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Presentar la luz de Cristo al hombre de hoy

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Cómo ve su tarea Benedicto XVI
Roma.- Benedicto XVI dijo en la misa de inauguración de su pontificado que no presentaba su «programa de gobierno». Pero en las palabras que pronunció mostró claramente que el hilo conductor de su acción como Papa será renovar la fe en Jesucristo. Recordar que el cristianismo no es un elenco de preceptos, sino creer que Jesucristo es el Hijo de Dios, muerto y resucitado.

Frente a quienes reducen el programa de un Papa a una serie de cambios de estructuras en la Curia Romana, etc. -que también pueden llegar-, la prioridad de Benedicto XVI, en continuidad con su predecesor, se configura como la de fortalecer en la fe a los cristianos. Una fe que es alegría y que rescata al hombre de los desiertos interiores y exteriores, y de los mares amargos de todas las alienaciones.

Cada uno es amado

La alegría de la fe procede de que cada uno es querido por Dios, como dijo en la misa de inauguración del pontificado.

«¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, todos necesitamos su paciencia. El Dios que se ha hecho cordero nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres».

«Únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario».

Además de la centralidad de la fe, en sus primeros discursos ha indicado otros puntos programáticos, aunque -como ha dicho- «no faltarán otras ocasiones» para volver sobre el tema. Señalamos a continuación los más significativos.

Escuchar a Cristo

Tal vez el punto sobre el que más ha insistido ha sido en cuál será su respuesta personal. «Mi verdadero programa de gobierno -dijo en la misa del domingo 24 de abril- es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia».

El Papa, reconocido teólogo, será el pastor Benedicto XVI, no el profesor Ratzinger. Pondrá sus dotes humanas al servicio de su ministerio. En la misa con el colegio cardenalicio del 20 de abril, día siguiente a su elección, afirmó que «el Señor me ha querido su Vicario, me ha querido ‘piedra’ sobre la que todos puedan apoyarse con seguridad. Le pido a Él que supla la pobreza de mis fuerzas para que sea un pastor de su grey valiente y leal, siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu». El nuevo Papa, dijo, «sabe que su tarea es hacer resplandecer ante los hombres y las mujeres de hoy la luz de Cristo: no la propia luz, sino la de Cristo».

Herencia de Juan Pablo II

Las referencias a Juan Pablo II, al ejemplo de su vida y de su muerte, han sido constantes en las primeras intervenciones de Benedicto XVI. Algunas incluían acentos muy personales. Así, ante el «sentido de desproporción y de turbación humana» que experimentaba por la responsabilidad caída sobre sus hombros, confesó a los cardenales que se encontraba sereno: «Una gracia especial que me ha concedido mi venerado predecesor, Juan Pablo II. Me parece sentir su mano fuerte que aprieta la mía; me parece ver sus ojos sonrientes y escuchar sus palabras, dirigidas particularmente a mí en este momento: ¡no tengas miedo!».

Mencionó en varias ocasiones la herencia que recibe. Juan Pablo II «deja una Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que, según su enseñanza y ejemplo, mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro», dijo a los cardenales. En la misa de inicio del pontificado añadió: «Sí, la Iglesia está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días. Precisamente en los tristes días de la enfermedad y la muerte del Papa, algo se ha manifestado de modo maravilloso ante nuestros ojos: que la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro».

En la línea del Vaticano II

Con el Jubileo del año 2000, «la Iglesia ha entrado en el nuevo milenio llevando en las manos el Evangelio, aplicado al mundo actual a través de la autorizada relectura del Concilio Vaticano II». Si Juan Pablo II señaló el Concilio como la «brújula» para orientarse en el tercer milenio, «también yo quiero afirmar con fuerza la decisiva voluntad de continuar en el empeño de actuación del Concilio Vaticano II, siguiendo la estela de mis predecesores y en fiel continuidad con la bimilenaria tradición de la Iglesia».

Para Benedicto XVI es significativa la coincidencia de que su elección tenga lugar en pleno año dedicado a la Eucaristía, «centro permanente y fuente del servicio petrino que se me ha confiado». «Pido a todos que intensifiquen en los próximos meses el amor y la devoción a Jesús en la Eucaristía y que expresen valiente y claramente la fe en la presencia real del Señor, sobre todo mediante la solemnidad y la corrección de las celebraciones».

Empeño ecuménico

El nuevo Papa «asume como compromiso primario el de trabajar sin ahorrar energías en la reconstrucción de la plena y visible unidad de todos los seguidores de Cristo. Esta es su ambición, este su deber impelente». Es consciente, añadió, de que para ello no bastan las manifestaciones de buenos sentimientos. «Son necesarios gestos concretos que entren en los ánimos y remuevan las conciencias, solicitando de cada uno la conversión interior que es presupuesto de todo progreso en la vía del ecumenismo».

Y como si no fuera suficiente esa declaración, insistió de nuevo en que el actual sucesor de Pedro «está dispuesto a hacer cuanto esté en su poder para promover la causa fundamental del ecumenismo. En continuidad con sus predecesores, está plenamente determinado a cultivar cualquier iniciativa que pueda parecer oportuna para promover los contactos y el acuerdo con los representantes de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales».

En este contexto añadió que «el diálogo teológico es necesario, la profundización en los motivos históricos de las elecciones que tuvieron lugar en el pasado es también indispensable. Pero lo más urgente es la ‘purificación de la memoria’, tantas veces evocada por Juan Pablo II, que puede disponer los ánimos a acoger la plena verdad de Cristo».

Diálogo interreligioso

Junto a la unidad entre los cristianos, ha aludido también a las relaciones con los seguidores de otras religiones y con «los que simplemente buscan una respuesta a las preguntas fundamentales de la existencia y todavía no la han encontrado». Muy concretos han sido ya sus gestos hacia el pueblo hebreo, «al que estamos estrechamente unidos por un gran patrimonio espiritual común, que hunde sus raíces en las irrevocables promesas de Dios».

A todos «me dirijo con sencillez y afecto para asegurar que la Iglesia quiere continuar entrelazando con ellos un diálogo abierto y sincero en busca del verdadero bien del hombre y de la sociedad». El Papa no ahorrará esfuerzos y sacrificio para proseguir el diálogo «con las diversas civilizaciones, para que de la comprensión recíproca nazcan las condiciones de un futuro mejor para todos».

A los jóvenes, sin miedo

«Pienso particularmente en los jóvenes. A ellos, interlocutores privilegiados de Juan Pablo II, va mi abrazo afectuoso en la espera, Dios mediante, de encontrarles en Colonia con ocasión de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Con vosotros, queridos jóvenes, futuro y esperanza de la Iglesia y de la humanidad, seguiré dialogando, escuchando vuestras esperanzas, con la intención de ayudaros a encontrar siempre más profundamente a Cristo, el eternamente joven».

Esas palabras, pronunciadas ante el colegio cardenalicio, las completó en la misa del domingo. Recordó que la exclamación «¡No tengáis miedo!» de Juan Pablo II se dirigía a ellos especialmente: «¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo -si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él-, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad?

«Y todavía el Papa quería decir: ¡no! Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada -absolutamente nada- de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida».

Diego ContrerasEl nuevo Papa, visto por los que le han tratadoLos que han tratado al cardenal Ratzinger coinciden en que es un hombre muy distinto del que nos pintan los tópicos al uso. Seleccionamos algunos testimonios de periodistas que le han entrevistado o de personas que han trabajado con él.

El periodista alemán Peter Seewald, que ha publicado dos libros de entrevistas con el cardenal Ratzinger, hacía unas declaraciones al «Passauer Neue Presse» (15-04-2005), cuatro días antes de la elección del Papa.

Frente a los que han llamado a Ratzinger «Panzerkardinal» («el cardenal blindado»), Seewald comenta que «su personalidad es una de las más desconocidas de nuestro tiempo. ¿Por qué? A muchos les gusta usarlo como chivo expiatorio. Es un fenómeno psicológico. Todo lo que resulta molesto en la Iglesia, y por el mero hecho de ser incómodo, se echa sobre Ratzinger. Detrás de eso se esconde una cierta comodidad. Pero su biografía no da pie para tales juicios: por el contrario, está llena de luchas contra las ideologías y contra la cerrazón mental. Es significativo que siempre se haya puesto de parte de los débiles. ‘Dejar a la Iglesia en las aldeas’ es su dogma. Una de las citas que yo prefiero de él es: ‘La Iglesia necesita una revolución de fe. No puede mezclarse con el espíritu mundano. Tiene que desprenderse de sus propiedades para conservar su patrimonio’».

En cuanto a su carácter, Seewald advierte: «No olvidemos que el cardenal es ciertamente alemán, pero de origen absolutamente bávaro, incluso un patriota bávaro. Todo lo prusiano le resulta extraño. Tiene un corazón bávaro y está totalmente integrado en la cultura occidental de su patria, con la liberalidad característica de Baviera».

«El pensamiento de Ratzinger está muy influido por los padres de la Iglesia. Me resulta fácil pensar que con él como Papa volvería un tiempo de los padres: no sólo de los padres de la Iglesia, sino también de los padres del Concilio Vaticano II, en el que tomó parte primero como consejero del cardenal Frings y luego como teólogo oficial del Concilio. Cuando éste terminó, la variedad de corrientes del Concilio marchó en una dirección que nadie había previsto originalmente. También aquí Ratzinger podría en cierta medida llevar las cosas a su culminación. Es lo que, precisamente en palabras del Concilio, podría llamarse emplear ‘las medicinas de la misericordia’».

El Pontífice que sacrificó su vocación

El escritor italiano Vittorio Messori, autor del libro-entrevista con Ratzinger «Informe sobre la fe», escribe en el «Corriere della Sera» (20-04-2005) sus recuerdos del verano de 1984: «Hacía menos de tres años que el cardenal bávaro había sido nombrado por Juan Pablo II prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ratzinger me interesaba mucho. La fe y la ortodoxia parecían estar en peligro por la tribulación postconciliar de la Iglesia; pero, en el inicio de esa tempestad, él, joven teólogo, había tenido un papel como consultor del ala progresista del episcopado alemán. Los Ratzinger, Küng, Schillebeeckx y otros teólogos alemanes, holandeses y franceses habían fundado ‘Concilium’, la revista de la contestación más radical, porque era la más ‘científica’, hecha no sólo de eslóganes sino de estudios profundos.

«Y sin embargo, unos años después Ratzinger no sólo es cardenal, sino incluso se sentaba en el palacio romano que había sido de los Grandes Inquisidores. ‘No he cambiado yo, han cambiado ellos’, me respondió cuando, entre las primeras preguntas, inquiría sobre esta reconversión a la tradición. Quería decir que se había dado cuenta de que aquella teología que había compartido, más que profundizar en la fe, predicaba la ruptura, la discontinuidad y presentaba el Vaticano II no como el Concilio Ecuménico número 21 de la Iglesia, sino como un nuevo inicio que exigía tabla rasa».

De sus coloquios con Ratzinger, Messori destaca: «El Ratzinger de la realidad, no el del mito, es uno de los hombres más sencillos, comprensivos, cordiales e, incluso, tímidos, que haya conocido». «Era ciertamente un hombre austero, una especial austeridad que se reservaba para él mismo y no pretendía para los demás».

«Habría que preguntarse qué queda de la leyenda de inquisidor, si se hace un balance de sus 24 años como prefecto de la Fe, para descubrir que la medida más grave adoptada contra un teólogo de la liberación (la que le ocasionó una oleada de críticas) fue el café al que invitó, en su oficina, a Leonardo Boff, y la disposición de que interrumpiese, durante un año, el río de entrevistas, declaraciones y manifestaciones que hacía. (…) En realidad, por amor a la Iglesia, Joseph Ratzinger hizo el mejor de los sacrificios: la renuncia a su auténtica vocación, la de estudioso de la Teología y la de profesor. Siempre le disgustó tener que llamar la atención a sus colegas».

Trabajando con el Prefecto

Alejandro Cifres, que ha trabajado con el cardenal Ratzinger, como director del archivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, transmite su experiencia en «ABC» (21-04-2005):

«Ratzinger es el hombre al que muchos han tachado injustamente de inquisidor, de dogmático y cerrado al diálogo, de conservador a ultranza. Yo he tenido el privilegio de trabajar con él durante casi 14 años, la mitad del pasado pontificado, y puedo por ello testimoniar que ninguno de esos clichés se adecua a su persona. (…) Durante casi 25 años ha servido y trabajado con humildad en el puesto que le había sido asignado, sin exigir nunca nada para sí, pobremente, sin llevar una vida de príncipe de la Iglesia, sin lujos ni compañías, más que la de su amada hermana hasta que el Señor se la llevó consigo; desde entonces ha vivido prácticamente solo, con un mínimo servicio, en un apartamento prestado, con la sola asistencia de sus secretarios, que por la mañana lo ayudaban en la Congregación y por las tardes en su infatigable estudio. El cardenal Ratzinger ha sido el prefecto que ha enseñado a todos lo que es trabajar, cumplir un horario, levantarse temprano y acostarse tarde para no dejar pendiente ninguno de los graves asuntos que el Papa y la Iglesia ponían en sus manos. (…)

«Los que lo hemos conocido sabemos cuántas veces había suplicado a Juan Pablo II que le permitiese abandonar su puesto, que le dejase regresar a la Selva Negra para poder escribir teología mientras las fuerzas aún se lo permitiesen. Y todos sabemos cuántas veces ha renunciado al derecho a jubilarse por ser fiel a aquel que había puesto toda su confianza en él, por servir en definitiva al Vicario de Cristo y a la Iglesia».

El último regalo de Juan Pablo II

En un artículo publicado en «International Herald Tribune» (21-04-05), el teólogo americano Michael Novak asegura que «la elección del cardenal Joseph Ratzinger como Papa ha sido el último regalo de Juan Pablo II a la Iglesia católica. Ningún otro cardenal fue tan cercano a Juan Pablo II o habló más detenidamente con él». Para Novak, que ha tenido la oportunidad de hablar con Ratzinger varias veces, la caricatura de hombre «autoritario» que se le ha aplicado es infundada. «El nuevo Papa no será un clon del anterior. Es más reservado, más tranquilo». «Ha sido elogiado por su cordial apertura por protestantes y judíos, con los que ha mantenido diálogos intelectuales». «El mundo descubrirá pronto al verdadero hombre oculto tras los estereotipos», vaticina Novak, quien recuerda que Ratzinger ha sido «uno de los eclesiásticos de los tiempos recientes más abierto a los periodistas».

También el mundo político italiano mira con interés a Benedicto XVI. Piero Fassino, líder de los Democráticos de Izquierda, el partido preponderante en la izquierda italiana que recogió la herencia del viejo PCI, lo define como una persona «de gran calibre teológico y profunda espiritualidad. Un gran intelectual europeo». En una entrevista publicada por el «Corriere della Sera» (21-04-2005), Fassino afirma que el nuevo Papa «es un hombre que me interesa. Lo que dice y escribe, aunque no se comparta, es de una intensidad ética y cultural extraordinaria. Y capta un punto que todos hoy advierten: el mundo no puede vivir sin una escala de principios y valores éticos». En definitiva, concluye, «Benedicto XVI, como Juan Pablo II, será un protagonista de nuestro tiempo».

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