La conversión, una consecuencia de la libertad religiosa

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La sonada conversión al cristianismo de Magdi Allam, periodista italiano de origen egipcio y musulmán (ver Aceprensa 33/08), subdirector del Corriere della Sera, ha puesto en primer plano algunos equívocos en el diálogo entre la Iglesia y el Islam. ¿La conversión es una herida a la sensibilidad islámica o un modo de expresar esa libertad religiosa cuyo reconocimiento se exige a los países musulmanes?

Con la solemne Vigilia de Pascua celebrada por Benedicto XVI, la Semana Santa católica llegaba a su punto culminante. Una semana de Pasión que comenzaba con una fatal noticia: la del asesinato en Irak del obispo caldeo católico de Mosul, Bulos Faray Raho. El mismo Benedicto XVI manifestaba visiblemente su dolor sobre el altar de la Plaza de San Pedro, en la aguada fiesta del Domingo de Ramos, y el Martes Santo celebraba personalmente un funeral por el alma del prelado iraqueno. Un nuevo episodio de dolor en la historia de la persecución de los cristianos en algunos países islámicos.

Pocos días después, el Papa vertía las aguas del Bautismo sobre la cabeza del musulmán Magdi Allam. ¿Sucesos aislados o icónica representación de la relación entre Islam y Cristianismo?

Vías de entendimiento

En el pasado octubre más de un centenar de intelectuales y líderes religiosos del mundo islámico remitían una carta a Benedicto XVI para proponerle un renovado esfuerzo de entendimiento entre católicos y musulmanes. En el mes de febrero una delegación fue recibida en audiencia por el Santo Padre y se fijó continuar las conversaciones en una reunión de diálogo interreligioso prevista para los próximos meses (cfr. Aceprensa 110/07 y 3-01-2008).

Uno de los firmantes de la carta, Sergio Yahe Pallavicini, imán de la mezquita al-Wahid de Milán, se expresó así tras escuchar la noticia de la conversión de Allam: “lo que me sorprende es el alto perfil que ha dado el Vaticano a esta conversión”. ¿Se romperá entonces el diálogo? Por parte de los católicos es claro que no, pues el Papa ha manifestado innumerables veces su decisión no solo de mantenerlo sino de intensificarlo en un contexto de reciprocidad.

Además, la Santa Sede, por boca del jefe de la Sala Stampa y en referencia a las opiniones expresadas por Allam en el Corriere della Sera al día siguiente de su conversión, dejó claro que “acoger en la Iglesia a un nuevo creyente no significa evidentemente hacer propias todas sus ideas y posiciones, sobre todo en temas políticos o sociales”. El portavoz dijo también que el itinerario de diálogo abierto debe continuar y “es de extrema importancia no interrumpirlo, siendo esto lo prioritario respecto a episodios que pueden acarrear malentendidos”.

Por parte islámica, aunque ha habido críticas hacia la notoriedad del bautismo de Allam, tampoco se ha hablado de clausurar las conversaciones. El profesor de Cambridge Aref Alí Nayed -firmante también de la mencionada carta y portavoz de estas personalidades musulmanas- afirmaba en una entrevista a El País que “el diálogo es un deber religioso en el que debemos persistir por el bien de la humanidad”. Por tanto, hay voluntad de diálogo por ambas partes y sigue abierta esa vía de entendimiento. Pero, ¿cuáles son las claves sobre las que dar nuevos pasos?

Bases para el diálogo

Es necesario partir de tres premisas iniciales. En primer lugar, el Islam no cuenta con una autoridad central y por eso el diálogo solo puede hacerse con unos grupos determinados, por ejemplo, el mencionado grupo de 138 académicos y líderes islámicos signatarios de la carta.

Por otro lado, el ordenamiento vital del Islam no admite separación entre lo político y lo religioso, y tiene planteamientos muy distintos a los propios de los países con raíces cristianas. En su concepción, los derechos humanos quedan sometidos a la sharia o ley religiosa islámica, lo cual implica un clara inferioridad de la mujer respecto al varón, negativa del derecho a abandonar la fe islámica, ausencia de espacios libres de expresión propios de una sociedad pluralista, etc.

Una tercera premisa para el diálogo es que ambas partes han de tener una clara conciencia de sí, de su propia identidad, y dar a conocer al otro la propia posición de una manera completa. En este sentido, conviene tener en cuenta que si por parte cristiana hubiera reparos para presentar la propia fe en toda su integridad por miedo a ofender o decepcionar, no haría sino confirmar al interlocutor musulmán en la convicción de que el cristiano es un creyente “débil”.

Benedicto XVI, sobre todo en un discurso a la curia romana en la Navidad de 2006, ha hablado con claridad de los puntos sobre los que apoyar ese acercamiento: las conquistas de la verdadera razón -no la razón positivista que “excluye a Dios de la vida de la comunidad y de los ordenamientos públicos”- en cuanto a los derechos del hombre, especialmente los referidos a la libertad religiosa y a la dignidad de la persona. En esta línea, el Papa se mostró muy esperanzado ante la carta que le fue enviada por los líderes islámicos, sobre todo por un aspecto: la atención prestada por los signatarios al doble mandamiento que invita a amar a Dios y al prójimo. Se trata de una creencia común de ambas religiones, sobre la que, según el Papa, se puede edificar un futuro de entendimiento.

Iglesias y mezquitas

Otro aspecto importante sobre el que se ha insistido es el de la reciprocidad, algo sobre lo que se está de acuerdo en líneas generales, pero que en lo concreto es fuente habitual de desencuentros. Un ejemplo expresivo lo contaba el Corriere della Sera con una entrevista a Nura, una culta mujer Islamista conversa al cristianismo que vive en Italia: “Hoy no existe derecho a la reciprocidad. El cristiano que se convierte al Islam no tiene miedo. Es como si se sintiese bien protegido a sus espaldas. Nosotros por el contrario tenemos que escondernos. Tenemos verdadero pavor. Yo siento terror cuando entro en la iglesia y elijo habitualmente una parroquia lejana al barrio donde vivo. Estoy muy atenta de no hacerme ver. Pero no renuncio a ir a la iglesia, porque creo de veras”.

Recientemente un país islámico -Qatar- ha permitido que se construya un templo católico en su territorio, lo cual es toda una novedad. Pero, a la vez, la casa real de Arabia Saudí ha negado el permiso para que exista culto católico en el país, aunque se estima que hay unos ochocientos mil inmigrantes católicos en su territorio. Y en Argelia se han clausurado varias iglesias evangélicas, a las que se acusa de buscar conversiones al cristianismo.

A su vez, los inmigrantes musulmanes en países europeos se quejan de los obstáculos que encuentran para construir mezquitas, aunque a menudo son más dificultades económicas que administrativas.

Conversión y reciprocidad

Libertad religiosa, como derecho humano inalienable, y reciprocidad se entremezclan en el caso de la conversión. Es por esto que la conversión de Allam adquiere una significativa fuerza expresiva. Así como los musulmanes pueden invitar a la conversión a los cristianos en Occidente, también los cristianos deberían poder exponer su fe a los musulmanes en los países islámicos. Pero de momento no es así. Según Shamir Khalil Samir, jesuita egipcio, experto en el Islam, “el bautismo de Magdi Allam por parte del Papa no es un acto de agresión, sino una exigencia de reciprocidad. Es una provocación tranquila, que sirve solo para hacer pensar y despertarse”.

La conversión de un musulmán a otra religión es considerada por el Islam como una traición a la comunidad de los verdaderos creyentes. La libertad religiosa se concibe, por tanto, como libertad de adherirse a la verdadera religión, que es el Islam, mientras que el paso a otros credos está terminantemente prohibido. Aunque la pena derivada de la transgresión de esta máxima varía según escuelas y tradiciones, la corriente preponderante considera que la pena que se debe infligir es la muerte. Esta es la interpretación dominante de los 14 versículos del Corán que sancionan la apostasía, 13 de los cuáles hablan de “un castigo muy doloroso en el otro mundo” y solo uno de ellos menciona “un tormento muy doloroso en este mundo y en el otro”.

Una tendencia liberal minoritaria entre los musulmanes piensa, sin embargo, que Mahoma no pidió nunca que se matara al apóstata, e incluso intervino en dos casos para impedir que los suyos lo hicieran.

Por tanto, aunque el recurso a la pena de muerte no parece tener un apoyo suficiente en los textos coránicos, varias razones impulsan a su extensión en la actualidad en los países islámicos. Según Samir Khalil Samir, profesor de historia de la cultura árabe y de estudios islámicos en la universidad de Saint Joseph (El Líbano), la razón está en que el llamado “despertar islámico” ha recuperado antiguas afirmaciones históricas, animando a “los que apoyan las corrientes radicales a presionar para que quien abandone el Islam sea castigado con severidad”. Y lo que es más grave, en un mundo global y con una religión tan diversificada en escuelas como la islámica, las amenazas a los conversos que abandonan el Islam se extienden ya a cualquier país.

¿Qué ocurre cuando el camino de la conversión se recorre en sentido inverso? ¿corren riesgo quienes pasan del cristianismo al Islam? De nuevo, la voz de Alí Nayed: “Creo que si una autoridad musulmana eligiera a un converso vehementemente anti-cristiano y lo exhibiera en una gran ceremonia retransmitida por televisión y éste publicara además un artículo anticristiano repleto de odio muchos cristianos estarían enfadados. Las gentes se convierten constantemente en ambas direcciones”.

Un derecho reconocido en Occidente

Pero por encima de suposiciones, en este caso la vieja máxima (no news, good news) es la mejor garantía de lo que ocurre: nada. En los países de raíces cristianas la posibilidad de adherirse a otra religión y de hacer de ella pública confesión está garantizada por el clima de libertad religiosa. Y es que la doctrina del magisterio católico es clara y vuelve una vez más sobre la reciprocidad: “la Iglesia prohíbe severamente que a nadie se obligue, o se induzca o se atraiga por medios indiscretos a abrazar la fe, lo mismo que vindica enérgicamente el derecho a que nadie sea apartado de ella con vejaciones inicuas” (Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes, n. 13).

La posición cristiana con respecto a la libertad religiosa y la conversión es por tanto bien diversa a la islámica. Como explica Samir Khalil Samir “es necesario garantizar la libertad de evangelización (tabshîr), así como la libertad de islamizar (da’wa). Para mí, el cristianismo es la más bella y más perfecta religión, y el Islam, teniendo muchas cosas buenas, no es el cumplimiento del proyecto divino sobre el hombre. Al mismo tiempo admito que el musulmán esté convencido de lo contrario y está en su pleno derecho. Es más ¡es su deber!. Este es el verdadero respeto recíproco: cada uno sigue su conciencia y trata de iluminar a los demás siempre más”.

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