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El imperio del algodón. Una historia global

EDITORIAL

TÍTULO ORIGINALEmpire of Cotton: A Global History

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2016)

Nº PÁGINAS736 págs.

PRECIO PAPEL32 €

PRECIO DIGITAL14,99 €

Desde el Neolítico hasta nuestros días, el algodón ha sido una importante materia prima en la historia humana. Pero durante los siglos XVIII y XIX adquirió sin duda una mayor relevancia y fue el protagonista de procesos históricos de tanta enjundia como el gran comercio ultramarino, las plantaciones esclavistas del sur de Estados Unidos, la primera revolución industrial, la Guerra de Sucesión estadounidense, el surgimiento del movimiento obrero, el colonialismo, etcétera.

Durante miles de años, la artesanía del algodón floreció en muchas economías tradicionales, sobre todo en la India, pero paradójicamente no en Europa, donde fue una manufactura prácticamente desconocida hasta finales de la Edad Media. Tras los grandes descubrimientos geográficos, los europeos se fueron aficionando cada vez más a esta ropa ligera, suave, colorida (por la facilidad de teñido del algodón), fácilmente lavable, resistente y de precio cada vez más competitivo. No transcurrió mucho tiempo antes de que los europeos aprendieran de los asiáticos las técnicas de cultivo, hilado y tejido del algodón, y empezaran a producirlo por sí mismos.

Se estableció así la gran simbiosis triangular del tráfico de esclavos llevados de África a América para trabajar en las plantaciones, que a su vez exportaban la materia prima a las artesanías de Europa. Una de estas artesanías, la del Lancashire inglés, experimentaría la revolucionaria metamorfosis por la que la manufactura manual tradicional se convirtió en producción industrial mecanizada y fabril, dando inicio así, nada más y nada menos, que a la revolución industrial inglesa.

Para explicar el ascenso del algodón, que es lo mismo que decir el ascenso de Occidente, el principal argumento que emplea Beckert no es excesivamente novedoso, aunque sí lo es el concepto que acuña para referirse a él: “capitalismo de guerra”. Con este término se refiere a lo que de forma más habitual se conoce simplemente como mercantilismo. Se trata en cualquier caso de la organización económica anterior a la del capitalismo industrial, iniciado con la revolución homónima.

El rasgo fundamental de este capitalismo de guerra es la centralidad del ejercicio de la violencia para la consecución de los objetivos económicos, lo que requiere inevitablemente una colusión con el Estado, con el que se establece una comunidad de propósitos. La violencia de ese capitalismo de guerra se ejerció en primer lugar entre los propios europeos, que compitieron aguerridamente por mercados, rutas, territorios y negocios. Pero fundamentalmente se dirigió a los no europeos, arrebatando tierras a los indígenas americanos, esclavizando a los africanos o imponiendo acuerdos comerciales exclusivos y ventajistas a los asiáticos.

Como todo imperio humano, el del algodón también terminaría por declinar, aunque en realidad no se desvanecería por completo, siendo todavía una de las más importantes industrias de nuestro tiempo. La creciente eficiencia de la industria en su conjunto hizo que, desde finales del XIX, los precios de las producciones textiles fuesen cada vez menores y, al decrecer el valor añadido del empleo industrial algodonero, aumentó la ventaja relativa de aquellos lugares con menores costes laborales, con movimientos obreros más débiles y con gobiernos proclives a políticas de sustitución de importaciones. Así, en una más de las muchas paradojas de la historia, la manufactura del algodón volvió al sur. No hay más que fijarse en la etiqueta de cualquiera de nuestras prendas para comprobarlo. 

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