Más grande que el Nobel

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David Brooks, comentarista del New York Times, afirma que el premio Nobel de la Paz se le queda pequeño a Juan Pablo II (New York Times, 11 octubre 2003).

«No puedo creer que le importe, pero Juan Pablo II, que ha tenido una influencia más profunda y en más personas que cualquier otro ser humano viviente, nunca va a ganar el Nobel de la Paz». El Papa «es demasiado grande y complejo para el galardón. El proyecto al que se ha dedicado -al que todavía está dedicado- excede las categorías» del comité.

El Papa, testigo directo del nazismo y del comunismo, es quizá uno de los que con mayor acierto puede enjuiciar los tiempos modernos: «Instruido por la fe, educado por la dura historia de la Europa central, el joven Wojtyla llegó a la convicción de que ‘el mal de nuestro tiempo consiste en primer lugar en un tipo de degradación, es más, de pulverización del fundamental carácter único de cada persona’». Frente a esto, «Juan Pablo II ha dedicado su vida a la defensa de la total e indivisible dignidad de cada persona. Cree que en el centro de cada individuo está la necesidad moral de buscar la verdad». Su empeño es «defender la dignidad de la persona en todos los ámbitos»: por eso «no encaja en las categorías políticas ordinarias».

¿Cuál es, a juicio de Brooks, el balance del pontificado de Juan Pablo II? «Su principal logro ha sido recordarnos – a los católicos y también a los que no somos católicos- que no se puede degradar a las personas». Lo hace invitando a todos a elevar la mirada. «Está siempre sacándonos de nuestro cómodo conformismo secular para llevarnos a las cuestiones últimas. No se puede hablar de política, economía, ciencia, filosofía o guerra -advierte-, y a la vez apartar los ojos de Dios y de la verdad suprema».

Así, el comité que se encarga de otorgar el Nobel de la Paz destaca en la ganadora de este año, Shirin Ebadi, su compromiso con el diálogo y la democracia. «Pero donde el comité detiene su reflexión, ahí entra el Papa. ¿Diálogo hacia qué verdad? ¿Democracia para qué? Juan Pablo II comprende que nunca convenceremos a un islamista radical para que renuncie a su monopolio absoluto sobre lo que cree ser la verdad divina, si todo lo que le ofrecemos es un tibio diálogo sobre la necesidad de llevarnos bien. Hemos de mostrarle la verdad con tolerancia», y en esto el Papa «va muy por delante de todos».

Concluye Brooks: «Cuando la historia vuelva la mirada a nuestro tiempo, reconocerá en Juan Pablo II el gigante de esta época, la persona que más hizo para poner la democracia y la libertad al servicio de las más altas metas humanas».

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