Los gestos del Papa

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Juan Pablo II, líder del espíritu
La han llamado la «encíclica nunca escrita». Era la virtud natural demostrada por Juan Pablo II para transmitir eficazmente mensajes profundos con gestos sencillos. Una dote que le ha acompañado durante todo su pontificado, incluso en los momentos en los que la enfermedad iba menguando paulatinamente su capacidad expresiva.

A diferencia de los «líderes mediáticos», la fuerza de Juan Pablo II consistía en que no «actuaba» para las cámaras, sino que sus propios gestos tenían la virtualidad de adaptarse de un modo asombroso al lenguaje de los medios de comunicación. El Papa no «cuidaba su imagen», sino que transmitía autenticidad. No era un «actor», aunque tenía el sentido de la escena. De ahí que no haya seguido la vía de ocultar su decadencia física, a pesar del escándalo de algunos y de lo chocante que podía resultar en una cultura que idolatra una estética estilo «top model».

El temblor de las manos, las dificultades para deglutir, la progresiva incapacidad motora, la inexpresividad del rostro hasta llegar a la imposibilidad para articular palabras: esas mismas limitaciones han sido «el mensaje» que ha transmitido el Papa en sus últimos años de vida. Visto con los ojos de la fe, en la persona de Juan Pablo II se mostraba una creciente identificación con la Pasión de Cristo. Algo que ha provocado un impacto mucho más profundo que la figura de Papa joven, bien plantado y atlético que caracterizó sus primeros años de pontificado. Con esos gestos ha traducido, a veces dramáticamente, el contenido de lo que había predicado de palabra y por escrito durante sus veintisiete años de magisterio.

El pontificado de Juan Pablo II es el primero de la historia que se puede contar en imágenes. Son millares las fotografías y documentales, de gran calidad expresiva y simbólica, que han conseguido plasmar realidades intangibles como las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad. El encuentro en la cárcel con quien intentó asesinarlo, la nota depositada en el Muro del Templo de Jerusalén, su oración en el Monte de las Cruces de Lituania, las jornadas de oración en Asís, sus saludos desde la ventana del décimo piso del hospital Gemelli, entre otros muchos ejemplos, forman ya parte de la herencia de este pontificado.

De esa capacidad comunicativa es muestra también el uso que el Papa hizo de tradiciones ya existentes, como el Año Santo y las peregrinaciones, o bien creadas por él mismo, como las Jornadas Mundiales de la Juventud. Han sido «nuevas fronteras», proyectos comunes, que han tenido la facultad de catalizar los esfuerzos evangelizadores y cuyos resultados -a pesar de que no faltó escepticismo- son evidentes.

Diego Contreras

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