¿Qué queda del antisemitismo polaco?

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Varsovia. Si preguntáramos a un europeo medio qué país le viene a la cabeza al oír la palabra «antisemitismo», seguramente respondería: Polonia. El estereotipo de polaco es: derechista-católico-homófobo-antisemita. Sin embargo, la cuarta parte de los condecorados con la medalla de «Justo entre las Naciones del Mundo» del Instituto Yad Vashem por ayudar a los judíos durante el Holocausto son polacos, y hoy Polonia es el país europeo con mejores relaciones con Israel.

La «Resolución del Parlamento Europeo sobre el aumento de la violencia racista y homófoba en Europa», aprobada el pasado 15 de junio, expresa la profunda preocupación por el aumento general de la intolerancia racista, xenófoba, antisemita y homófoba que supuestamente tiene lugar en Polonia. A veces son incluso apreciados investigadores los que se permiten interpretaciones de este tipo: el historiador estadounidense Tony Judt, en un ensayo publicado en «New York Review of Books», menciona el antisemitismo como una de las «características tradicionales» de la nación polaca, junto al clericalismo y al chovinismo.

Relaciones cada vez mejores

Sin embargo, Szewach Weiss, político israelí y embajador de Israel en los años 2000-2003, declara al periódico «Rzeczpospolita» que no hay duda de que las relaciones entre polacos y judíos son cada vez mejores. «Evidentemente, la situación es más difícil en los Estados Unidos, pues es innegable que entre los judíos emigrados después de la II Guerra Mundial creció un fuerte sentimiento antipolaco. Pero poco a poco incluso este prejuicio va cambiando». Weiss también opina que el antisemitismo en Polonia es un problema marginal, aunque molesto, y afirma que los estereotipos que presentan a Polonia como país antisemita son ignominiosos.

Recuerda que Polonia se negó a colaborar en el Holocausto y añade que es uno de los pocos países de la UE que está del lado de Israel y que prácticamente no hay ataques a los judíos en ese país. En su opinión, todo esto es fruto del esfuerzo que ambas partes han desarrollado en los últimos años, y aquí menciona el diálogo entre catolicismo y judaísmo, los encuentros entre jóvenes polacos y judíos, las «Marchas de los supervivientes» a los antiguos campos de concentración Auschwitz-Birkenau, la restauración de sinagogas…

Michael Schudrich, rabino principal de Polonia, manifestaba recientemente que países que se suelen relacionar con el antisemitismo, entre ellos Polonia, en realidad no son así.

«El mundo cambia continuamente y lo que era una realidad hace 80 años ya es sólo un recuerdo. Pienso que las enseñanzas de Juan Pablo II han influido mucho en la percepción que los polacos tienen de los judíos», dice Schudrich. Incluso el ataque del que fue objeto hace unos meses en una calle de Varsovia por parte de un desequilibrado y que hizo correr ríos de tinta en todo el mundo, le confirma en sus opiniones: «Llevo tantos años aquí ¡y es la primera vez que ocurre! Sin embargo, lo más importante fue la reacción de la sociedad y de los mandatarios polacos que, al arrestar rápidamente y juzgar con severidad al agresor, demostraron que en Polonia no hay lugar para el antisemitismo».

La historia irreconocible

No son sin embargo los tópicos del presente los que despiertan mayor recelo. Los polacos se enfrentan con lo que interpretan como pruebas de falsear la historia de su país en el siglo XX, especialmente en lo que se refiere al Holocausto. En su último libro «Fear», el escritor Jan Tomasz Gross asegura que los polacos ayudaron a los nazis a exterminar a los judíos. De paso los despojaron de sus posesiones y ocuparon sus puestos de trabajo. Tras la guerra, para evitar las consecuencias de sus crímenes, trataron como enemigos a aquellos hebreos que sobrevivieron milagrosamente a la catástrofe. En el mejor de los casos los expulsaban de sus propias casas y en el peor los asesinaban uno a uno o colectivamente, como en la ciudad de Kielce en julio de 1946. Para él, los polacos son una muestra de antisemitismo patológico incurable.

El historiador Marek Jan Chodakiewicz, doctor por la Universidad de Columbia, afirma que este punto de vista se debe tanto a las fuentes históricas accesibles en Estados Unidos y en otros países como al método empleado por Gross. En muchos círculos de Europa y América cada vez con más frecuencia se acepta la tesis de que una de las causas del Holocausto fue el antisemitismo polaco. Cientos de los llamados «libros de la memoria» («yizkor bukher») relatan ataques en masa de polacos a judíos, despidos laborales, etc. Estas opiniones aparecen también en miles de diarios de judíos. Y en Occidente dichos materiales son hoy en día los documentos más importantes para investigar la historia judía, y en especial el genocidio. Pero a menudo se pasa por alto la necesidad de un análisis riguroso de los documentos y se ignora la fragilidad de la transmisión oral de acontecimientos históricos.

Expresiones al menos ambiguas sobre el comportamiento de los polacos durante el Holocausto aparecen con cierta frecuencia en la prensa europea, americana, israelí y aun en la web del Centro Simon Wiesenthal. Por este motivo, el diario «Rzeczpospolita» se decidió a poner en marcha una campaña llamada «Contra los ‘campos polacos'» que tiene como principal objetivo eliminar las fórmulas erróneas y ofensivas contra Polonia, y especialmente construcciones del tipo «campos de concentración polacos». Podría pensarse que los polacos exageran en su susceptibilidad, pero, por poner un ejemplo, a nadie se le ocurre hablar de la base militar americana en Guantánamo como de una «base cubana».

Convivencia difícil

El citado Chodakiewicz define con precisión el enfoque de Gross: «Condena todo lo que no es secular, de izquierda y liberal. El origen del mal, de los prejuicios antisemitas y de la violencia que de ellos resulta son la religión cristiana, la tradición y el patriotismo, así como las instituciones y personas ligadas a éstos: la Iglesia católica y el clero, los «scouts», la resistencia polaca, el gobierno polaco en el exilio.»

La convivencia entre polacos y judíos una vez renacida la República de Polonia en 1918 no era sencilla, pero dista mucho de la imagen que Gross presenta. Aunque existía un cierto grupo de judíos asimilados, que mayoritariamente formaban parte de la «intelligentsia» en las ciudades, el grueso de las dos comunidades, judía y polaca, seguía viviendo en dos mundos distintos y ninguna de ellas estaba interesada en conocer a la otra. Es innegable que existía una rivalidad, quizá primariamente en el campo económico, que provocaba a veces tensiones.

Chodakiewicz, en su libro «Judíos y polacos 1918-1955: Coexistencia, Holocausto, Comunismo» explica que a una gran parte de los polacos de esa época, orgullosos del resurgimiento de su Estado, les resultaba irritante la indiferencia que advertían en conciudadanos de origen judío, ucraniano o alemán respecto a la reaparición del país después de casi ciento cincuenta años de dominio ruso, prusiano y austriaco. Hubo episodios lamentables, como el intento de introducir un «numerus clausus» de un 10% para los judíos en las universidades en 1937 (proporción correspondiente a la de judíos en la población del país), y también esporádicos enfrentamientos entre jóvenes pertenecientes a milicias de agrupaciones políticas judías y polacas.

Lo que desde luego no se puede afirmar es que el antisemitismo polaco recayera en indefensos ciudadanos, y menos aún que el Estado fuera sordo a la violencia proveniente de cualquiera de las partes.

Judios y comunistas

Complicaba la situación el que una minoría dentro de la población judía participara activamente en la propagación del movimiento comunista. Hasta el 70% de los mandatarios del minúsculo partido comunista disuelto por Stalin en 1938 lo constituían personas de procedencia judía. A pesar de ser poco numerosos, el internacionalismo y la admiración por la Unión Soviética que profesaban, en el contexto de la guerra polaco-bolchevique de 1919-1921, no podían ser vistos con buenos ojos por los polacos. Podemos encontrar aquí una de las causas del nacimiento de otro mito, parejo al del antisemitismo polaco: el judeocomunismo.

Después de la guerra los mismos comunistas admitían que la excesiva presencia de judíos en el partido causaba aún más recelo en los polacos. Curiosamente, las luchas intestinas entre los comunistas polacos provocaron en 1968 la única expulsión de judíos en toda la historia de Polonia.

En cuanto a la parte de responsabilidad polaca en el Holocausto, la perspectiva es otra si se tiene en cuenta que Polonia era el único país ocupado en el que los nazis ejecutaban de inmediato a toda la familia de quien prestara cualquier tipo de ayuda a los judíos. A pesar de eso existen incontables testimonios de cooperación con hebreos, documentos que serían muchos más si no lo hubiese impedido el aparato comunista: la ayuda prestada a los judíos provenía en numerosas ocasiones de personas pertenecientes al movimiento de resistencia polaco, que en su inmensa mayoría era contrario al nuevo sistema impuesto por la URSS tras el conflicto. Con todo, cerca de seis mil polacos han recibido la medalla de «Justo entre las Naciones del Mundo» del Instituto Yad Vashem, lo que constituye más de la cuarta parte de los condecorados.

Higinio Paterna

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