Autor de una serie de novelas policiacas protagonizadas por el expolicía Mario Conde, el cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955) consiguió un gran éxito internacional con El hombre que amaba a los perros, sobre el asesinato de Trotski.
En Herejes vuelve a hacer un ambicioso experimento: incluye a su detective Mario Conde en el desarrollo de una trama que alterna diferentes planos narrativos en distintos tiempos históricos.
Herejes comienza en La Habana, en 1939. En su puerto ha atracado el transatlántico “Saint Louis” con 900 judíos que huyen del nazismo e intentan pedir asilo. En el barco se encuentran los padres de Daniel, que lleva tiempo residiendo en La Habana con un tío. Sus padres viajan con un tesoro familiar, un lienzo de Rembrandt, que intentan utilizar como moneda de cambio.
Otra trama se abre cuando, al cabo de los años, el cuadro reaparece en una subasta en Londres. Elías Kandinski, el hijo de Daniel, residente en Estados Unidos, contrata al expolicía y detective Mario Conde, para que investigue los avatares del cuadro y qué ha pasado con sus familiares que quedaron en Cuba.

La novela tiene una estructura deliberadamente complicada, pues Leonardo Padura interrumpe el relato para retroceder al siglo XVII, en Ámsterdam, y contar cómo pudieron desarrollarse los hechos relacionados con esa pintura que ha marcado a diferentes generaciones familiares de judíos. Estas páginas contienen un exhaustivo trabajo histórico tanto de la vida de Rembrandt como de la comunidad de judíos que, procedentes de España y Portugal, de donde habían sido expulsados, se instalaron en Ámsterdam.
Cuando finaliza este largo excurso histórico, la trama regresa otra vez a La Habana, al año 2008. Mario Conde vuelve a tomar las riendas de la narración, en este caso investigando la desaparición de una joven Judit, relacionada con la familia Kandinski. Aunque parece que esta parte poco tiene que ver con todo lo narrado anteriormente, Padura se centra ahora en la situación de la juventud en Cuba, donde el auge de la corrupción y la falta de expectativas, libertades y sueños ha convertido a muchos cubanos en escépticos de todas las causas.
Al final, Padura consigue unir las distintas tramas de la novela –lo que no parecía fácil– y transforma todos esos sucesos en una parábola sobre los peligros de la falta de libertad individual, el peso de los formalismos sociales, políticos y religiosos, y el ahogo que provoca cualquier tipo de dictadura.
Junto con la enrevesada historia del cuadro de Rembrandt, el otro hilo conductor es el personaje de Mario Conde, un ex policía que abandonó desencantado el cuerpo hace más de veinte años, y se dedica ocasionalmente a comprar libros antiguos y a ejercer de detective. Tiene desde hace décadas una medio novia, Tamara, y un fiel grupo de amigos con los que comparte intimidades, borracheras, buenas comidas y un gran compañerismo, quizás lo único seguro que queda en Cuba. A veces puede resultar ácido y frívolo en sus opiniones y actos, que incluyen algunos encuentros sexuales descritos sin detallismo.
Conde ejerce de ateo, aunque en toda la novela hay una interesante y en ocasiones parcial reflexión sobre la religión judía, sobre su destino, sobre sus creencias (lo que en alguna ocasión le lleva a hacer críticas a la religión católica). El detective es una persona muy escéptica con la situación de la Cuba actual. Lo que vive y se cuenta en la novela alimenta su cinismo, aunque también le despierta, todavía con más fuerza, sus ansias de libertad.
Padura demuestra su habilidad como narrador con una novela compleja y muy arriesgada en la que puede resultar un tanto forzado el ensamblaje final. El trabajo estilístico es muy meritorio, pues es capaz de ambientar su novela en la Cuba de los 50, en el siglo XVII en Ámsterdam y en la Cuba más contemporánea. Resulta muy original la radiografía que hace de parte de la juventud cubana, la que ha recurrido a experiencias extremas con tal de no integrarse en un sistema roto y corrupto. También la constante presencia del pueblo judío. Todos estos ingredientes dan forma a una novela densa, ambiciosa y muy bien trabajada, que es también una parábola de los peligros de los totalitarismos.