Ciudades de sal

TÍTULO ORIGINALMundun al-milh

GÉNERO

Belaqva. Barcelona (2006). 682 págs. 32 €. Traducción: Anna Gil Bardají.

Abderrahmán Munif nació en 1933 en Jordania, hijo de padre saudí y madre iraquí, y murió en Damasco en 2004. Munif estudió Derecho y Economía, y se especializó en asuntos energéticos. Sólo en su madurez se dedicó a la literatura, aunque cuando lo hizo le fue siempre prolíficamente fiel.

Durante sus años de trabajo como consejero político fue muy crítico hacia los gobiernos árabes, lo que le ganó la enemistad de Arabia Saudí y la retirada de su nacionalidad. Como muchos escritores del siglo pasado despojados de una patria, Munif se refugió en una lengua, en este caso el árabe. En el país de su padre sus novelas siguen prohibidas.

«Ciudades de sal» es una pentalogía gestada entre 1984 y 1989 de la que Belacqva ha editado su primer tomo, «El extravío». Esta primera parte narra la historia de un emirato imaginario, Hudayb, y de una comunidad asentada en las proximidades de un oasis. Desde hace cientos de años sus habitantes conviven como una gran familia, obligados a hacer una causa común de su lucha diaria con el desierto y la escasez. Munif cuenta una historia impregnada de tintes épicos, con personajes generosos y espirituales, estoicos antes que resignados y que bendicen por encima de todo la lluvia, su mayor riqueza y la única que necesitan.

La llegada de empresarios estadounidenses a Hudayb vendrá a alterar la vida de los beduinos, que desconocen que bajo la arena reseca de su poblado se oculta algo más precioso que el agua: el petróleo. Los beduinos ven pasar 20 siglos de historia en un minuto de trabajo de las perforadoras. Pronto serán desterrados de sus casas y convertidos en obreros, y su vida se transforma en un relato de supervivencia para adaptarse al cambio.

«Ciudades de sal» es una obra de gran riqueza literaria, difícilmente encasillable en nuestro concepto moderno y occidental de novela. Sin embargo, su forma no puede ser más adecuada al objeto que quiere relatar, un mundo ajeno a la invención de la escritura, donde el conocimiento se transmite por tradición oral. La manera de narrar es omnisciente, impersonal, siguiendo levemente a los personajes para después disolverse en el eco de la voz de todo un pueblo. Lo único que cabe reprochar es que el retrato de los invasores no sea tan completo y rico como el de los beduinos: los americanos son apenas un fantasma colectivo y carente de rostro.

El libro habla de la desintegración política, económica y geográfica que el descubrimiento del petróleo ha causado en los países exportadores, pero no olvida la desintegración moral y social que sigue a la codicia y la corrupción. Despliega un mapa a escala épica de algo tan paradójico como es el cambio en un mundo inmutable, y muestra cómo en ocasiones sólo la literatura puede evitar que las ciudades de sal desaparezcan en la arena del desierto.

Esther de Prado Francia

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