Un libro agraciado de un hombre agradecido. Es lo que pensé al terminarlo. Cuando el poeta de El Puerto de Santa María coloca como cierre de su sexto poemario unas palabras de Cervantes, remacha la impronta que deja la lectura: “Pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante”.
Hay gracia con G grande en toda la obra de García-Máiquez. No es ninguna sorpresa para los que lo conocemos en carne y verso que el volumen con su poesía completa que pronto publicará La Veleta lleve por título Verbigracia, como él mismo adelantó en la entrevista que le hizo Álvaro Sánchez León en Aceprensa.
Para mi gusto, algunos de los poemas de este libro editado con esmero por el también poeta Abel Feu, tienen el peso del poso que dan los 50 años ya bien cumplidos de este hombre del 69 que, como él mismo escribe recordando una escena infantil playera en un poema magnífico, se hace el muerto… para estar muy vivo.
Las paradojas que siempre han gustado a Máiquez le permiten en este libro hermosamente cercano, quizás el más maduramente íntimo de los suyos, cantar la soledad acompañada en la que viven los poetas que, como él, se pasan la vida diciendo a la Hermana Poesía con una sonrisa esperanzada algo así como no es eso, no lo es: pero qué gozo sentirte cerca.
“Debe ser de dentro y, sin embargo, / sólo en mi soledad no estoy tan solo, /aunque no se comprenda. / Y escribo para esto, / para seguir hablándoos, menos solo”.
Algunos de los amigos poetas que aceleran los pulsos del lector incansable Máiquez (Rosales, Gerardo y Peñalosa; Mateos, Duque, D’Ors y Quintana) llevarán el compás de su canto de hijo, padre y esposo agradecido que insiste en una fascinación cotidiana que le permite alzar el vuelo y rozar el cielo. Eso y no otra cosa, es lo que hace en el sobrecogedor “La profecía” que no me atrevo a citar para no privarles del dulce sobresalto que produce la Poesía.