Barnaby Rudge

Belacqva. Barcelona (2006). 827 págs. 32 €. Traducción: Ramón González Férriz.

TÍTULO ORIGINALBarnaby Rudge

GÉNERO

«Historia de dos ciudades» y «Barnaby Rudge», la quinta novela de Dickens y la menos conocida, son sus únicas obras que no se ambientan en su propia época y que pretenden reflejar acontecimientos históricos. Aunque se le ha reprochado que su confección por entregas le hace perder fuelle (no más que las demás), o se dice que Dickens aún no es el que luego será (yo no lo he notado), en mi opinión se disfruta tanto con ella como con cualquier otra de sus novelas.

La primera parte se desarrolla el año 1775 y tiene lugar sobre todo en Chigwell, un pueblo cercano a Londres. Uno de los hilos románticos de la narración es que, a pesar de su animadversión mutua, el honrado pero brusco Geoffrey Haredale, sospechoso heredero de un hermano suyo asesinado veintidós años antes, y el canalla pero educadísimo lord John Chester se ponen de acuerdo para impedir el noviazgo entre la sobrina del primero, Emma, y el hijo del segundo, Edward.

La segunda mitad tiene lugar cinco años después, cuando estallan en Londres unas algaradas callejeras anticatólicas encabezadas por Lord George Gordon. Ahora los enredos amorosos y el humor tienen menos cabida, pues el autor carga el peso principal del relato en las vívidas descripciones de los disturbios, y su principal interés es subrayar cómo unos malvados astutos en la sombra azuzan a los cabecillas visibles a comportarse violenta y brutalmente.

Como en todo Dickens, la fuerza mayor del relato está, por un lado, en la descripción de ambientes como la posada, la cerrajería o las calles de Londres; y, por otro, en el dibujo de secundarios. La narración está bien entretejida y, como uno espera de Dickens, salpicada de consideraciones bromistas, sensatas y agudas -«nuestros afectos no son tan fáciles de herir como nuestras pasiones, pero el golpe profundiza más y la herida requiere más tiempo para cicatrizarse. El final tampoco sorprende, pues los misterios se aclaran y todos los personajes buenos acaban con sus vidas encauzadas satisfactoriamente»-.

Luis Daniel González

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