No es un secreto que, en los últimos años, el discurso político y social tiene como uno de sus centros la reivindicación de la identidad. Y, aunque pueden darse abusos, hay mucho de bueno en ello: una sociedad sana es aquella que sabe asimilar como una riqueza la pluralidad de opiniones y formas de vivir, lo que hace diferente a cada uno. Pero pareciera que, en esta “fiesta” de la tolerancia y la comprensión, no hay entrada para un rasgo humano, profundamente identitario para muchas personas, y con un potencial enorme para generar lazos sociales: las creencias religiosas.
Las autoridades deberían, si no fomentar directamente, al menos tolerar que los ciudadanos actúen en sociedad de acuerdo con la pro ...
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