Bobby

Director y guionista: Emilio Estévez. Intérpretes: Anthony Hopkins, Helen Hunt, William H. Macy, Martin Sheen, Sharon Stone. 120 min. Jóvenes-Adultos. (S)

DIRECCIÓN

GÉNEROS

El 5 de junio de 1968, después de pronunciar en el hotel Ambassador un discurso de agradecimiento a sus seguidores, moría asesinado Robert Kennedy. Acababa de ganar las primarias en California y se había convertido en la gran esperanza de regeneración política de la sociedad americana.

Emilio Estevez recrea en Bobby las últimas 24 horas de esta esperanza a través de las historias entrelazadas de 22 personajes que, por diferentes motivos, estaban en el hotel durante el discurso final de Robert Kennedy.

La historia del asesinato de un político demócrata católico, contada por un director tan cercano a sus planteamientos, corría el riesgo de convertirse en un film político, y pocos géneros son tan traicioneros como éste, donde es sumamente fácil caer en la trampa del activismo o la militancia. Por otra parte, el reclamo del paralelismo entre la situación actual de EE.UU. y la de 1968 -con una guerra que desangraba al país- era muy goloso. Pero Estevez no es Michel Moore y en Bobby ha demostrado una gran perspicacia apartándose de estas premisas para rodar una película coral. Más que hablar de Kennedy habla de lo que Kennedy representaba para muchos ciudadanos americanos, que son los verdaderos protagonistas de la cinta.

Se entiende que Estevez sufriera un proceso de bloqueo creativo mientras escribía el guión de Bobby: no debe ser nada fácil levantar historias convincentes para 22 personajes. Al final, no sólo lo consiguió sobre el papel sino que convenció a un reparto estelar que literalmente borda sus magníficos personajes.

A través de estos personajes y sus historias, Estevez hace una radiografía dura pero real y cercana donde no falta de casi nada: vanidad, ego, racismo, injusticia, insatisfacción, infidelidad… y se acaba buscando el remedio en casi todo: la droga, el sexo, el alcohol, la espiritualidad, la política o la religión. El soberbio final, rodado como tragedia pero también como catarsis, sirve para colocar las cosas en su sitio y es -a pesar de todo, incluso del asesinato del líder- un canto a la esperanza y a la confianza en el ser humano.

Todo esto se muestra sin demasiada tesis, con un ritmo ágil, unos atinadísimos diálogos y un admirable montaje -del premiadísimo Richard Chew- que, además de eficaz es elegante y cuenta con la inteligencia de los espectadores. Ah, y con solo 10 millones de dólares.

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