El gánster Dwight Manfredi acaba de salir de la cárcel después de 25 años entre rejas. Su regreso no es el esperado, ya que ni su hija ni sus antiguos “compañeros de trabajo” parecen guardarle demasiado afecto. La única posibilidad de redención que le ofrecen es irse a vivir a Tulsa, una ciudad de Oklahoma con poca población que, aparte de petróleo y la música western swing, no parece ser un destino con demasiados alicientes.
A sus 77 años, Sylvester Stallone ha dado una vez más con la tecla en un personaje que le va a la medida. Después de haberse recuperado con dificultad como héroe de acción en revisiones como John Rambo (2008) Rocky Balboa (2007) o la trilogía de Los mercenarios, en esta serie ha dado un giro muy inteligente en su carrera.
Los creadores son los prolíficos Taylor Sheridan (1883, Sicario) y Terence Winter (El lobo de Wall Street, Boardwalk Empire), que demuestran oficio y creatividad para componer un guion que tiene un humor más inteligente y contenido que las autoparodias habituales en las que suele caer últimamente este tipo de actores.
La serie tiene un par de capítulos de relleno y alguna trama demasiado estereotipada (especialmente el romance imposible y previsible entre la policía y el gánster), pero también hay diálogos notables que hacen que la ficción termine siendo un entretenimiento por encima de la media. Sale muy favorecido Garret Hedlund con su personaje de dueño del bar que controla más que nadie la ciudad; es un actor que suele dar la sensación de merecer más tiempo en pantalla.
El diseño de producción y de vestuario hacen que la ciudad de Tulsa sea un personaje más. Una inmersión en la América profunda que da mucho juego al personaje de Stallone y a su improvisada banda de matones.