La Iglesia imperfecta de Francisco

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La Iglesia imperfecta de Francisco
La plaza de san Pedro durante el funeral por el Papa Francisco, el pasado 26 de abril (foto: Cristi Dangeorge/Shutterstock)

En las congregaciones previas al cónclave de 2013, el cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, expuso su visión de lo que la Iglesia de los próximos años debía ser: una Iglesia con la pasión de evangelizar, que saliera de sí misma hacia las periferias existenciales, evitando la mundanización espiritual.

Las grandes líneas del pontificado de Francisco estuvieron movidas por esta pasión por Jesucristo que lleva a la conversión al servicio de la misión. A esto obedecieron tanto las decisiones “macro” como las “micro”, pues Francisco quería que, desde la Santa Sede hasta el último cristiano, todo organismo estuviera orientado no a la seguridad de la estructura consolidada sino al riesgo de la misión, no a la seguridad de la autorreferencialidad sino a la apertura al que nos es extraño o lejano; con la certeza de que esto es, además, imprescindible para que el organismo esté vivo, sano y en desarrollo.

Una llamada a la conversión personal e institucional

La llamada a la reforma personal de cada cristiano para vivir de esta manera se plasmó en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, el escrito programático del Papa, de noviembre de 2013. La llamada a la reforma institucional, de largo recorrido, se inició con la creación del consejo de cardenales para la reforma de la Curia romana. Con este grupo siguió regularmente un trabajo que culminó casi diez años más tarde con la constitución apostólica Praedicate Evangelium (2022).

En el n. 3 de este documento, Francisco recogía la esencia de esta conversión: “La reforma de la Curia Romana se sitúa también en el contexto de la naturaleza misionera de la Iglesia. (…) esta nueva Constitución apostólica pretende armonizar mejor el ejercicio del actual servicio de la Curia con el camino de evangelización que la Iglesia, especialmente en este tiempo, está experimentando”.

Sin embargo, los cambios consolidados con la Praedicate Evangelium se habían ido desarrollando durante toda la década de su pontificado. Una de las primeras preocupaciones del Papa (recordemos que la dimisión de Benedicto XVI coincidió con el caso Vatileaks) era conseguir que las estructuras vaticanas fueran transparentes y seguras en lo que respecta a la gestión económica. Otra era avanzar en la gestión y prevención de los abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia.

La lucha contra la corrupción, la arbitrariedad o la falta de transparencia económica, así como la línea de acabar con los abusos siguen abiertas, con avances, escándalos, desilusiones y obstáculos

Para lo primero estableció distintos organismos económicos nuevos, como la Secretaría para la Economía. La batalla contra los abusos, que cobró un impulso renovado tras la “cumbre” de febrero de 2019 en el Vaticano, abarcó iniciativas normativas variadas, incluidos los cambios incorporados en la última parte del Código de Derecho Canónico o la creación de una comisión pontificia para la tutela de menores. Tanto la línea de acabar con la corrupción, la arbitrariedad o la falta de transparencia económica como la línea de acabar con los abusos siguen abiertas, con avances, escándalos, desilusiones y obstáculos. El futuro Papa necesariamente tendrá que afrontarlo.

Otras manifestaciones de este espíritu de una Curia al servicio de la misión se ven reflejadas en el Dicasterio para la Evangelización (que el mismo Papa presidía) o el Dicasterio para la Familia, la Vida y los Laicos.

Periferias de ida y vuelta

En relación con las periferias, quizás se puede destacar, por un lado, que Francisco trajo las periferias a Roma, mediante el nombramiento de cardenales de países con escasa representación. Respecto al cónclave de 2013, Asia ha ganado 15 cardenales, África 11, América 9 y Oceanía pasa de 1 a 4, mientras que Europa ha perdido 8.

Por otro lado, el Papa fue él mismo a las periferias: las visitas iniciales a Lampedusa o el primer Jueves Santo en la cárcel ya marcaron un estilo que, más allá de las JMJ u otros encuentros, se impuso en la mayoría de los viajes pastorales: a periferias del catolicismo, como Turquía, Bangladesh o Mongolia, o a periferias de la guerra y la pobreza, como la República Centroafricana, el Congo o Sudán del Sur. Especialmente relevantes son los lazos establecidos con países de mayoría ortodoxa y musulmana y el diálogo con los responsables de las distintas religiones.

Quizás, sin embargo, el mensaje más claro de qué entendía el Papa por periferias se puede encontrar en el Año de la Misericordia –para llegar a la soledad del pecado, con esa imagen tan gráfica de la Iglesia como “hospital de campaña”– y en la encíclica Laudato sìpara llegar al denominador común más amplio posible a partir del cual construir con los demás, luchando contra la “cultura del descarte”, en otra frase certera de Francisco–. Desde esos elementos, Fratelli tutti es una consecuencia lógica. “La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno”, sostenía el Papa en la bula de convocatoria del Jubileo de la Misericordia.

Francisco resaltó la visión dinámica de la Iglesia, una Iglesia “en salida”, que rechaza los riesgos de vivir en una seguridad mal entendida

En cierto modo, el Papa planteaba en el último sínodo, sobre qué significa una Iglesia “sinodal”, la misma pregunta: “Dios no habita en lugares asépticos, en lugares tranquilos, lejos de la realidad, sino que camina a nuestro lado y nos alcanza allí donde estemos, en las rutas a veces ásperas de la vida. Y hoy, al dar inicio al itinerario sinodal, todos –el Papa, los obispos, los sacerdotes, las religiosas y los religiosos, las hermanas y los hermanos laicos– comenzamos preguntándonos: nosotros, comunidad cristiana, ¿encarnamos el estilo de Dios, que camina en la historia y comparte las vicisitudes de la humanidad? ¿Estamos dispuestos a la aventura del camino o, temerosos ante lo incierto, preferimos refugiarnos en las excusas del ‘no hace falta’ o del ‘siempre se ha hecho así’?” (homilía, 10-10-2021).

Es incierto el desarrollo futuro práctico y magisterial del concepto de sinodalidad. Pero ha alertado sobre las periferias dentro de la Iglesia: no solamente en el sentido moral clásico (los bautizados alejados de la práctica de la fe o que no viven según la moral cristiana), o en el sentido existencial (pobres, enfermos, “no productivos”…), sino del riesgo de una visión en la que los laicos son la periferia de obispos, sacerdotes, religiosos o teólogos.

A merced de los riesgos

“Caminar juntos”, “establecer puentes”, “pastores con olor a oveja”, “hacer lío”, “la cultura del encuentro” y tantas otras expresiones de Francisco resaltan esa visión dinámica de la Iglesia, una Iglesia “en salida”, que rechaza los riesgos de vivir en una seguridad mal entendida. El Papa avisaba del peligro del acomodamiento y la rigidez en la gestión ordinaria de la Curia (por ejemplo, en la felicitación de Navidad de 2014, donde hizo un elenco de lo que llamó “males curiales”) o en la misión del Dicasterio de la Doctrina de la Fe, por poner dos ejemplos.

El gusto de Francisco por correr riesgos ha supuesto también algunas de las situaciones más complejas de su pontificado

Sin embargo, el gusto de Francisco por correr riesgos –y probablemente una gestión de los tiempos, los silencios y las tensiones muy jesuita– ha supuesto también algunas de las situaciones más complejas de su pontificado, y a veces dolorosas para algunos. A eso se añade un modo de gobernar que no siempre ha facilitado comprender sus decisiones: se ha saltado reglas creadas por él mismo o competencias propias de los dicasterios, con un uso habitual de la delegación y de los motus proprios; ha cambiado decisiones tras encuentros personales; ha tenido spin-doctors en la sombra.

Por ejemplo, Francisco mantuvo el pulso a quienes decían que el Sínodo de la Familia quería modificar la moral de la Iglesia en algunos puntos concretos o a quienes exigían que diera cuentas del caso McCarrick. En el caso del Synodaler Weg, el peculiar camino sinodal de la Iglesia en Alemania, a lo largo de los años tanto él como la Santa Sede señalaron que, en lenguaje coloquial, “no van bien”. No sabremos ya cómo habría sido el final de la historia, de sus tiempos.

Es especialmente interesante, en cuanto a su modo de gobernar, lo sucedido en Chile, donde defendió vehementemente de las acusaciones de abuso a un obispo, reconoció más tarde que se había equivocado, convocó a todos los obispos chilenos a Roma y aceptó la renuncia de varios de ellos, acelerando cambios. Ahí se muestra la grandeza de reconocer el error y a la vez los riesgos de tomar decisiones sin claridad en las fuentes y los procesos.

Para algunos, fue doloroso que no explicara el acuerdo con China respecto a la jerarquía católica, interpretado como una concesión que minimizaba la fidelidad de la Iglesia clandestina. Otros no entendieron que no frenara a obispos que promovían abusos litúrgicos y en cambio limitara el uso de la misa que había permitido Benedicto XVI en la Summorum Pontificum. Quizás el desconcierto más reciente, que todavía colea, es que no actuara con claridad y contundencia en el caso Rupnik, cuyas obras todavía utiliza el Dicasterio para la Comunicación. También provocó revuelo el texto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe sobre las bendiciones a parejas homosexuales, que ha llevado a reacciones opuestas en el ámbito de los obispos africanos y en el de los alemanes.

Lo imperfecto redimible

Francisco hacía visible su experiencia pastoral con vidas complejas. Para él, el “todos, todos, todos” significaba “cada uno”, en su camino personal muchas veces complicado pero siempre abierto a la redención. Solía poner ejemplos reales cuando explicaba las reformas sobre los procesos de nulidad o sobre los seminarios, o al hablar sobre la virtud de la pobreza o cómo confesar, o sobre la inmigración o la ancianidad. Por eso no temía acoger a un transexual o besar a un hombre con la cabeza deforme. Y por eso no dejaba de clamar por la paz en los distintos conflictos mundiales, acompañando a la parroquia de Gaza a diario.

En aquello que no había conocido directamente, sin embargo, a veces caía en prejuicios o estereotipos. Especialmente cuando percibía algo como demasiado ordenado, podríamos decir: y no es fácil distinguir –para nosotros– cuándo era una antipatía personal y cuándo era la intuición o la certeza de que allí no habitaba realmente el Espíritu Santo.

También la redención de lo imperfecto en el plano institucional estuvo presente en su papado. Por ejemplo, con la intervención de instituciones religiosas o asociaciones laicales –muchas de las cuales venían de la transición tras la muerte de sus fundadores, algunos de ellos abusadores–, bien para sanearlas, bien para acompañarlas, bien para eliminarlas.

Identidad y cambio

Queda mucho por decir de los cambios en la Iglesia durante el papado de Francisco. Algunos son realidad, otros están incoados; algunos habrán sido proféticos, otros serán modificados posteriormente. El nuevo Papa encontrará una Iglesia que afronta desafíos antiguos y nuevos: de los cristianos perseguidos en Oriente Medio o África al auge de adolescentes y jóvenes que se acercan a la fe en países occidentales sin ser evangelizados por las familias o las parroquias.

Quizás vale la pena recordar que, como organismo vivo, la Iglesia mantiene su identidad y a la vez cambia. Se ha repetido que Juan Pablo II era filósofo; Benedicto XVI, teólogo; Francisco, pastor. Es más que esto. Además de su ciencia y su temperamento, cada Papa ha aportado su biografía: el tiempo y lugar que le han tocado vivir, su experiencia de fe y vocación, su trayectoria vital, las decisiones que lo han forjado, la humanidad con la que ha convivido. Y el Espíritu Santo cuenta con ello.

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