Una pastoral para todas las situaciones

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El deseo de formar familia sigue vivo, pese a los obstáculos de una época que consagra el individualismo. La Iglesia, en este contexto, debe estar lista para acompañar tanto a quienes desean unirse en matrimonio sacramental, como a quienes viven en situaciones donde aún no se alcanza esa plenitud. Así lo refleja la Relatio Synodi, el documento final del Sínodo Extraordinario sobre la Familia, que fue votado el sábado 19 de octubre punto por punto por los obispos participantes.

El documento, que consta de tres partes y 62 puntos, será enviado a las Conferencias Episcopales, con vistas a preparar el Sínodo Ordinario sobre la Familia, que se celebrará en octubre de 2015. Su función es “proponer cuestiones e indicar perspectivas que deben ser maduradas en las Iglesias locales durante el año que falta hasta el Sínodo”.

Las familias católicas “en virtud de la gracia del sacramento nupcial están llamadas a ser sujetos activos de la pastoral familiar”

El contexto sociocultural

Los padres sinodales realizan en la primera parte un diagnóstico del contexto sociocultural en el que se plantean hoy los problemas de la familia. Señalan las ventajas de que existan, al menos en algunas regiones del mundo, una amplia libertad de expresión y el reconocimiento de los derechos de mujeres y niños. Sin embargo, a lo positivo contraponen “el creciente peligro de un individualismo exacerbado que desnaturaliza los vínculos familiares y termina por considerar a cada miembro de la familia como una isla”. A este se añade “la crisis de fe que ha afectado a tantos católicos y que a menudo está en el origen de la crisis del matrimonio y de la familia”.

Según los contextos culturales y religiosos, aparecen otros problemas: la práctica de la poligamia, la costumbre del “matrimonio por etapas”, los matrimonios arreglados entre familias, los matrimonios entre cónyuges de distinta fe, o la difusión de la cohabitación que precede al matrimonio o de convivencias que no están orientadas a asumir un vínculo formal. A esto hay que añadir a menudo una legislación civil que pone en peligro el matrimonio y la familia.

Muchas veces estas situaciones repercuten en los hijos, que nacen fuera del matrimonio, o son víctimas de la separación de los padres o se convierten en objeto de disputa. También en muchos contextos “la mujer es discriminada e incluso el don de la maternidad es a menudo penalizado en vez de ser presentado como un valor positivo”.

Una dimensión nueva de la pastoral familiar actual consiste en prestar atención a las personas que viven en matrimonio civil y en cohabitación, para acompañarlas hacia el matrimonio cristiano

Dentro del contexto sociocultural, los obispos subrayan también la cuestión de la fragilidad afectiva: “una afectividad narcisista, inestable y cambiante”. En este contexto, “las parejas están a veces inciertas, dubitativas y les cuesta encontrar los modos para crecer”. “Muchos tienden a quedarse en los primeros estadios de la vida emocional y sexual”.

Además, la sensación de impotencia ante las dificultades económicas, la inseguridad laboral, y el abandono y la falta de atención por parte de las instituciones, están incidiendo en una crisis demográfica, motivada por el descenso de la natalidad, lo que debilita el tejido social y hace peligrar la relación intergeneracional.

El necesario ejemplo de los casados

En este contexto, la Iglesia siente la necesidad de revalidar la vigencia del matrimonio cristiano como continuación del matrimonio natural. Cristo le devuelve su forma original, otorgando a los cónyuges la gracia para testimoniar el amor de Dios y vivir la vida de comunión.

Por ello, en la segunda parte del documento, los padres sinodales subrayan que “la indisolubilidad del matrimonio no debe entenderse como un yugo impuesto a los hombres, sino como un don hecho a las personas unidas en matrimonio”: el del acompañamiento de la gracia, que sana y transforma los corazones endurecidos. “Dios consagra el amor de los esposos y confirma su indisolubilidad, ofreciéndoles su ayuda para vivir la fidelidad, la integración recíproca y la apertura a la vida”, señalan.

Se subraya la necesidad de mejorar los programas específicos de preparación para el matrimonio

Al mismo tempo que se alegran con las familias que siguen fieles a las enseñanzas del Evangelio, los obispos manifiestan también su preocupación por las familias “heridas y frágiles”. La Iglesia, “aun reconociendo que para los bautizados no hay más vínculo matrimonial que el sacramental, y que toda ruptura de él va contra la voluntad de Dios”, quiere también “acompañar con misericordia y paciencia las posibles etapas de crecimiento” de las personas frágiles que encuentran dificultades en el camino de la fe.

Entre estas se encuentran los que solo han contraído matrimonio civil, los divorciados vueltos a casar, o los que simplemente conviven. Por eso los obispos advierten que “una dimensión nueva de la pastoral familiar actual consiste en prestar atención a la realidad de los matrimonios civiles entre hombre y mujer, de los matrimonios tradicionales y, atendiendo a las debidas diferencias, también de la cohabitación. Cuando la unión alcanza una notable estabilidad a través de un vínculo público, cuando se caracteriza por un afecto profundo, por la responsabilidad hacia los hijos, por la capacidad de superar las pruebas, puede ser vista como una ocasión que debe ser acompañada en su desarrollo hacia el sacramento del matrimonio”.

La Iglesia debe acompañar con misericordia a sus hijos más frágiles. Pero “consciente de que la misericordia más grande es decir la verdad con amor, vayamos más allá de la compasión”. El amor misericordioso “invita a la conversión”, así como Cristo no condena a la mujer adúltera, pero la invita a la conversión.

La ayuda de otros matrimonios

En su parte tercera el documento aborda las perspectivas pastorales para afrontar estas tareas.

La Iglesia debe acompañar con misericordia a sus hijos más frágiles, pero “consciente de que la misericordia más grande es decir la verdad con amor”

De una parte, se subraya la necesidad de mejorar los programas específicos de preparación para el matrimonio, que partan de una genuina experiencia de participación en la vida eclesial, así como la de acompañar a las parejas que atraviesan dificultades en su vida matrimonial, y a los recién casados, a quienes matrimonios con mayor experiencia pueden servir a apoyo.

De hecho, advierten que “sin el testimonio gozoso de las parejas casadas y las familias (…) la proclamación, incluso si es correcta, es probable que sea incomprendida o que se ahogue en el mar de palabras que caracteriza a nuestra sociedad”. Por eso los obispos insisten en que las familias católicas “en virtud de la gracia del sacramento nupcial están llamadas a ser sujetos activos de la pastoral familiar”.

Atención a los divorciados

El apoyo y la escucha atenta también han de dirigirse a los cónyuges separados, a los divorciados, a los abandonados. La Iglesia repara en todos aquellos que han sido objeto de injusticias, como en quienes han debido tomar distancia del cónyuge por los malos tratos que han hecho imposible continuar la convivencia.

A ellos, el Sínodo les invita a hacer un camino hacia el perdón por medio de la gracia, sabiendo que perdonar una grave injusticia no es fácil, al tiempo que plantea la necesidad de un ministerio de la reconciliación y la mediación a través de centros de asesoramiento especializados que se establecerán en la diócesis.

Asimismo, dedican especial atención al acompañamiento pastoral que ha de darse a las familias monoparentales, con énfasis en aquellas formadas por mujeres que llevan solas la responsabilidad del hogar y la crianza de los hijos.

En cuanto a estos últimos, se subraya que no pueden convertirse en modo alguno en “objeto” de disputas entre sus progenitores divorciados, sino que debe ayudárseles a superar el trauma de la separación y a crecer de modo sereno.

Por otra parte, el texto recomienda un “atento discernimiento” y un acompañamiento a los divorciados vueltos a casar. Se les ha de animar a participar activamente en la vida de la comunidad cristiana, sin que ello represente una cesión del principio de la indisolubilidad matrimonial.

Los puntos no aprobados

Uno de los aspectos sobre los que no se alcanzó consenso tocó precisamente el acceso o no de los divorciados vueltos a casar a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.

El texto constata que diversos padres “han insistido a favor de la disciplina actual, como consecuencia de la relación constitutiva entre la participación en la Eucaristía y la comunión con la Iglesia y su enseñanza sobre la indisolubilidad del matrimonio”. Otros se han manifestado a favor de que en algunas situaciones particulares, sobre todo cuando se trata de casos irreversibles y cuando hay obligaciones hacia los hijos, los divorciados vueltos a casar puedan participar en los sacramentos, después de una etapa penitencial.

Esta proposición –la nº 52– fue en la que hubo más discrepancia: 104 votos positivos frente a 74 negativos, con lo que no se cumplió el requisito de los dos tercios para su aprobación. Pero no se puede saber si los votos negativos proceden de los que piensan que se concede demasiado o más bien poco.

Otro punto de controversia fue el relacionado con la atención pastoral concreta a los homosexuales en la comunidad cristiana. El texto afirma, en consonancia con el Catecismo de la Iglesia Católica, que estas personas “deben ser acogidas con respeto y delicadeza”. Pero a la vez recuerda que “no existe fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia”. Se observa que ha desaparecido de la relación final alguna frase que aparecía en el documento de trabajo tras el primer debate, y que había sido criticada en los círculos menores por no reflejar bien la discusión. En cualquier caso, tampoco este texto obtuvo la suficiente aprobación (118 votos a favor y 62 en contra).

Los prelados alertaron, además, acerca de las presiones “totalmente inaceptables” que los pastores están recibiendo en este asunto, así como de la creciente tendencia de los organismos internacionales a condicionar la ayuda financiera a los países pobres a la introducción de leyes a favor del “matrimonio” homosexual.

La transmisión de la vida

Finalmente, los padres sinodales se refieren a la transmisión de la vida en la familia, y detectan la difusión de una mentalidad que ve a los hijos simplemente como “una variable del proyecto individual o de la pareja”. En cambio, la Iglesia recuerda que “la apertura a la vida es exigencia intrínseca del amor conyugal”, y apoya a las familias que acogen a un hijo discapacitado o que adoptan a niños huérfanos y abandonados.

Al referirse a la natalidad, el texto invita a “redescubrir el mensaje de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI, que subraya la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la valoración de los métodos de regulación de la natalidad”. También menciona a este respecto que la adecuada enseñanza de los métodos naturales “ayuda a vivir de manera armoniosa y responsable la comunión entre los esposos, en todas sus dimensiones, junto a la responsabilidad generativa”.

El Sínodo ha querido publicar también las votaciones sobre cada uno de los 62 números de la Relación. Esto permite observar que la unidad de criterios es mucho mayor de la que a veces se ha transmitido en las informaciones de la prensa. Casi todos los puntos han sido aprobados por amplias mayorías, superiores a los dos tercios. Donde se ha dado más disparidad de criterios es en los puntos que se refieren a la pastoral con los que viven en matrimonios civiles o en cohabitación, el acceso a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar y la acogida de las personas de orientación homosexual.

Las “tentaciones” del Sínodo

En su discurso al término de la última sesión del Sínodo, el Papa dijo que las intervenciones en el Sínodo se han sucedido “sin poner nunca en discusión las verdades fundamentales del sacramento del matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la apertura a la vida”.

Los debates sobre distintos temas, añadió Francisco, no deben tomarse como signo de división o motivo de inquietud. “Tantos comentaristas, o gente que habla, han creído ver una Iglesia en litigio, donde una parte está contra la otra, hasta dudar del Espíritu Santo, el verdadero promotor y garante de la unidad y de la armonía en la Iglesia”.

En las reflexiones del Sínodo pueden interponerse distintas “tentaciones”. Una, dijo el Papa, es la “rigidez hostil”: “querer encerrarse en lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el Dios de las sorpresas (el espíritu); es la tentación de los hoy llamados “tradicionalistas”. Otra es la del “buenismo destructivo, que en nombre de una misericordia engañosa venda las heridas sin antes curarlas y aplicarles medicina”: es propia de los “progresistas y liberales”. Está además la tentación de “descender de la cruz, para contentar a la gente”, de “acomodarse al espíritu mundano en vez de purificarlo y acomodarlo al Espíritu de Dios”.

Pero son dificultades normales, y “era necesario vivir todo esto con tranquilidad, con paz interior, también porque el Sínodo de desarrolla cum Petro et sub Petro, y la presencia del Papa es garantía para todos”. Así, “la Iglesia es de Cristo (…) y todos los obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro, tienen el cometido y el deber de custodiarla y servirla, no como amos sino como servidores. El Papa, en este contexto, no es el señor supremo sino más bien el supremo servidor: el servus servorum Dei, el garante de la obediencia y de la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia, dejando a un lado todo criterio personal, siendo a la vez –por voluntad de Cristo mismo– el ‘Pastor y Maestro supremo de todos los fieles’ (Código de Derecho Canónico, can. 749)”.

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