De la buena y la mala educación

Los Libros del Lince. Barcelona (2008). 174 págs. 15 €.

Ricardo Moreno Castillo es el autor de Panfleto antipedagógico, ensayo muy crítico sobre la situación real de la educación española tras la LOGSE, texto que provocó un encendido debate en muchos foros de Internet -donde se publicó primero – y luego con las sucesivas ediciones de un libro que consiguió conectar con las opiniones de muchos profesores en un momento en el que se debatían los contenidos de la nueva ley de educación, la LOE, un descafeinado sucedáneo de la LOGSE.

Las mismas virtudes de ese libro se pueden apreciar en De la buena y la mala educación, donde ha reunido una serie de “reflexiones sobre la crisis de la enseñanza”, artículos de temática dispar que ya han aparecido, la mayoría, en algunos medios de comunicación. Vuelve a sorprender el estilo directo, ácido, realista de su autor, profesor de Matemáticas en un instituto público. Y este tono, apasionado y corrosivo, le permite hablar de muchas cuestiones educativas de actualidad sin componendas.

Ideológicamente, Moreno procede de la izquierda y es un docente más que depositó mucha confianza en las ideas socialistas sobre la educación, aunque después se sintiera totalmente desengañado. El descalabro de esas propuestas, la ausencia de rectificación, las excusas aireadas y la proliferación de pedagogos, orientadores, asesores, expertos, etc., que siguen justificando las ideas educativas de la LOGSE, le han llevado a multiplicar sus críticas y denunciar, con un deliberado tono panfletario, los grandes errores en los que continua sumergida la educación española, errores que la LOE no ha hecho sino aumentar.

Eso sí, como ya se advertía en Panfleto antipedagógico, no es fácil coincidir con todas las opiniones de Ricardo Moreno. Su ideología le lleva, por ejemplo, a rechazar airadamente la presencia de la religión en la escuela y a defender la polémica asignatura de Educación para la Ciudadanía.

Muchos docentes conectarán con el mensaje y el estilo de Ricardo Moreno porque puede que ya estén bastante cansados de la jerga psicopedagógica con la que determinados expertos, políticos y sindicalistas abordan las cuestiones educativas. Por ejemplo, la siguiente cita: “En cualquier congreso sobre educación es muy fácil arrancar un aplauso diciendo ‘la escuela es el reino de la diversidad’, ‘al niño lo educa toda la tribu’, ‘no podemos seguir educando como hace cien años’ o ‘la escuela es el reflejo de la sociedad’. Pero si antes de aplaudir respiramos hondo y examinamos estos dichos con un poco más de atención, veremos que están vacíos en el mejor de los casos o son rigurosamente falsos en el peor”. En el libro se analiza con más detalle las falacias que encierran algunos de estos tópicos tan extendidos en la enseñanza.

El libro comienza con una introducción en la que su autor continúa con el debate que abrió su anterior libro; para ello, rescata algunos de los comentarios que censuraron sus opiniones, lo que le lleva a insistir otra vez en la falta de realidad que se vive en el mundo educativo, donde están en juego a veces intereses inconfesables. Moreno responde al utopismo ingenuo -y no tan ingenuo- con una sobredosis de sentido común: “El desprecio por el conocimiento (se puede terminar la ESO sin saber la tabla de multiplicar ni distinguir un nombre de un verbo) y la falta de hábito de trabajo generan seres inmaduros y, en consecuencia, propensos a la violencia”.

Reitera su critica a la prolongación de la escolaridad obligatoria hasta los 16 años, así como el supuesto de que “una enseñanza que alcanza a todos ha de bajar necesariamente de calidad”. Y se ríe de los argumentos con los que se explican los malos resultados de España en el último Informe PISA: “lo último que se ha oído para justificar nuestro fracaso escolar educativo consiste en atribuir la ignorancia de nuestros estudiantes a la poca formación de sus padres”.

Su experiencia diaria con la enseñanza le lleva a Ricardo Moreno a conocer muy bien lo que está pasando. De ahí que sus argumentos, en la mayoría de los casos, sean tan certeros e higiénicos. Como escribe Eduardo Mendoza en el prólogo: “los textos son mesurados en el tono, rezuman la paciencia del maestro y el convencimiento íntimo de que la sensatez acabará imponiéndose”.

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