“Uno no es escritor por lo que escribe, sino por lo que ha leído”, escribió Jorge Luis Borges en una cita que rescata Ángel Esteban para explicar la relación que treinta escritores de la literatura universal tuvieron con las bibliotecas y con los libros. Para la mayoría, el trabajo de bibliotecario fue una oportunidad para consolidar su vinculación con la lectura. Pero también hay casos en los que ocurrió todo lo contrario, pues el trabajo en una biblioteca impone unas rutinas burocráticas que algunos escritores, como Robert Musil y Marcel Proust, fueron incapaces de soportar. Resulta curioso, sin embargo, el caso del escritor francés Georges Perec, creador de una imaginativa y rompedora carrera como escritor que, sin embargo, descubrió en su trabajo en la biblioteca el rigor necesario para luego jugar con el significado de las palabras.
Ángel Esteban (1963), catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Granada, indaga en la biografía de estos escritores para dilucidar el lugar que ocupa su trabajo como bibliotecario en su trayectoria profesional y literaria. Este punto de vista le sirve para trazar treinta interesantes y entretenidas semblanzas que muestran de otra manera la biografía de grandísimos escritores-bibliotecarios de todos los tiempos. El recorrido que hace Esteban abarca escritores del Siglo de Oro español, como Benito Arias Montano –bibliófilo y consejero político que fue nombrado por Felipe II director de la biblioteca de El Escorial–, hasta escritores contemporáneos como Gloria Fuertes o Juan Carlos Onetti. Otro, Mario Vargas Llosa, es además autor del prólogo, muy biográfico, en el que cuenta anécdotas personales sobre su estrecha relación con las bibliotecas en todos los lugares en que ha vivido.
Hay excelentes descubrimientos de personajes apasionantes, como el ya citado Arias Montano, persona cultísima, políglota y sempiterno viajero que recorrió toda Europa buscando libros para enriquecer la biblioteca de El Escorial. También sorprende la dedicación de bibliotecario, al final de sus días, de Giacomo Casanova. O el inmenso trabajo realizado por Bartolomé José Gallardo, “el príncipe de los bibliófilos españoles”. Hay historias sorprendentes y muy amenas, como las del escritor y bibliotecario peruano Ricardo Palma, conocido como “el bibliotecario mendigo” por su dedicación obsesiva para llenar de libros la Biblioteca Nacional de Perú. De él, Esteban destaca también una manía bibliófila ciertamente peligrosa: Palma solía llenar de observaciones personales los márgenes de los libros que leía de esa biblioteca, ya fueran estos incunables, libros de gran valor o recientes adquisiciones.
Son muchos lo autores que aparecen con biografías interesantes, muy bien sintetizadas por el autor, quien no tiene como objetivo agotar el tema biográfico sino ofrecer solo unas pinceladas de la vida de, entre otros, Lewis Carroll, Robert Burton, Rubén Darío, José Eugenio Hartzenbusch, Hölderlin, Stephen King, Goethe, Eugenio D’Ors, August Strindberg, José Vasconcelos… No podía faltar en esta lista la meteórica trayectoria de Marcelino Menéndez Pelayo, uno de los investigadores y escritores que más ha hecho por la Biblioteca Nacional española.
“Dios me hizo poeta y yo me hice bibliotecaria”, escribió Gloria Fuertes. Este oficio ha servido a muchos de estos escritores para apuntalar su vocación literaria y para descubrir nuevas lecturas y nuevos mundos con los que alimentar sus fantasías librescas.