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Dios y los periódicos

Antoni Coll

GÉNERO

Planeta. Barcelona (2006). 123 págs. 17 €.

Dios y los periódicos: ¿hay algo más antitético? Los periódicos viven en lo efímero; Dios, en la eternidad. Los periódicos se ocupan de los hechos externos; Dios lee en el interior del hombre. Si en el cielo hubiera un periódico que contara los sucesos importantes de la Tierra, sus titulares de primera página destacarían noticias que aquí pasan inadvertidas, mientras que muchas «cumbres» humanas quedarían relegadas a gacetillas. Pero aunque Dios no necesita que los periodistas le cuenten lo que pasa, también un periodista puede dialogar con Dios a partir de las noticias del día.

Esto es lo que hace Nicodemo, el redactor de cierre (el encargado de aguantar hasta el final de la edición), figura de la que se sirve Antoni Coll para hilvanar sus reflexiones. El nombre tiene una resonancia evangélica: «Como aquel discípulo de la primera hora, el periodista de cierre Nicodemo, iba a Jesús de noche, cuando se hacía el silencio en el campo de batalla de la redacción». Coll sabe mucho de estas batallas, ya que tiene cuarenta años de ejercicio del periodismo a sus espaldas, la mayoría en puestos de dirección del «Diari de Tarragona». Con esta experiencia, Coll exprime las noticias efímeras para sacarles un jugo insólito.

Con un estilo fresco y periodístico, reflexiona sobre la conciencia, la aceptación del fracaso, la libertad, la vuelta a Dios, la violencia, la Iglesia y el mundo moderno… Sus pensamientos ponen de relieve muchas veces las contradicciones de modos de razonar hoy corrientes. Pero siempre con comprensión y con sentido del humor («Aunque el comunismo quizá hubiera preferido un entierro laico, lo sepultaron los trabajadores de Solidarnosc que lucían en sus solapas imágenes de la Virgen»).

Su discurso está bien sazonado de citas de autores como C.S. Lewis, Newman, Chesterton, Frossard, Malcolm Muggeridge, Juan Pablo II, citas elocuentes y oportunas. Coll intenta así que un lector apresurado de periódicos pueda interesarse, como el Nicodemo del evangelio, por esa «buena noticia» que no ha perdido actualidad.

Ignacio Aréchaga

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