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Polonia: siguen las revelaciones sobre antiguos confidentes de la policía comunista

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Varsovia. Podría parecer que, diecisiete años después de la recuperación de la democracia en Polonia, no tiene mayor sentido volver a los archivos de los servicios de seguridad del régimen comunista, que deberían ser ya objeto de interés exclusivo de los historiadores. Sin embargo, la «lustración» -término que usan los polacos para hablar de si una persona colaboró o no con el aparato de represión- es un tema que no desaparece de las portadas de los medios de comunicación. Esto se debe en gran medida a sonados casos de colaboracionismo con el aparato represivo de la antigua República Popular de Polonia, algunos de los cuales fueron protagonizados por sacerdotes conocidos.

La opinión pública polaca quedó estupefacta cuando a mediados de mayo el diario «Zycie Warszawy», basándose en documentos del antiguo servicio de seguridad (SB), que actualmente se encuentran bajo custodia del Instituto de la Memoria Nacional, afirmó en un artículo que el sacerdote Michal Czajkowski había sido confidente. Czajkowski es uno de los más conocidos sacerdotes de Polonia, y uno de los directores del Consejo Polaco de Cristianos y Judíos. Varios medios de comunicación, entre ellos algunos de carácter progresista que sentían profundo respeto por él, calificaron la publicación de linchamiento público sin fundamento. Pero, forzado por el peso de las pruebas, Czajkowski admitió finalmente su colaboración durante 24 años con el régimen. Dejó de ser confidente en 1984, poco después de que agentes del SB asesinaran al sacerdote Jerzy Popieluszko.

Documento de los obispos

En este contexto vio la luz el pasado 26 de agosto el «Memorando del Episcopado de Polonia sobre la colaboración de algunas personas consagradas con los órganos de seguridad en Polonia en los años 1944-1989», documento en el que, por un lado, la Iglesia no oculta la existencia de sacerdotes y fieles laicos que actuaron como confidentes del régimen comunista; pero, por otro, trata de situar el debate en su contexto. En palabras de los obispos «se acusa a la Iglesia de tratar de ocultar una verdad difícil de admitir, de proteger a los responsables de esa colaboración y de olvidar a las víctimas de dichas actuaciones. (…) Se olvida fácilmente que en la época del totalitarismo comunista la totalidad de la Iglesia en Polonia se opuso continuamente a la esclavización de la sociedad y fue un oasis de libertad y verdad». Si bien es cierto que en la Iglesia hubo hijos indignos, también lo es que hubo muchos más que se comportaron heroicamente, incluidos numerosos mártires.

Hace unos días, el prelado Henryk Jankowski, quien fue capellán de Solidaridad en Gdansk, publicó una lista obtenida del Instituto de la Memoria Nacional de casi 40 personas que colaboraron con los servicios de seguridad para vigilarle, entre las que se encuentran nueve sacerdotes. Dentro de unas semanas, aparecerá un libro de Tadeusz Isakowicz-Zaleski, también antiguo capellán de Solidaridad en Nueva Huta (Cracovia), que desenmascara la red que el SB tejió alrededor de la Iglesia en esa zona. La diferencia entre estas dos publicaciones es importante.

De momento, el prelado Jankowski sólo ha presentado los nombres y apellidos de quienes le vigilaban, mientras que Tadeusz Isakowicz-Zaleski, en estrecho contacto con su obispo, el cardenal Dziwisz, ha tratado de contactar con quienes le perjudicaron para esclarecer las circunstancias antes de publicar los resultados de su tarea de investigación. En el libro de Tadeusz Isakowicz-Zaleski aparecerán también numerosos casos de sacerdotes que el aparato comunista no consiguió atrapar.

Acoso continuo a los sacerdotes

Era conocida por todos los sacerdotes la resolución de la Conferencia Episcopal polaca de enero de 1968, que prohibía tajantemente cualquier contacto con los órganos de seguridad y, en caso de haberlos mantenido, la obligación de informar inmediatamente a los superiores. El Memorando recuerda que esos contactos eran un mal en sí mismos, pero precisa que es necesario atender a las circunstancias de cada caso. Al juzgar el comportamiento de los eclesiásticos confidentes hay que tener en cuenta que, a diferencia del resto de los ciudadanos, de entre los cuales sólo se vigilaba a los que podrían representar un cierto peligro para el sistema comunista, todos y cada uno de los sacerdotes eran objeto de seguimiento por parte del «IV Departamento de lucha contra la Iglesia» del Ministerio del Interior, desde el mismo momento de su ingreso en el seminario. Los métodos utilizados por ese órgano eran conocidos: soborno, chantaje, maltrato moral o físico, tortura incluida en ocasiones, etc.

No es lo mismo informar por dinero o para obtener la posibilidad de viajar al extranjero que hacerlo bajo amenaza. Las circunstancias en ningún caso justifican el acto malo, pero podrían atenuar su gravedad o aumentarla. El Memorando habla también de la necesidad de reparar. En primer lugar, habría que confesar libremente la culpa tanto a los superiores como a quienes se ha perjudicado y reparar materialmente si fuera el caso.

Los obispos ponen el dedo en la llaga cuando afirman que el debate público está mal encaminado: miles de funcionarios de mayor o menor rango en el aparato de seguridad se ganaban el sueldo destrozando las conciencias y las vidas de sus conciudadanos. Hoy son intocables, reciben mensualmente su jubilación y además se juzga a sus víctimas. Algunas de ellas terminaron cediendo ante la represión y colaboraron con el mal haciendo daño a otros, aunque sobre todo hirieron su propia dignidad y conciencia.

¿Papeles fiables?

Curiosamente los principales causantes de este desenfoque se encuentran precisamente en medios de comunicación provenientes de la oposición democrática al régimen comunista, situados en el ala izquierda de Solidaridad. Alrededor de estos se agruparon numerosos intelectuales que trataron por todos los medios de que los «papeles» de los servicios secretos no vieran la luz. Argumentaban que los materiales del aparato de represión comunista contienen tantas falsedades que no sirven como pruebas de nada, o, si acaso, como monumentos de un sistema basado en la mentira. Advertían también que los elementos más radicales de la derecha utilizarían estos archivos tan poco fiables para eliminar a sus contrincantes políticos de la vida pública. En palabras del antiguo disidente y director del diario «Gazeta Wyborcza», Adam Michnik, sería «dejar caer una granada en una fosa séptica, para que manche a todos».

Sin negar la malicia con que están escritos los documentos del SB, la tesis de la falsedad de los archivos es engañosa. En primer lugar porque se trata ante todo de documentos de uso interno de las fuerzas de seguridad del Estado y parece poco probable que quisieran engañarse a sí mismas, máxime si tenemos en cuenta que las operaciones podían llevar meses o años enteros de vigilancia. Existieron falsificaciones a finales de los años 80, cuando el sistema comenzó a tambalearse, y también en casos en que SB trataba de provocar a la oposición, pero son fácilmente reconocibles para un historiador. Evidentemente, las actas no lo dicen todo, pero son un material importante. Por otra parte, el empeño con el que durante años intelectuales de centro-izquierda provenientes de Solidaridad han tratado con ahínco de crear una imagen inmaculada de su pasado les llevó incluso a aliarse con los postcomunistas para tratar de imposibilitar la lustración y a tachar de extremista a quien cuestionara este comportamiento.

Quizá habrían conseguido su propósito si no se hubiera descubierto el pasado de personajes como Leszlaw Maleszka, a quien se conocía hasta 2001 como valeroso disidente y periodista de «Gazeta Wyborcza», y que en realidad había sido un laborioso agente de los servicios de seguridad.

Se ha llegado a un punto sin retorno en la lustración. La cuestión no radica ya en si debe continuar sino en el cómo. Evidentemente, es un problema que debería haberse solucionado hace diecisiete años y ahora podrá resultar mucho más doloroso. La Iglesia pide por tanto mucha responsabilidad a los medios de comunicación a la hora de publicar materiales. A pesar de todos los inconvenientes, parece claro que es mejor que todos los medios de comunicación tengan acceso a los archivos a que ninguno lo tenga. En este caso, y es lo que pasaba hasta no hace mucho, la publicación de todas las noticias relativas a episodios desagradables de la vida de la Iglesia o de Solidaridad serían exclusivas de medios ligados a los postcomunistas, que seguirían utilizándolos para dejar en evidencia a ambas instituciones.

Sea como fuere, tanto en el caso de la Iglesia polaca como en el de Solidaridad, no conviene quedarse con la imagen de los pocos que mostraron flaqueza, sino con la de una gran mayoría que, a pesar de vivir bajo un Estado opresor, se comportó heroicamente.

Higinio Paterna

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