La fuente de su fuerza interior

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En una entrevista concedida al diario español El País (15 octubre 2003), Mons. Julián Herranz, presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y uno de los nuevos cardenales recién nombrados, subraya la vida espiritual de Juan Pablo II.

Ciertamente, dice el Card. Herranz, la actividad externa es impresionante: viajes, alocuciones, documentos… «Pero hay otra actividad enorme de la que no se habla y que está en el origen de todo eso: la cantidad de horas que Juan Pablo II ha pasado rezando ante el Sagrario. De mi experiencia en el trato personal con él me impresiona su misticismo. Es un hombre que vive en continua unión con Dios. No sólo es vicario de Cristo: quiere encarnar a Cristo en las palabras, en la enseñanza, en los gestos, y para mí esa dimensión mística es la fuente de toda su energía apostólica y misionera».

Juan Pablo II, señala también el Card. Herranz, ha conectado con el mundo actual en su proclamación del Evangelio: «No ha hecho otra cosa en estos 25 años que anunciar Cristo al mundo. Al Papa le gusta subrayar la armonía entre razón y fe, que se complementan. Y ha obtenido la admiración general. En su último discurso en la ONU fue aplaudido cinco minutos, porque había tocado el fondo de la gran preocupación de los hombres: ¿qué va a ser del futuro de la humanidad? El hombre ha sido creado libre, Dios le deja libertad. El Papa explica que esa libertad hay que defenderla, que esa libertad, que permite a la inteligencia crear tantas maravillas, no puede divorciarse de la verdad sobre el hombre, sobre sus derechos y deberes. Juan Pablo II ha respaldado siempre la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Ésa es la grandeza del pontificado de Juan Pablo II, e incidirá mucho en todos los pontificados futuros, porque ha trasladado al mensaje de Cristo todo lo que se fraguó en el siglo XX».

Esto mismo, añade el cardenal, explica que el Papa se haya convertido en un referente moral. «Juan Pablo II posee la fuerza de atracción de sus cualidades humanas excepcionales, pero en la raíz está el mensaje de Cristo. Que ofrece una visión alta del amor humano, que supone darse de verdad, entregarse al otro, más allá del puro sexo animal. Y ahí está el secreto, también, de su afinidad con la gente joven. Yo le acompañé, con otros de la Curia, en su viaje reciente a España. Se le veía feliz. Uno de los policías de escolta, una mujer, exclamó: ‘¡Este Papa tiene más fuerza de atracción ante los jóvenes que los Rolling Stones!’. Le comenté a la agente que el Papa no cantaba ni tocaba la guitarra. Y ella dijo: ‘No, pero hace sonar una musiquilla dentro’. Es la ‘musiquilla’ de los valores que la gente joven tiene en el alma, en mayor medida que los adultos. Juan Pablo II exige a los jóvenes solidaridad, generosidad, amplitud de miras. En Cuatro Vientos, un millón de personas empezó a gritar: ‘¡El Papa es joven!’. Es cierto: la edad de las personas no la dan los años, sino la capacidad de amar. El joven ama. El Papa ama. Hace de su vida una donación, lo vemos diariamente por televisión, se da hasta más no poder. Y la juventud lo entiende. Ésa es la fuerza de este Papa, ese gran viejo, tan joven».

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