El envío a Roma de la primera delegación oficial de Atenas marcó el inicio de la colaboración, después de diez siglos, entre la Iglesia ortodoxa griega y la Iglesia católica. El nuevo clima, que supone un giro significativo en las relaciones (hasta hace poco, la Iglesia griega ni tan siquiera reconocía a la Iglesia católica como Iglesia), es fruto del viaje de Juan Pablo II a Atenas (mayo de 2001). Una peregrinación «tras las huellas de San Pablo» que -paradójicamente- había suscitado numerosas polémicas en el seno de la ortodoxia griega (ver servicio 64/01).
Durante su permanencia en Roma, la delegación -presidida por el metropolita de Attika, Panteleimon- mantuvo contactos con diversos dicasterios de la Curia romana y fue recibida en audiencia por el Papa. Uno de los objetivos de fondo es la «colaboración en campo social, cultural, educativo, ecológico y bioético para el bien de la humanidad», según escribe al Papa el arzobispo de Atenas y primado de toda Grecia, Christodoulos. Se trata además, de crear un puente de comunicación y de reconciliación, de modo que el testimonio cristiano en el ámbito de la Unión Europea sea más intenso y creíble. Christodoulos refiere al Papa que entre los lazos que unen a Atenas con Roma recuerdan con orgullo el haber ofrecido a Roma tres Papas santos: Anacleto, Higinio y Sixto II.
En su saludo al Santo Padre, el metropolita Panteleimon dijo que había llegado el momento de volver, en el siglo XXI, a la unión que caracterizó los diez primeros siglos, algo que no será fácil. El Papa hizo referencia al «ecumenismo de la santidad, que nos conducirá al final, con la ayuda de Dios, hacia la plena comunión, que no significa ni absorción ni fusión, sino un encuentro en la verdad y el amor».
