Rezar por televisión

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Uno de los efectos colaterales de la atención de los media a los últimos días de Juan Pablo II ha sido ver en la televisión gente que reza. Parecía una especie en peligro de extinción, con la diferencia de que el lince preocupaba más. Fuera de las esporádicas retransmisiones de ceremonias litúrgicas, donde los protagonistas son eclesiásticos, se diría que la gente corriente que reza era invisible, a no ser que subsistiera como una sociedad secreta de los últimos templarios. ¿Cuándo es la última vez que vio rezar a alguien en una serie de televisión?

Y, de repente, estaban ahí, rezando en la plaza de San Pedro, o en las iglesias de tantas partes del mundo. Y no solo sacerdotes y monjas. También esa chica con los ojos brillantes de lágrimas, y el tipo duro con la mochila, y la familia con los niños y el grupo de jóvenes sentados en círculo. Gente que rezaba moviendo los labios o recogida con la cara entre las manos. Tipos de a pie que declaraban que habían venido a rezar, no ya por la salud del Papa, sino para acompañarle con su oración. Nadie les había convocado; vinieron y rezaron por propia iniciativa, como quien hace algo que es normal en su modo de conducirse.

¡Y los rosarios! Nadie sospechaba que hubiera tantos rosarios en bolsos femeninos junto al lápiz de labios y en el fondo de bolsillos de tíos con barba. Juan Pablo II, que proclamó un Año del Rosario y se inventó cinco nuevos misterios, puede estar contento. A este paso, pronto las telefónicas ofrecerán rezar el rosario por móvil.

¿Por qué nunca sale gente rezando en televisión, ni en reportajes, ni en los «reality» ni en la ficción? Sí, es verdad, rezar es algo muy íntimo, que uno no va exhibiendo por ahí. Pero lo mismo ocurre con otras intimidades que la pequeña pantalla y la grande no se privan de reflejar. Y, en fin, quizá fuera por la falta de costumbre, pero estas imágenes de gente rezando tenían ese impacto de lo original y lo auténtico que ya no se encuentra en otras escenas íntimas. Se comprende que el tipo de gente que quiere triunfar en el «Big Brother» no suele rezar ante la cámara; pero a lo mejor a un guionista de TV se le podría ocurrir presentar a un personaje que reza, aunque solo sea en esos momentos en que es el último recurso.

No sería nada artificial. Si alguien se molestara en encargar una encuesta para preguntar a la gente si reza y cuándo, quizá nos sorprenderíamos de las respuestas. Sin duda hay mucha más gente que reza que practicantes de yoga o pilates. Solo falta que nuestras televisiones sean realmente desinhibidas y se atrevan a reflejarlo con naturalidad.

Ignacio Aréchaga

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