Este libro empieza con un test que pone a prueba los conocimientos del lector sobre el estado del mundo: desde dónde vive la población mundial a la evolución de la esperanza de vida, la pobreza extrema, la escolarización o la mortalidad infantil. Hans Rosling (1948-2017) asegura que lo planteó en conferencias ante públicos de diversos ámbitos (políticos, científicos, ejecutivos de empresas multinacionales, periodistas, activistas) y que obtuvo peores respuestas que si se contestara al azar. Además, los errores iban siempre en la misma dirección: creer que el estado del mundo era peor de lo que es en realidad. ¿Por qué ocurre esto?
Rosling fue médico, profesor de salud internacional y, además de prestar asistencia sanitaria en países pobres, también un reconocido divulgador de tendencias globales. Su último empeño fue este libro, escrito con la ayuda de su hijo y de su nuera, en el que intenta vacunarnos contra una visión excesivamente dramática del mundo. Rosling se pregunta por qué tanta gente ignora o subestima las grandes mejoras que se han producido en el último siglo. Al principio, atribuía esa concepción pesimista a un conocimiento obsoleto o a una mala información de los medios de comunicación. Después advirtió que la manera de procesar los datos venía condicionada por el modo de funcionamiento de nuestro cerebro, por unos “instintos” que influyen en nuestro modo de ver el mundo. Su libro es un análisis de diez de ellos que, si nos descuidamos, nos hacen ver el mundo con gafas negras.
El “instinto de la separación”, por ejemplo, nos transmite la idea de que el mundo está perpetuamente dividido en dos grupos –pobres y ricos, desarrollados y subdesarrollados, obesos y hambrientos–, cuando en realidad la mayoría de la gente vive en países de ingresos medios, y la tendencia mundial indica más convergencia que divergencia. El “instinto de la negatividad” hace que nos fijemos más en los momentos dramáticos que en las mejoras graduales y constantes, que no son noticia, como que la esperanza de vida mundial haya alcanzado los 72 años. El “instinto del tamaño” hace que quedemos impresionados ante grandes cifras aisladas y que no nos planteemos cuál era esa cifra hace diez años o cuánto es por persona. Estos y otros instintos, que analiza en el libro, crean prejuicios y ocasionan un mal uso de los datos.
Pero aún más importante que la información que ofrece es su explicación de cómo situarse ante los datos, qué preguntas conviene hacerse ante una cifra impresionante, cómo buscar causas sin limitarse a ver villanos, o cómo evitar errores de juicio en situaciones de crisis.
Uno puede ser escéptico ante su convicción de que para entender el mundo hay que fijarse sobre todo en el nivel de ingresos de la población, más allá de las diferencias culturales, religiosas o de costumbres, de modo que un africano acomodado estará tan contento con dos hijos como un sueco. También se le puede perdonar su tono excesivamente didáctico, propio de charlas TED. Pero en cualquier caso es un libro que consigue su objetivo: promover la factfulness, el ser consciente de la realidad. Y puede ser especialmente recomendable para profesionales de la información, de quienes depende a menudo poner las cifras en su contexto.