Ningún ensayista duda de la importancia de las nuevas tecnologías de la comunicación en los cambios políticos y sociales de los últimos años. Una relevancia creciente, indeclinable: no parece posible entender el mundo contemporáneo sin tenerlas en cuenta. Pero son cada vez más los que se fijan en las mudanzas que los nuevos sistemas comunicativos provocan en el ámbito del conocimiento.
Se emplea el término “jibarizada” para referirse al universo comunicativo actual, en el que se impone el ágil y sobreabundante intercambio de mensajes breves, fragmentados y emotivos. Pero lo más interesante de este ensayo –y de otros que abordan con profundidad esta crisis contemporánea de la racionalidad de la opinión pública (véase Nicholas Carr, Richard Watson, Frank Frommer, etc.)–, son las reflexiones que hace sobre los efectos “jibarizantes” de este tipo de comunicación, característica de la “sociedad de la información”.
Pascual Serrano habla mucho de la crisis del periodismo y critica aquel que, en lugar de informar con las míticas cinco uvedobles (del inglés qué, cuándo, dónde, cómo y por qué), renuncia a las dos últimas “deep W’s” para contentarse con una información descriptiva y… jibarizante. Los periodistas tienen su parte de culpa, sin duda, en este empobrecimiento progresivo del conocimiento. Pero no solo ellos: los modos de intercambio comunicativo que se han impuesto en el mundo digital conforman un hábitat en el que la amenidad audiovisual lo conquista todo y lo textual se repliega hacia el eslogan pegadizo y el titular rompedor. La distracción lo invade todo con su cada vez más atractivo oleaje y se filtra en los hogares a través de fascinantes tecnologías de exclusivo diseño (smartphones, tabletas, etc).
Interesante, aunque en mi opinión algo tendenciosa, es la negación que el autor hace de la asepsia ideológica de la corriente cultural descrita. Es decir, hay quienes se sienten cómodos en un escenario como ese, porque estos vientos favorecen su provecho particular. Además relativiza la trascendencia de las redes sociales en las revueltas de “indignados” ya que, aunque movilizan, no pueden estabilizarse ni ahondar en causas y soluciones.
El final feliz de un ensayo diagnóstico como este es un recetario con vías de escape. En este caso, además, me parece realista y práctico. Le da a varios palos: sociales (recomienda fomentar las “redes físicas” de relación directa), políticas (fortalecer las iniciativas públicas que fomenten la vuelta al libro), personales (defensa de una dieta digital, una ascesis de desconexión en busca del aislamiento necesario para atesorar conocimiento mediante el gobierno de la atención), periodísticas (medidas para mejorar el nutriente conversacional de la información de calidad), empresariales (enfoques para monetizar los contenidos de los medios digitales) y educativos. No desarrolla esas medidas en sus pormenores, pero hace lo suficiente para abrir caminos de salida.