Escritores y artistas bajo el comunismo

Escritores y artistas bajo el comunismo

EDITORIAL

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNMadrid (2023)

Nº PÁGINAS912 págs.

PRECIO PAPEL34,90 €

PRECIO DIGITAL13,99 €

GÉNERO

A pesar de la extensa bibliografía sobre los horrores del comunismo, compuesta en buena parte por testimonios de personas que los sufrieron, se sigue tratando de diferente manera a las víctimas de los dos grandes totalitarismos del siglo XX, el nazismo y el comunismo. El historiador inglés Timothy Garton Ash ha calificado este fenómeno de “asimetría de indulgencia”, que se dio en un buen número de intelectuales europeos del siglo XX, que condenaron el nazismo, pero omitieron denunciar los crímenes comunistas. Aunque algo han cambiado las cosas, permanece todavía esa asimetría: la gente se estremece al oír de Auschwitz, pero desconoce lo ocurrido en Kolimá.

Si El libro negro del comunismo provocó un interesante debate sobre la magnitud de la represión en los regímenes comunistas, también es aleccionador leer la presente obra, Escritores y artistas bajo el comunismo, una potente y exhaustiva investigación llevada a cabo por el escritor, periodista y editor Manuel Florentín.

Bajo el subtítulo “Censura, represión y muerte”, este grueso volumen describe cómo el comunismo convirtió a miles de escritores y artistas que no se sometieron a los dictados ideológicos del Partido Comunista en enemigos que había que someter y eliminar. El trabajo realizado por Florentín es digno de elogio, pues no reduce su estudio a Rusia y China, sino que lo extiende a todas las naciones europeas, americanas, asiáticas y africanas donde el comunismo consiguió hacerse con el poder. Además –y esta parte del libro resulta muy interesante–, analiza de manera crítica cómo reaccionaron los Partidos Comunistas occidentales a la deriva totalitaria de la URSS y luego de los países tras el Telón de Acero, ocultando sus crímenes y silenciando a aquellos escritores que se atrevieron a denunciar, por ejemplo, la existencia de campos de concentración.

En todos los países donde se impuso el comunismo, las estrategias contra los intelectuales fueron similares. Por eso son importantes las primeras páginas de este libro, que explican los métodos utilizados para someter a los artistas y escritores. Si escribían lo que el Partido consideraba ortodoxo, vivirían como unos privilegiados, con unas condiciones (viajes, residencias, alimentos, prebendas…) que no tenían el resto de sus compatriotas. Pero si no accedían, sufrirían las consecuencias de la censura, la represión o incluso la muerte. Sólo en la URSS, con datos de Vitali Chentalinski, que investigó la actuación del KGB contra los intelectuales rusos, más de 3.000 escritores fueron represaliados, de los que unos 2.000 fueron ejecutados. Y esta persecución se dio durante todos los años de comunismo en la URSS, y no solamente durante el periodo de Stalin, como a veces se dice.

El libro contiene información muy vasta, que no se limita a los casos más conocidos –los rusos Aleksandr Solzhenitsyn, Evgenia Ginzburg, Varlam Shalámov, Vasili Grossman…–. Por ejemplo, de Albania (pero en el libro hay muchos más casos parecidos en Polonia, Checoslovaquia, Rumanía, Bulgaria, Cuba, Etiopía…), menciono lo que le ocurrió al poeta Havzi Nela. Sometido desde los años sesenta a vigilancia de la policía secreta, intentó huir con su mujer a Yugoslavia. Fue, sin embargo, detenido, devuelto a su país y condenado a quince años de cárcel. En 1975, por organizar un acto de protesta por las condiciones inhumanas en las que vivían los presos, le aumentaron la pena otros ocho años. Liberado en 1986, quedó confinado en un pueblo. “En 1988, cuando se enteró de su madre había muerto, se escapó para acercarse a su tumba. Descubierto, fue condenado a muerte. Lo colgaron en público en agosto de 1988”.

Y también hay que destacar el completo repaso que hace Florentín del comportamiento de los intelectuales comunistas y los “compañeros de viaje” en los países occidentales. Como denuncia Tony Judt, padecieron una voluntaria “anestesia moral colectiva” que provocó que quienes se atrevieron a cuestionar la visión idílica que se mostraba de los logros de la revolución bolchevique, se toparan con “un muro de silencio” y con un “negacionismo” servil. En Francia fueron famosos los procesos de Víktor Krávchenko y David Rousset, quienes demostraron la existencia de campos de concentración en la URSS y fueron denostados por aquellos intelectuales en sus medios afines. También en Francia (y en Italia y España) consideraron la obra de Solzhenitsyn alineada con el imperialismo yanqui.

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