El gran incendio

TÍTULO ORIGINALThe Great Fire

GÉNERO

Destino. Barcelona (2005). 282 págs. 20 €. Traducción: Roberto Frías.

Es 1947 y el fuego de la Segunda Guerra Mundial aún no se ha apagado en las mentes de los que combatieron. Aldred Leith, condecorado por su valor en el campo de batalla y ahora convertido en escritor de la posguerra, viaja por el Japón ocupado para dar cuenta de las transformaciones del país. El relato comienza con Leith en el tren, pero su viaje no será sólo en el espacio. La novela se preocupa, principalmente, por describir la evolución del personaje desde un pasado perdido en el corazón de las tinieblas de la guerra hacia un futuro donde puedan cicatrizar las antiguas heridas. Leith se hospeda por un tiempo en la casa del doctor Driscoll, administrador de hospitales, y de su esposa. La vulgaridad de los Driscoll contrasta con la humanidad de sus dos hijos, Benedict, que padece una enfermedad degenerativa, y Helen, sensible, culta e imprescindible para su hermano.

Lo que empezaba como una narración acerca de las pesadillas que acechan de por vida a los excombatientes (casi un subgénero de la literatura de guerra), da un giro para convertirse en una historia de amor. La inocencia de Helen, a quien Leith casi dobla en edad, es el primer atisbo del escritor de un mundo donde vivir no significa sobrevivir.

La autora Shirley Hazzard, también viajera y también perteneciente a una generación de guerras y entreguerras, sabe manejar el relato con sensibilidad y sin sentimentalismos. Como el paisaje que el protagonista ve desde la ventanilla, mientras el tren arranca y las ciudades se van disipando, la narración guarda cierta distancia respecto a los hechos. No interesa tanto la guerra o sus consecuencias como la memoria y la perspectiva que unas veces distorsiona y otras clarifica el pasado.

En los pasajes descriptivos la capacidad de observación de Hazzard da como fruto escenas cuidadas, donde cada palabra parece precisa y necesaria. El punto más débil del libro consiste en que las relaciones entre los personajes y la evolución de unos respecto a otros no siempre es verosímil. Sobre todo porque Leith, el único carácter con complejidad y peso real en la novela, camina demasiado tiempo entre los fantasmas del pasado como para que resulte creíble la transformación repentina que le libera de ellos. Quizás el mayor reto de este tipo de novelas, tan oscuras durante la mayor parte de sus páginas, sea preparar al lector para un final feliz, convencerle de que aunque el relato se prolongara un poco más los fantasmas seguirían sin aparecer.

Esther de Prado Francia

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