Progreso científico sin retroceso religioso

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En torno a un libro-encuesta de José María Gironella
En su reciente libro Nuevos 100 españoles y Dios (1), José María Gironella plantea a los personajes entrevistados siete preguntas. Dos de ellas se refieren a las relaciones entre ciencia y religión. No es que la muestra de personajes permita sacar una ley general. Pero puede servir para ver hasta qué punto personas de formación científica encuentran o no mayores dificultades para aceptar las creencias religiosas.

Desde hace varias décadas, estudio con especial interés las relaciones entre ciencia y religión. Con frecuencia me preguntan qué opinan los entendidos. Por tanto, cuando cayó en mis manos el libro de Gironella, centré mi interés en las preguntas que van en esa línea.

Cuando había leído unas pocas respuestas, me pareció advertir que los entrevistados que son científicos o han estudiado ciencias no ven ninguna oposición entre ciencia y religión, y que, por el contrario, quienes piensan que esa oposición existe son personas que, aunque sean cultas, no se han dedicado a la ciencia. Me pareció interesante comprobar si esta hipótesis era válida, y me dediqué a ponerla a prueba estudiando todas las respuestas. Mi conclusión fue que la hipótesis se sostiene bastante bien.

Una encuesta dentro de la encuesta

No pretendo que esa conclusión tenga un valor general. Primero, porque sólo se basa en las respuestas de 100 personas y, además, se refiere únicamente a algunas de ellas: por una parte, a los científicos profesionales (y personas con formación científica universitaria), y por otra, a quienes, sin ser científicos, piensan que la ciencia se opone a la religión. Además, sólo me he fijado en las relaciones entre ciencia y religión en general, dejando de lado aspectos más particulares. Aun con todo, me parece que se trata de una conclusión que tiene interés.

En el libro de Gironella, solamente 3 entrevistados son presentados como científicos: Fernando Jiménez del Oso, que es médico psiquiatra; Federico Mayor Zaragoza, catedrático de bioquímica; y Vladimir de Semir, matemático y periodista científico. Parece lógico ampliar la lista con 6 médicos en ejercicio (doctores, profesores y especialistas), y así resultan 9 en total.

Podríamos añadir otras 13 personas que son catedráticos o licenciados en economía, ingenieros industriales, o doctores o licenciados en ciencias, aunque algunas de ellas ejerzan otras profesiones. Así, la lista total se eleva a 22 (2).

Desde luego, esas 22 personas no son, ni lo pretenden ser, los representantes de la ciencia: simplemente, son las que tienen una relación más directa con el mundo científico entre las 100 escogidas por Gironella, que pertenecen a las más variadas profesiones.

Existen libros, semejantes al de Gironella, en los que se entrevista solamente a científicos y, además, las preguntas se refieren exclusivamente a las relaciones entre ciencia y religión. En esos libros hay respuestas para todos los gustos, lo cual muestra que la ciencia no es un factor decisivo para la creencia o la increencia. Al tomar como base el libro de Gironella, la reflexión adquiere un matiz especial: muestra que, entre personas con un impacto social importante, las que tienen mayor relación con el mundo de la ciencia suelen ser las que no ven dificultades para compaginar la ciencia y la religión.

Me parece posible afirmar que, por el contrario, quienes afirman que existen serias dificultades para compaginar ciencia y religión, suelen tener poca o ninguna relación con la ciencia. Sin embargo, dejo esa comprobación al lector, si desea hacerla.

Armonía entre ciencia y fe

Veamos algunos números significativos para mi encuesta particular y fáciles de resumir. De las preguntas planteadas por Gironella, la primera se refiere a la existencia de Dios, la segunda a la existencia en nosotros de algo que sobrevive a la muerte temporal y la tercera a la divinidad de Jesucristo.

El resumen sobre estas tres preguntas es bastante sencillo. De las 22 personas, 13 responden afirmativamente a las tres preguntas: son las que afirman la divinidad de Jesucristo y, como es lógico, afirman también la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Otras 4 responden negativamente a las tres preguntas. Las 5 restantes son las que oscilan: por ejemplo, 3 de ellas afirman la existencia de Dios, pero se dividen o encuentran dificultades para admitir la inmortalidad del alma y la divinidad de Jesucristo.

Es claro que la verdad sobre estas preguntas no depende de una encuesta, aunque fuese mucho más amplia. Pero lo que se desprende de estos datos es que la gran mayoría de los entrevistados que tienen o han tenido contacto más directo con la ciencia coinciden en señalar que ciencia y religión no se oponen, e incluso son complementarias (ver anexo). Esa coincidencia resulta especialmente significativa si se tiene en cuenta que esas personas no coinciden al valorar aspectos más concretos del cristianismo.

Personalmente, la conclusión me parece lógica. La época de los conflictos entre ciencia y religión, cuando algunos afirmaban que la ciencia se oponía a la fe e incluso la acabaría destruyendo, pertenece al pasado. Hoy día nadie que esté medianamente informado sostendrá esa opinión.

La superación del positivismo

Sin duda, subsisten puntos en los que es necesario realizar un esfuerzo para comprender la armonía entre ciencia y fe. Pero si nos limitamos a los aspectos básicos, puede decirse que el espectacular progreso de las ciencias más bien invita a plantear las cuestiones religiosas sobre una base cada vez más amplia y más interesante. De hecho, son muy abundantes las publicaciones actuales donde científicos, filósofos y teólogos estudian esta temática, y el creciente interés que suscitan muestra que los avances de la ciencia, lejos de arrinconar a la religión, le proporcionan nuevas alas.

En contra de las tesis positivistas, la religión no se basa en la ignorancia humana, en cuyo caso el progreso bastaría para dejarla fuera de juego. Las cuestiones religiosas se encuentran inscritas en el corazón humano y afectan a sus aspiraciones más fundamentales, que no pueden ser resueltas sólo por la ciencia, y remiten a experiencias y a reflexiones que se encuentran en el ámbito propio de la religión.

La tesis positivista no permite comprender que en nuestra época, una vez que se ha conseguido un avance científico y técnico mayor que nunca, la religión continúe estando ampliamente presente, también en la vida de muchas personas que se dedican profesionalmente a la ciencia. Además, puede mostrarse que el positivismo es demasiado superficial, porque la ciencia, si bien tiene una autonomía propia, se relaciona estrechamente con ideas filosóficas: la ciencia tiene unos supuestos filosóficos sin los cuales ni siquiera podría existir, y el progreso científico retroactúa sobre esos supuestos, ampliándolos y precisándolos.

En el ámbito de la filosofía de la ciencia actual, la tesis positivista aparece como demasiado simple y casi nadie está dispuesto a defenderla. En el ámbito de los especialistas, el positivismo no merece ningún crédito, y se acepta que ciencia y religión responden a dos perspectivas diferentes pero complementarias.

Desacreditado, pero influyente

Sin embargo, el positivismo no está muerto. Ni mucho menos. Quizá esté desacreditado como interpretación doctrinal, pero su idea básica influye hoy más que nunca. No son pocos los que consideran que las preguntas últimas no tienen respuesta, y que sólo las ciencias proporcionan conocimientos objetivos. O ni siquiera las ciencias.

El positivismo actual suele presentarse bajo el título de naturalismo. El naturalismo pretende excluir a Dios de cualquier explicación racional seria. Y suele concentrarse en el estudio de la persona humana, que viene reducida a sus dimensiones materiales, físico-químicas y neuronales. Tal como señala uno de los científicos entrevistados, el desafío mayor que la religión debe afrontar hoy en nombre de la ciencia es el que se presenta como avalado por la neurociencia: algunos pretenden explicar todo lo humano, incluida la conciencia y la religión, mediante la química del cerebro.

Por tanto, las discusiones continúan. Me temo que continuarán siempre. Sólo he intentado mostrar que, en una encuesta dirigida a personas con proyección pública en los más variados ámbitos, los más próximos a la ciencia son precisamente quienes sostienen que ciencia y religión no se oponen e incluso se complementan.

Mariano ArtigasNo ven oposición

Federico Mayor Zaragoza, catedrático de bioquímica y director general de la Unesco, mantiene que la ciencia sólo podría tener un impacto negativo sobre la religión en la medida que lo permitan la ignorancia y la falta de apertura intelectual: las cuestiones del espíritu y las científicas pertenecen a campos conceptuales distintos.

Juan Rof Carballo -recientemente fallecido-, catedrático de medicina y jefe de servicio de endocrinología, además de miembro de la Real Academia Española y autor de varios libros sobre el hombre, afirma que la ciencia es una minúscula y a la vez grandiosa forma del saber humano. Y añade que, si antes la ciencia parecía fuente de incredulidad, hoy muestra su radical menesterosidad. A su juicio, la ciencia más audaz espolea a la fe más bien que a la duda.

Se pronuncia en la misma dirección Alfonso Balcells, catedrático de medicina. Piensa que la ciencia no afecta negativamente a la fe, a no ser por ignorancia. Añade que ciencia y teología son saberes de distinto plano. Y subraya que lo racional y lo suprarracional son complementarios y no contradictorios.

Balcells cuenta un anécdota interesante. Dice que le preguntaron recientemente al prestigioso neurólogo Rodríguez Delgado si pensaba, como Severo Ochoa, que el amor era pura química. Contestó que en eso no estaba de acuerdo con su amigo Ochoa, y razonó así: «El amor no existe sin el oxígeno, ¿verdad?… Pero eso no quiere decir que haya que relacionar el amor con el oxígeno. El amor, como el odio, es algo más complejo que la química».

José Botella Llusiá, catedrático de medicina, afirma que los progresos materiales del mundo moderno no nos alejan de Dios, y más bien nos deben acercar a Él. Y, al mismo tiempo, advierte que no siempre es fácil armonizar los avances de la ciencia con la idea de Dios, pero es posible. Ya nadie deja de creer en las Escrituras porque la Tierra se mueva, y se puede admitir perfectamente, sin dejar de creer, que el Homo sapiens venga de una serie de mutaciones del Australopithecus. Añade que en el momento actual una nueva revolución ideológica se avecina con la neurociencia, pero la persona religiosa no debe tener miedo a encararse con la verdad. Y lo subraya con una pequeña anécdota: el pasado otoño, dice, nos recibió a unos pocos científicos españoles Juan Pablo II: «La Verdad os hará libres -nos dijo-, seguid investigando».

También Vladimir de Semir, desde una perspectiva un tanto diferente, valora positivamente la actitud de Juan Pablo II ante la ciencia, recogiendo incluso una cita textual del Papa en marzo de 1980: «La ciencia básica es un bien universal que todo hombre debe ser capaz de cultivar libre de cualquier forma de servidumbre internacional o de colonialismo intelectual».

El positivismo afirma, entre otras cosas, que el progreso científico facilita la eliminación de la religión. Lo contrario viene afirmado por Jaime Salom, que estudió medicina y se especializó en oftalmología, aunque es mucho más conocido como dramaturgo y novelista. Salom niega que los avances de la ciencia tengan que interferir con la noción de Dios; más bien demuestran que el hombre, adentrándose cada vez más en los espacios oscuros de la naturaleza, se acerca más a Él, siempre que la belleza y perfección del árbol recién descubierto no le lleven a olvidarse del bosque. El sacar consecuencias fáciles como los anatomopatólogos de principios de siglo, que llegaron a la conclusión de que el alma no existía porque no podían encontrarla en los cadáveres que diseccionaban, no parece serio.

Juan Velarde, catedrático de economía, se manifiesta conforme con la doctrina católica. Sus respuestas contienen interesantes análisis acerca de la evolución del sentido religioso en la época moderna. Señala las dificultades que encuentra la fe en la actualidad, pero no las atribuye a la ciencia en sí misma: simplemente, las circunstancias actuales exigen al creyente una fe madura.

Otras respuestas abundan en la armonía entre ciencia y fe. Rafael Termes, economista, señala que el trabajo científico y técnico coincide con el plan previsto por el Creador, de modo que sus auténticos logros no pueden ir contra los lazos que ligan al hombre con Dios, sino que más bien deberían reforzarlos. Afirma que si en la práctica sucede a veces lo contrario, es porque se extraen consecuencias falsas de los descubrimientos científicos o técnicos.

En la misma línea, el ingeniero y empresario José Ignacio López de Arriortúa piensa que el progreso científico y técnico influye en la religión de modo positivo. Cuanto más estudio y más vivo la vida, afirma, mayor es el sentimiento religioso que personalmente experimento.

________________________(1) José María Gironella. Nuevos 100 españoles y Dios. Planeta. Barcelona (1994). 486 págs.(2) Para quien desee comprobar los datos, y aprovechando que Gironella ha numerado las entrevistas, se trata de los entrevistados números 9, 14, 21, 24, 25, 28, 33, 41, 42, 46, 48, 52, 57, 65, 67, 68, 76, 79, 80, 85, 89 y 97.

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