Pierre acaba de perder a su esposa y tiene que ocuparse de la educación de sus dos hijos, ya en edad universitaria. Louis, el menor, no le da ningún problema, pero el otro, Fus, entra demasiado en contacto con grupos violentos de extrema derecha.
El peligro de las bandas radicales se está convirtiendo en un argumento recurrente, especialmente en las producciones europeas de cine y televisión, con el ingrediente añadido, y muy intencionado, de que estos extremismos siempre tienden hacia la misma vertiente ideológica. Jugar con fuego no es ni mucho menos la película que mejor define y resuelve este conflicto dramático, pero tiene dos actores prodigiosos que llevan la historia al drama familiar más que al político-sociológico
Vincent Lindon compone un personaje desbordado, en el que no faltan contrapuntos y evolución. Benjamin Voisin (El extranjero, Las ilusiones perdidas, Verano del 85), uno de los actores jóvenes más consolidados del cine francés actual, desarrolla un perfil tan críptico como fascinante en su conflicto interior de adolescente tardío entre dos mundos.
La película conmueve gracias a la sinceridad de las interpretaciones, un guion que sabe transmitir desde la sutileza y una planificación muy cercana físicamente a los personajes. Las hermanas Coullin, directoras y guionistas, realizan de esta manera su mejor trabajo de ficción hasta la fecha, después de algunos intentos fallidos (La escala, 17 filles). La historia impacta y duele, pero permite al espectador ahondar en la educación de los hijos, y en la libertad y responsabilidad como bases fundamentales de cualquier pedagogía.
