Parece que la civilización occidental no atraviesa su mejor momento, a pesar de que los datos de esperanza de vida, calidad del sistema sanitario, desarrollo tecnológico o generación de riqueza nunca han sido tan sobresalientes. Se trata de una cuestión de índole moral y cultural: una parte de Occidente está cansada de su pasado y lleva bastante tiempo deseando implantar una tabula rasa. Este libro explica, precisamente, los paradigmas docentes que han estado en vigor –o que se han bosquejado, para luego influir con cierta determinación– en Europa y Estados Unidos desde finales del siglo XVIII hasta nuestros días.
El suicidio de Occidente se divide en cinco partes; las cuatro primeras, dedicadas al análisis histórico de las formas en que se ha entendido la enseñanza. Desde Condorcet y Robespierre, hasta Margaret Thatcher y Tony Blair, pasando por Rousseau, John Dewey y el krausismo español. El quinto apartado del libro se dedica a seis personajes que Delibes ensalza como “defensores de la libertad”: Alexis de Tocqueville, John Stuart Mill, Bertrand Russell, F. A. Hayek, Jean-François Revel y Roger Scruton. Se cierra el volumen con un breve capítulo autobiográfico que incluye un alegato contra “la renuncia a la transmisión”.
Expresado de manera esquemática, puede decirse que Alicia Delibes muestra dos grandes planteamientos: de un lado, el de aquellos gobiernos que aplican un programa de estudios definido por el rigor, la excelencia, el esfuerzo, con vistas a lograr que los ciudadanos adquieran suficiente cultura y actitud responsable. Por otro lado, surge, desde Rousseau, una mentalidad cuyo empeño consiste en alterar todo, partiendo de presupuestos dogmáticos que nunca se abandonan y que han conducido a lo que Delibes define como neolengua –igual que en 1984, de George Orwell–, abundosa en jerga pedagógica.
Delibes, aludiendo a Dewey, Marcuse, Gramsci, Fromm o la Escuela de Fráncfort, aclara que no ha triunfado este último punto de vista de manera inopinada. Lo woke no ha nacido por generación espontánea y gran parte de su difusión se debe a los valores del 68.
La autora, que ha sido profesora de Matemáticas a lo largo de tres décadas y ha desempeñado cargos relacionados con la educación en la Comunidad de Madrid, critica los fundamentos ideológicos del pedagogismo hoy imperante. En especial, la presunción de que los condicionamientos sociales y económicos determinan el desarrollo académico de los niños, de manera que –según afirma el progresismo– todo lo que supone exigencia no es más que una perpetuación del elitismo y las diferencias, que siempre son injustas.
Asimismo, Delibes tiene una valoración dura para la tarea de la UNESCO, sumida –a su juicio– en un relativismo cultural que, de hecho, supone un menosprecio de la tradición de Occidente, cuando no un odio que prosigue la labor de deconstrucción a cargo de intelectuales como Lévi-Strauss. Junto con un análisis negativo de los objetivos de la Agenda 2030, este libro también advierte de los peligros que supone el empleo desmesurado de tecnologías digitales en el ámbito educativo, donde están provocando un cambio antropológico poco aconsejable.