Este biopic retrata con exquisita sensibilidad los humildes orígenes de Charles Aznavour, hijo de exiliados armenios que encontraron refugio en la Francia de posguerra tras el genocidio armenio. Al abrirse el telón, el joven Charles deja entrever destellos de un talento precoz, cautivando al espectador de inmediato. Desde sus inicios junto a su inseparable Pierre Roche y bajo la tutela de la inalcanzable Édith Piaf, hasta su consagración en el Olympia de París con Sur ma vie, Aznavour se erige como un hito cultural internacional, forjando un camino de sinsabores, pero sostenido por una férrea perseverancia, una profunda pasión y el fiel apoyo de su familia, especialmente de su hermana.
Dirigido con maestría por Mehdi Idir y Grand Corps Malade (Los profesores de Saint-Denis), el filme armoniza una estética refinada con un rigor histórico notable, que plasma un retrato muy humano. La película captura la esencia bohemia que definió a Aznavour, evocada en su icónica La Bohème; y la acertada selección de chansons, junto con una fotografía e iluminación mimadas, recrea tanto momentos mágicos como instantes desgarradores de su vida. Aunque el elenco es brillante, es sin duda Tahar Rahim (La serpiente, The Mauritanian) quien sobresale encarnando al cantante con precisión y transmitiendo su energía, su carácter inconformista y hasta sus gestos.
En suma, la cinta se revela como una creación muy simbólica donde música, arte y espectáculo van de la mano y conforman el corazón inquieto que escribía canciones sobre amor y desamor, pero también tocaba realidades muy ordinarias y suyas. Tal vez por eso tiene tanta fuerza la película, porque es realista y fiel al carisma del “Frank Sinatra francés”. Además, deja un halo de finura y belleza, embriagando a un público que acude no solo un biopic bien hecho, sino también una experiencia de buen cine.