Se reanuda el diálogo entre católicos y ortodoxos

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Las relaciones entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa son buenas a nivel internacional, pero persisten las tensiones en el ámbito local, es decir, en los países de la Europa Central y del Este, donde existen comunidades católicas de rito oriental que se han demostrado especialmente activas tras la caída de los regímenes comunistas.

El estudio de los problemas de convivencia que obstaculizan la unidad, y de sus raíces teológicas, fue el tema central de la séptima reunión plenaria de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre ambas confesiones, que se celebró en la localidad libanesa de Balamand del 17 al 24 de junio.

En la reunión, prevista inicialmente para el año pasado, pero retrasada ante el clima de tensión, participaron delegados de nueve de las quince Iglesias ortodoxas existentes en el mundo, y una delegación católica integrada por 24 miembros. Los principales ausentes fueron los ortodoxos de Grecia y de Serbia, quienes manifestaron así su protesta contra la Iglesia Católica.

La Comisión examinó un documento de trabajo en el que se señala que la unidad querida por Cristo para su Iglesia debe pasar «a través de una búsqueda común del pleno acuerdo sobre la fe, y no por medio de la conversión de las personas de una Iglesia a la otra. Este último tipo de apostolado misionero, que ha sido llamado ‘uniatismo’, no puede ser ya aceptado ni como método ni como modelo de unidad».

El Card. Edward Cassidy, que encabezó la delegación católica en calidad de presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, expresó su esperanza de que ese documento sea un buen punto de partida para relanzar el diálogo. El texto deberá ahora ser ratificado por las autoridades de las respectivas Iglesias.

La preocupación ecuménica fue subrayada por Juan Pablo II durante las celebraciones de San Pedro y San Pablo, fiesta en la que, como es tradicional, visita Roma una delegación del Patriarcado ortodoxo de Constantinopla. El Papa dijo que «la unidad entre los cristianos se presenta, al final de este segundo milenio, como un particular imperativo de la fe», un deseo que debe ser «mayor que las experiencias del pasado, causadas por debilidades humanas».

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