegas en una narrativa y quienes la cuestionan. Al final, la desinformación engancha porque entretiene más que la investigación rigurosa y porque las historias, aunque falsas, siempre resultan más atractivas que las estadísticas aburridas.
En lo tocante a la perspectiva cognitiva, recuerda Ariely que somos mucho menos racionales de lo que nos gustaría pensar. Tendemos a usar atajos mentales que nos llevan a exagerar, a ver patrones donde no existen y a dar por ciertas cifras presentadas tramposamente. ¿Y en el plano personal? Aquí el autor impone una distinción entre lo que somos, de forma más o menos estable, y los estados temporales que pueden transformarnos por completo, como el miedo, el enamoramiento o la ira.
Finalmente, el autor centra su atención en el ámbito social, en el que subraya cómo la marginación y la exclusión nos duelen tanto como un golpe físico. Y en ese vacío, los extremismos florecen. Convertirse en el más ruidoso o radical dentro de un grupo puede ser una forma de ganar estatus y pertenencia, lo que genera una escalada en la que cada vez se exigen dosis mayores de extremismo.
El mensaje central de Ariely es claro: lo que realmente nos sostiene como sociedad no son los datos ni los debates eternos, sino la confianza. Por eso critica la burocracia –que nace de la desconfianza–. No estamos, sin embargo, ante un manual para “curar” la conspiranoia, pero sí ante una guía para entender sus mecanismos. Asimismo, el autor recuerda que para combatir la desinformación no solo es imprescindible la razón, sino cultivar una sana vida emocional y recuperar la confianza interpersonal.20