La venganza, disfrazada de religión

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David Brooks se pregunta en The New York Times hasta qué punto el terrorismo yihadista tiene que ver con la religión. Para contestar distingue entre el espíritu religioso y un vecino perverso, el espíritu de dominio político e intelectual.

Para el espíritu religioso, “Dios es la primera realidad, y de ahí se derivan una serie de valores y experiencias: oración, alabanza, caridad, contrición, gracia y el deseo de avanzar hacia la santidad. La fe sincera comienza con una actitud humilde ante el Todopoderoso y un sentimiento de sentirse fortalecido por su amor”.

En cierto sentido, la expresión “radicalismo islámico” no es correcta, porque “la gente no comienza con este tipo de fe y luego se va transformado en terrorista a medida que se hace más religiosa”.

Por otra parte, “el espíritu de dominio no comienza a partir de la experiencia de Dios. Comienza con un sentido de agravio y el deseo de curar la herida a través de la venganza y la dominación”.

Para el terrorista, la realidad primaria es la humillación. “Esto se transforma en agravio, la creencia de que un enemigo exterior es la causa de esta herida, en vez de cualquier debilidad interna”. Luego “el ultraje moral que se deriva de la sensación de víctima se conecta con un victimismo más amplio de mi grupo”.

A partir de ahí la ideología política echa mano de la religión para que el terrorista –como Bin Laden– “pueda sentirse grandioso y heroico. Es el impulso humano al dominio y a la venganza que adopta una vestidura de honradez”,

“Para la persona religiosa –concluye Brooks–, se trata de Dios. Para el terrorista, se trata de él mismo. Cuando Omar Mateen estaba cometiendo su masacre, seguía subiendo comentarios a Facebook y llamando a una emisora de TV. Su audiencia éramos nosotros, no Dios”.

“Omar Mateen quería que le viéramos como un mártir en nombre de la santidad. Pero en realidad era un triste perdedor destruyéndose a sí mismo por motivos de venganza”.

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