El espejismo de la ciencia

Kairós.

Barcelona (2013).

520 págs.

24 €.

Traducción: Antonio Francisco Rodríguez.

TÍTULO ORIGINALThe Science Delusion


Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 91/13

La mejor metáfora para entender el modo de ser de la realidad natural no es la que lo compara con una máquina, sino la que lo compara con un organismo vivo. Esta es una de las ideas centrales que orientan las reflexiones de este libro y que constituye, según mi opinión, el núcleo de lo que aspira a ser su aportación a la ciencia. Sheldrake (1942) no quita méritos a la ciencia actual, pero sostiene que el modo de pensar que ha propiciado es el que ahora la tiene como rehén de sus propios presupuestos.

El autor, biólogo, trata de aportar una visión de la realidad y de la ciencia que la libere de la cárcel que ella misma se ha construido. Aborda esta tarea en doce capítulos, más una interesante introducción y un prólogo. El objetivo es serrar los diez dogmas que constituyen los barrotes de la prisión en la que la ciencia se encuentra recluida.

La mayor dificultad que tendría abordar una crítica detallada del contenido del libro es la amplitud y diversidad de los temas que trata. Algunos planteamientos y objeciones dan que pensar, otros pueden provocar la sonrisa, o incluso la burla, de muchos científicos. Aunque el estilo es uniforme, sin embargo, el modo de alcanzar sus objetivos es desigual en los diferentes capítulos. El autor delata con acierto, sobre todo en las primeras páginas, las limitaciones que tiene una ciencia de tipo mecanicista. El problema es que al querer destacar esas limitaciones y peligros exagera en la visión negativa que ofrece de la ciencia actual y de los científicos.

El núcleo de su aportación es una propuesta original en la que uno de sus elementos clave son los campos mórficos: un tipo de campo que con sus resonancias hace posible una comunicación entre los distintos niveles de entidades existentes en todo el Universo.

Deja bastantes cabos sueltos en los temas abordados. Esto despierta la sospecha de que el autor no domina bien algunas de las ramas científicas con las que dialoga, como la física por ejemplo, y suscita dudas sobre la cientificidad de las pruebas que aporta en apoyo de sus tesis.

Pienso que Sheldrake sucumbe, como tantos otros, ante el reto de comprender la finalidad en la naturaleza. Acaba haciendo auténticos equilibrios que le hacen caer en el extremo de dotar de carácter mental a la realidad física (pansiquismo), para conseguir que la física tenga una finalidad que, en realidad, es una finalidad intencional, es decir, la finalidad que vemos en lo mental. Por el camino, para mantener la coherencia, se ve obligado a reducir a mera cuestión de grado la distinción entre lo físico, lo orgánico, lo mental y lo inteligente. Y de paso consigue una unificación de las religiones y de estas con la ciencia que él propone. Ciertamente los campos mórficos ofrecen una gran rentabilidad.

En definitiva, me parece que detecta con acierto un problema real al que el mundo científico no presta la atención debida: el trasfondo mecanicista y materialista en la práctica de algunas disciplinas científicas. Pero me parecen sin embargo poco consistentes, al menos en este libro, las propuestas con las que quiere dar respuesta a dicho problema.

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