Correspondencia

Acantilado. Barcelona (2008). 851 págs. 29 €. Traducción: Selma Ancira.

GÉNERO

Si los Diarios de Tolstói permitían reproducir una parte de la vida del autor de Guerra y Paz, la Correspondencia ofrece el panorama completo. Desde una carta de 1842, cuando Tolstói tenía 14 años, hasta la última, en 1910, poco antes de su muerte, a los 82 años. Este libro es una selección.

Conocemos aquí la trayectoria de Tolstói: la primera juventud, sin rumbo, dedicada a nada salvo a vicios; los años de militar, donde no prospera; las primeras publicaciones, enseguida con cierto eco, como Infancia; su retiro en su finca de Yasnaia Polaina, dedicado a una tarea de ayuda a los demás; sus relaciones con escritores de Europa; su paternidad -trece hijos- en la que despliega un cuidado atento, hasta que, creciendo ellos, no comulgan, salvo excepciones, con los ideales del padre.

Tolstói era el primero en reconocer la gama de sus defectos, pero por encima de ellos se consideraba una persona que amaba el bien. En muchas cartas se pueden leer anotaciones en este sentido. “Uno puede vivir perfectamente en este mundo si sabe trabajar y amar; trabajar por aquello que ama y amar aquello en lo que trabaja”. “El bien espiritual, es decir, el amor al prójimo, la poesía, la belleza -que es todo lo mismo- es algo de lo que no dudo y frente a lo que siempre me arrodillo, a pesar de que casi nunca lo practico”. “Sin respeto, sobre todo por el bien, no se puede vivir dignamente en este mundo”. “Qué difícil es vivir en este mundo cuando uno está convencido de que la única posibilidad de ser feliz es el bien, y no tiene la fuerza de ser bueno”.

Con el tiempo y los años, siempre en busca de una religión personal, da con un cristianismo sin Iglesia (la Iglesia Ortodoxa rusa lo excomulga), con un Cristo que no es Dios, pero eso sí con el precepto cristiano por excelencia: el amor a los demás, antes que a uno mismo. Eso lleva Tolstói a un pacifismo que anticipa al de Ghandi, al vegetarianismo, a la defensa de los animales… Y a escribir frases casi brutales de tan directas: “Toda actividad periodística es un burdel del que no hay vuelta atrás”. “Jamás creeré en la sinceridad de las convicciones cristianas, filosóficas o humanitarias de alguien que hace vaciar su orinal a una sirvienta”.

Hay en estas cartas muchos temas más: la vida literaria rusa a lo largo de medio siglo; sus dudas sobre la propia capacidad literaria; sus intervenciones en contra de la pena de muerte… Conocemos a un Tolstói radical, de opiniones extremas, de cambios bruscos, y a la vez una persona de una constante y generosa dedicación a la educación de los hijos e hijas de los campesinos, algo que apenas hacía nadie en Rusia.

Tolstói no estuvo nunca satisfecho de sí mismo. Vivió lejos de la gloria y de la fama que otros, con mucho menos mérito, habrían disfrutado. En su última carta, diecinueve días antes de su muerte, dice a uno de sus hijos: “una vida sin una explicación de su significado y su sentido es una existencia lamentable”.

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