El enigma de la esfinge

Juan Luis Arsuaga

GÉNERO

Plaza & Janés. Barcelona (2001). 415 págs. 3.350 ptas.

Si en sus obras anteriores (La especie elegida, 1997; El collar del Neandertal, 1999: ver servicio 165/99) Arsuaga estudiaba el registro fósil y cuestiones afines a la evolución humana, en este último trabajo centra su investigación en el análisis de las teorías evolutivas en general, desde Darwin hasta nuestros días. El capítulo titulado «El árbol de la evolución humana» se consagra a mostrar cómo la paleoantropología se hace eco de las disputas entre las diversas escuelas y corrientes evolucionistas, presentadas al comienzo del libro.

El último tercio de la obra incluye la exposición del escenario evolutivo propuesto por Arsuaga, que resulta ser un elogio del neodarwinismo. Incluye además un anexo en el que se exponen cronológicamente los grandes hitos que jalonan la historia de la paleoantropología.

El título hace referencia a la esfinge de la tragedia griega Edipo Rey. Situada en la entrada de Tebas, la esfinge interpela a los transeúntes con un enigma. Para Arsuaga, Darwin es el Edipo que sacó a la humanidad de «las tinieblas de la ignorancia» (p. 364). Gracias a Darwin, la humanidad descubrió la verdad liberadora (sic) de que en la Naturaleza no existe propósito alguno o finalidad que la guíe. Descarta así la existencia de una Inteligencia creadora: en definitiva, de Dios.

Es curioso que Arsuaga, que en sus obras de divulgación no cesa de repetir una y otra vez que su propósito no es otro que hacer ciencia, nos presente a Darwin como el pensador que resolviera el enigma que había devorado a todos los anteriores… ¡filósofos! ¿Qué clase de problema representa la teleología? ¿Se trata de un problema científico, o acaso de uno filosófico? ¿Será precisamente Darwin, el científico, quien lo resuelva definitivamente?

Arsuaga abandona esa actitud elogiosa al hablar de Wallace, quien, al igual que Darwin, era partidario de la evolución y de la selección natural como motor de la misma, pero defendía la creación divina del alma humana, algo inaceptable para el materialismo naturalista actual. Arsuaga reconoce que: «La cuestión de si la mente humana surgió de golpe con Homo sapiens, o si es producto de evolución gradual, es una vieja discusión que ya enfrentó a Darwin y Wallace, y para la que no se sabe si algún día se alcanzará una definitiva respuesta».

Es positivo el reconocimiento de la influencia que ejerce la especulación teórica a la hora de interpretar el registro fósil y de establecer las filogenias y los escenarios evolutivos. No resulta fácil hallar en la literatura científica este reconocimiento, y menos en los textos divulgativos.

Sorprende, sin embargo, el optimismo con el que es anunciado el próximo conocimiento de todo el árbol genealógico: «No resulta descabellado imaginar que llegará el día en que dispondremos de todos los personajes de nuestro árbol genealógico». Aunque reconoce también que «todavía nos queda mucho que aprender sobre la evolución humana».

Carlos A. Marmelada

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