A principios de julio se presentaba oficialmente el manifiesto “Una revolución del espíritu joven”, un texto escrito por jóvenes católicos de todo el mundo que se ha proclamado solemnemente en la iglesia romana de Santa María la Mayor en el marco del recién terminado jubileo.
Allí se expresaba un grito que es a la vez de júbilo, de confianza y de auxilio: “Venimos con las mochilas llenas de dudas, heridas, canciones y esperanza”; el grito de una generación “no perfecta, no uniforme, no ideológica”, pero “sedienta, buscadora, creyente”, y que está decidida a “dejar atrás la comodidad, el cinismo y la indiferencia”.
Si esta era la demanda que planteaban los jóvenes, se puede decir que León XIV les ha ofrecido una respuesta cabal y clara durante estos días de jubileo: esa sed que sentís, y que se manifiesta a veces como incertidumbre y a veces como deseos de algo grande, solo puede calmarla una persona: Cristo.
San Agustín y los “corazones inquietos”

León XIV pertenece a la orden de San Agustín, y en los todavía pocos discursos que ha pronunciado ya se nota la predilección por su patrón. En sus intervenciones durante el jubileo de los jóvenes, especialmente durante la vigilia del sábado y la misa del domingo, el leitmotiv –a veces de forma implícita y otras más claramente– ha sido la conocida frase de las Confesiones: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
“Cuando nuestras amistades reflejan el vínculo con Jesús, se vuelven sinceras, generosas y verdaderas”
Valgan como ejemplo sus palabras del sábado por la noche. Al igual que en las jornadas mundiales de la juventud, el Papa se reunió con los jóvenes para una vigilia. Tres de ellos hicieron sendas preguntas. La primera planteaba al pontífice cómo encontrar, en este mundo de relaciones sociales multiplicadas pero frecuentemente efímeras y falsas, vínculos verdaderos, amistades sinceras que ofrezcan esperanza en el futuro. León XIV, después de señalar la necesidad de ese tipo de vínculos para poder crecer como personas, apuntó seguidamente a su denominador común, citando una vez más a san Agustín: “Ninguna amistad es fiel, sino en Cristo”; y poco después: “Cuando nuestras amistades reflejan el vínculo con Jesús, se vuelven sinceras, generosas y verdaderas”. Dicho de otro modo: nos creaste, Señor, para ti, y nuestras relaciones sociales (nuestras amistades, nuestros amores) están inquietas y son frágiles hasta que descansen en ti.

Una respuesta similar dio a Gia, una joven italiana que planteó lo difícil que es, siendo joven, tomar decisiones radicales, que comprometan la vida, especialmente en un contexto social de incertidumbre. En su contestación, León XIV explicó cómo, para elegir con verdadera libertad y con esperanza, “debemos partir de un fundamento estable, de una roca que nos sostenga. Esa roca es un amor que nos precede, que nos sorprende y que es infinitamente más grande que nosotros: el amor de Dios”. Y citando a san Juan Pablo II, añadió: “Es a Jesús a quién buscáis cuando soñáis con la felicidad”. Dicho de otro modo: nos hiciste, Señor para ti, y nuestro futuro, nuestros proyectos, están inquietos y son precarios hasta que descansen en ti.
El encuentro que lo cambia todo
Si ha habido referencias a Juan Pablo II (solo Jesucristo revela al hombre el propio hombre) y a Francisco (el amor de Dios que primerea), también una idea de Benedicto XVI ha aparecido recurrentemente en los discursos de León XIV. La expresaba así el papa bávaro en su primera encíclica, Deus caritas est: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona”.
“No nos asustemos si nos encontramos incompletos, deseosos de sentido. No estamos enfermos, estamos vivos”
Will, el joven estadounidense que intervino después de Gia, preguntaba a León XIV “dónde encontrar al Señor en nuestras vidas”, incluso en medio de las dificultades. El Papa contestó que Dios nos acompaña siempre. Y concretó: en el fondo de nuestra conciencia, en los evangelios, en la eucaristía, en los pobres; también en la comunidad eclesial, una “comunidad de creyentes que se apoyan mutuamente”. Al hilo del evangelio de los discípulos de Emaús, el pontífice instaba a los jóvenes allí presentes a pedir a Dios “quédate junto a nosotros”.
Ya en la homilía del domingo insistía: “El encuentro con el resucitado ilumina nuestros deseos, afectos y pensamientos”. Y, haciendo referencia a esos sentimientos de incertidumbre, a esas heridas y dudas manifestadas por los jóvenes tanto en el Manifiesto como en las preguntas del sábado, añadía: “No nos asustemos si nos encontramos incompletos, deseosos de sentido. No estamos enfermos, estamos vivos”.
Otra de las demandas que el Papa más ha repetido durante estos días, y desde el inicio de su pontificado, ha sido la de rezar por la paz. En varias ocasiones, León XIV se ha referido explícitamente a las guerras en Gaza y Ucrania, y ha pedido a los jóvenes que sean testigos ante el mundo de que los conflictos se resuelven dialogando, no por medio de las armas.
Un papa “tierno” y “auténtico”
Más allá de los discursos, el jubileo de los jóvenes ha sido también una ocasión para conocer la personalidad del nuevo papa. El saludo de bienvenida en la plaza de San Pedro dejó ver a un pontífice con la energía de Juan Pablo II, y con algunos modos pastorales que recordaban a Francisco, como pedir a los jóvenes que repitieran una frase con él.
No obstante, León XIV tiene una forma de ser propia. Según Clara Fontan, corresponsal de Aceprensa en el Vaticano y presente en el jubileo, los jóvenes ven en el pontífice a una persona que, en su timidez, su discreción, su docilidad al guion establecido por encima de cualquier personalismo, resulta auténtico y “tierno”. No es un “showman”, pero a la vez responde con naturalidad y picardía a las muestras de afecto recibidas. Es, ante todo, un hombre de Dios, que pone a Jesucristo en el centro y disfruta quedándose en el segundo plano.
De esta forma, siendo tal cual es, León XIV ha logrado conectar, en esta primera “prueba de fuego” de su pontificado, con una juventud católica que lo esperaba con esperanza; una esperanza, no exenta de dudas e incertidumbres, a la que ha sabido dar respuesta.