Un sastre inglés (o un cortador de tela, como apostilla en varias ocasiones durante la película), intermediario de los pagos a la mafia de los vecinos de un barrio de Chicago en los años 50, se ve inmerso en un conflicto violento por la hegemonía entre dos familias de gánsteres.
Ópera prima en la dirección de Graham Moore, novelista y artífice del guion de The Imitation Game, con el que ganó el Oscar en 2014. El film se desarrolla como un thriller intenso, con una trama que se desvela paulatinamente, con giros que mantienen activo y encandilado al espectador. Lo cual tiene mérito, ya que, construida como una obra teatral, transcurre íntegra en la sastrería del protagonista. La historia es consistente, aunque quizá peca en el final de una cierta inverosimilitud y rebuscamiento, con el objetivo de buscar la sorpresa.
Sin duda, la película destila elegancia, en consonancia con el guion. Tiene un diseño sobrio y clásico. En ese despliegue dramático destacan las brillantes interpretaciones, tanto de actores jóvenes cada vez más asentados en papeles importantes (Johnny Flynn: Emma; Zoey Deutch: Rebelde entre el centeno) como de secundarios solventes (Simon Russell Beale: La muerte de Stalin). Merece especial mención la interpretación de Mark Rylance en su primer papel protagonista en el cine. Su trayectoria desde el Óscar por El puente de los espías, en 2015, ha sido ascendente, y ha podido seleccionar con mimo algunos papeles secundarios en los que ha destacado (Dunkerque, El juicio de los 7 de Chicago). Es una gran elección para esta cinta, tanto por su experiencia teatral (desarrolló gran parte de su vida profesional interpretando obras de Shakespeare), como por el estilo sofisticado e intelectual que imprime en el protagonista.
Por último, también merece la pena subrayar la banda sonora de Alexandre Desplat. No en vano, este compositor ha sido nominado 11 veces al Óscar y lo ha ganado en dos: por El Gran Hotel Budapest (2014) y La forma del agua (2017). Como siempre, las piezas son discretas, pero muy adecuadas en cada momento, consiguiendo multiplicar la emoción y delicadeza del relato.
