Juan Pablo II da el espaldarazo a los movimientos

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«Un don del Espíritu Santo a nuestro tiempo»
Roma. Los movimientos y nuevas comunidades eclesiales mantuvieron en la tarde del sábado 30 de mayo un encuentro con el Papa en la plaza de San Pedro, que contó con la presencia de decenas de miles de personas. La manifestacion sirvió también -desde el punto de vista logístico y organizativo- como un conseguido ensayo general para los actos del Gran Jubileo, cuyo calendario se había presentado unos días antes en el Vaticano.

El encuentro fue una iniciativa que el propio Juan Pablo II planteó hace dos años, indicando incluso como fecha de celebración la vigilia de Pentecostés de 1998. Con la elección de esa festividad, el Papa quería expresar gráficamente que ve en estas nuevas realidades eclesiales «uno de los dones del Espíritu Santo a nuestro tiempo». El Papa ya se ha reunido en numerosas ocasiones con muchos de esos grupos, a los que siempre ha alentado en su acción apostólica. La novedad de esta invitación estaba en el carácter general de la convocatoria. El Papa deseaba que en esta ocasión ofrecieran un «testimonio común» de unidad.

Un fenómeno multiforme

El cardenal James Francis Stafford, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, organismo de la Santa Sede que se ocupa especialmente de los movimientos, manifestó que se había invitado al acto a todos los movimientos aprobados por la Santa Sede o en fase de aprobación. El elenco de participantes incluía más de cincuenta grupos. El cardenal indicó que los objetivos de esta iniciativa eran «demostrar una vez más el apoyo del Papa, poner de manifiesto los vínculos que unen los movimientos con el Magisterio, con el Santo Padre y con los obispos, y alentarles en la tarea de la evangelización».

Quizá sea necesario, antes que nada, precisar que la expresión «movimientos», a la que se añade también la de «nuevas comunidades» o incluso «nuevas realidades eclesiales», no es una terminología jurídica, sino más bien fenomenológica: es decir, describe una realidad que es multiforme. Cada una de estas entidades tiene un carisma propio, un modo de presentar la misma fe que no es mejor ni peor, sino que sirve para que, entre todos, se llegue a personas de las más diversas situaciones y sensibilidades.

Simplificando las cosas, se podría decir que bajo la terminología «movimientos y nuevas realidades eclesiales» se agrupa todo lo que no son órdenes, congregaciones religiosas o institutos de vida consagrada, por un lado, y, por otro, lo que no forma parte de la estructura jerárquica de la Iglesia, como son las diócesis, vicariatos, prelaturas. Esto último explica también, por ejemplo, que no haya participado en estos actos la Prelatura del Opus Dei como tal; lo que no excluye, como ha escrito en Avvenire el Prelado, Mons. Javier Echevarría, «que todos los fieles de la Prelatura se sienten, con toda la Iglesia, muy cercanos a estos movimientos. Algunos de ellos han podido colaborar en la organización de estas jornadas, y otros estarán presentes en la celebración: todos rezarán por sus frutos espirituales y apostólicos».

En los días precedentes al encuentro con el Papa se celebró un congreso sobre «Los movimientos eclesiales: comunión y misión en los umbrales del tercer milenio», que contó con la participación de unas trescientas cincuenta personas. Uno de los aspectos más característicos de los tres días de simposio fue el ambiente extremadamente positivo y la multiplicidad de iniciativas que estaban representadas: desde instituciones centradas en la formación para la oración hasta otros grupos dedicados a la asistencia a marginados. Puestos a buscar rasgos que puedan describir globalmente a estas realidades eclesiales, se podría decir que uno de ellos es precisamente la actitud positiva ante al Magisterio de la Iglesia, el Papa, los obispos, y la insistencia que se ha puesto en la necesidad del encuentro personal con Cristo en los sacramentos.

Con el aliento del Papa

El nacimiento y expansión de los movimientos eclesiales es un fenómeno característico de los últimos decenios, que no ha estado exento de dificultades y problemas en las relaciones con la jerarquía eclesiástica y a veces en los modos de expresión del propio carisma. Para describir ese periodo inicial, durante los días de simposio se ha utilizado con frecuencia la imagen de la adolescencia: el joven rebelde, lleno de ideales, que necesita de un padre comprensivo, que sepa dar confianza. Ha sido unánime la constatación de que Juan Pablo II ha actuado en sus veinte años de pontificado como ese padre de familia sabio, que ha sabido comprenderles: se entiende, por eso, que cada una de estas realidades se sienta como los hijos predilectos del Papa.

En el mensaje enviado a los participantes del congreso, Juan Pablo II les decía: «Desde el inicio de mi pontificado, he atribuido una especial importancia al camino de los movimientos eclesiales, y he tenido ocasión de apreciar los frutos de su creciente presencia. He constatado con gusto su disponibilidad a poner sus propias energías al servicio de la Sede de Pedro y de las Iglesias locales. Los he señalado como una novedad que todavía espera ser acogida y valorada de manera adecuada. Hoy día constato, y por ello me alegro, una más madura autoconciencia».

Luego el Papa explicó la identidad y misión de los movimientos. Señaló que se trata de «una realidad eclesial concreta, en la que prevalentemente participan laicos, un itinerario de fe y de testimonio cristiano que funda su propio método pedagógico sobre un carisma preciso donado a la persona del fundador en circunstancias y modos determinados».

Después, Juan Pablo II les dijo que «ante vosotros se abre una nueva etapa: la de la madurez eclesial. Eso no quiere decir que todos los problemas se hayan resuelto. Es, más bien, un desafío. Un camino que hay que recorrer. La Iglesia espera de vosotros frutos ‘maduros’ de comunión y compromiso». Y, como telón de fondo, la tarea evangelizadora: «Se advierte con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. ¡Qué necesidad hay hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo!».

Carisma y autoridad

El Papa hizo hincapié en que en la Iglesia no existe contraposición entre dimensión institucional y dimensión carismática, de la que los movimientos son una expresión significativa. «Los verdaderos carismas no pueden sino tender al encuentro con Cristo en los sacramentos». «¿Cómo custodiar y garantizar la autenticidad del carisma? Es fundamental, en este sentido, que cada uno de los movimientos se someta al discernimiento de la Autoridad eclesial competente. Por eso, ningún carisma dispensa de la referencia y de la sumisión a los Pastores de la Iglesia».

El cardenal Ratzinger, que intervino en el simposio, dijo a este respecto que existe el riesgo de una visión unilateral, que lleve a absolutizar la experiencia del propio movimiento. Pero, añadió, «es necesario también que se diga alto y fuerte a las Iglesias locales, incluso a los obispos, que no deben admitir pretensiones de uniformidad absoluta en las organizaciones y programaciones pastorales». El cardenal señaló que «no pueden elevar sus propios proyectos pastorales como modelos fijos de lo que le está permitido obrar al Espíritu Santo».

Además del discurso del Papa, otro de los momentos más esperados del encuentro en la plaza de san Pedro fue el de los testimonios personales que ofrecieron los fundadores de cuatro de estas realidades: Chiara Lubich (Focolares), Kiko Argüello (Camino Neocatecumenal), Jean Vanier (Comunidad del Arca) y Mons. Luigi Giussani (Comunión y Liberación).

Como ya había quedado de manifiesto en el congreso, la nota común de esas intervenciones fue el agradecimiento a Juan Pablo II por su apoyo y aliento, y por el hecho de que durante estos veinte años no haya perdido nunca la oportunidad para conocerlos más de cerca. En el Papa, se afirma en el mensaje final del congreso, «se manifiesta una síntesis entre tarea institucional y su expresión carismática, que nos ha permitido a nosotros mismos comprender mejor nuestra vocación».

Ante tanta diversidad, quizá uno de los aspectos más positivos que han emergido durante el congreso y el encuentro es la convicción de que «la diversidad de carismas no obstaculiza la unidad: es más, esa multiplicidad es un bien para cada uno».

Características de los movimientos eclesiales

¿Pueden señalarse unos rasgos comunes en este fenómeno plural y desestructurado de los movimientos? Arturo Cattaneo, profesor de Eclesiología en el Ateneo Pontificio de la Santa Cruz, señala algunas líneas de fuerza, sin pretensión de exhaustividad, en un artículo publicado en el número de febrero de la revista Annales Theologici.

1. El origen carismático. Es su característica más importante, que deberá ser debidamente comprobada por la competente autoridad eclesial. La acción carismática tiene generalmente inicio en el fundador o fundadora para extenderse luego y ser participada a otros fieles.

2. La vida cristiana como encuentro personal con Cristo. Los movimientos se caracterizan por la manera de presentar y ayudar a descubrir la vida cristiana como encuentro personal con Cristo; un encuentro que lleva consigo una gracia que «pone en movimiento», que empuja a seguir a Cristo, arrastrando a otros en su seguimiento.

3. La difusión de la llamada a la santidad entre todos los fieles. La constitución Lumen gentium proclama la «llamada a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (LG, 40/b). Los movimientos pueden considerarse unos cauces para difundir esta llamada entre los fieles laicos, ayudándolos a buscar aquella plenitud de vida cristiana.

4. La promoción del papel de los laicos en la Iglesia. El Vaticano II ha dado paso a una revalorización del papel de los fieles laicos en la Iglesia. En esta línea, los movimientos se han desarrollado entre los fieles laicos y dirigiéndose principalmente a ellos, ayudándolos a asumir la importante tarea eclesial que les corresponde. Decimos «principalmente», ya que algunos movimientos, además de los presbíteros que son necesarios para el ministerio sagrado, acogen también a otros sacerdotes y a miembros de Institutos religiosos.

5. La misión apostólica de los laicos. El Concilio ha dejado claro que esta misión no debe concebirse como una concesión por parte de la Jerarquía, sino como algo que deriva de la misma vocación bautismal, y que se puede sintetizar en la difusión del espíritu de Cristo en las realidades temporales: una misión que está abierta a innumerables iniciativas personales y asociativas. Una de las características de los movimientos es el fuerte testimonio de fe y el espíritu apostólico que los anima. Los frutos de la actuación de sus miembros son bien evidentes, como lo ha expresado el cardenal Danneels: «Está claro que hoy en día la mayor parte de las ‘conversiones’ se dan en los movimientos, mientras que nuestras estructuras clásicas parecen relegadas al papel de mantenimiento y de servicios».

6. Una realidad de ámbito universal o transdiocesano. Los movimientos constituyen una realidad de la Iglesia universal que está llamada a actuarse en las Iglesias particulares. De esta manera, los movimientos las enriquecen, alejando el peligro de los particularismos, y favoreciendo la comunión entre ellas.

7. Elasticidad y variedad de formas de pertenencia y de compromiso. Esta característica estructural refleja el espíritu subyacente al fenómeno de los movimientos. La elasticidad y la variedad en las modalidades de pertenencia responde a la gran diversidad de las situaciones en las que viven los fieles laicos, y en las que siguen viviendo después de su adhesión a un movimiento. Esto distingue a los movimientos de los institutos de vida consagrada.

8. En el mundo, sin ser del mundo. No es nada fácil resistir a la creciente secularización que se ha extendido en la sociedad occidental y desarrollar una acción que incida socialmente y contribuya a transformar el ambiente según los principios cristianos. Más difícil aún es hacerlo sin la ayuda de otras personas. En este sentido, a la luz de las exigencias que plantea la nueva evangelización, los movimientos ofrecen una preciosa aportación. Se explica así por qué en los movimientos se aprecia una clara actitud anticonformista, un deseo de transformar el mundo siendo levadura en la masa, lo cual supone una actitud positiva frente al mundo, no entendido ya como reino del pecado, sino como parte integrante del plan salvífico de Dios.

9. Acento en la Iglesia como comunión. La comunión como clave para entender la Iglesia es una de las ideas centrales del Concilio. En los movimientos se observa una acentuación de la experiencia de la Iglesia en su aspecto de comunión entre los fieles, de aquella fraternidad cristiana que el Señor ha puesto como signo distintivo para sus discípulos.

10. La importancia dada a la espiritualidad y a la formación. El cultivo de la espiritualidad y de la formación cristiana no es tarea de fácil realización entre los fieles laicos, habida cuenta de sus múltiples ocupaciones profesionales, familiares y sociales. Los movimientos han contribuido a conseguir que los laicos tomen conciencia de la importancia de la vida espiritual (vida sacramental, escucha y meditación de la Palabra de Dios y otras prácticas de piedad), y a ofrecerles una apropiada formación doctrinal.

11. Amor a la Iglesia y al Romano Pontífice, y devoción mariana. Son características que deberían pertenecer a todo fiel cristiano, aunque demasiadas veces brillan por su ausencia, mientras que en los movimientos se acentúan.

Algunos movimientos presentes en el congreso

Movimiento de los Focolares. Fundado en 1943 por Chiara Lubich en Trento (Italia). La primera aprobación pontificia de los estatutos es de 1962. La última es el decreto del Consejo Pontificio para los Laicos del 26-IX-1990, con el que se reconoce la Obra de María (Movimiento de los Focolares) como asociación de fieles privada de derecho universal. El movimiento se articula en 17 ramas y cuenta con numerosas realizaciones que se manifiestan también en empresas, editoriales, obras sociales. Su finalidad específica es la búsqueda de la unidad.

Camino Neocatecumenal. Sus iniciadores, Kiko Argüello y Carmen Hernández, lo pusieron en marcha en los años sesenta en una barriada de Madrid. En el congreso participaron como observadores, pues se definen no como un movimiento o una asociación, sino como un camino de conversión que actúa en las parroquias, ayudando a descubrir la fe a mucha gente que la ha abandonado. Ha promovido la creación de 35 seminarios diocesanos, donde se forman jóvenes que han madurado su vocación en el seno de una comunidad neocatecumenal.

Comunión y Liberación. Tiene su origen en 1954, aunque en su forma actual data de 1969. Reconocida en 1982 por el Consejo Pontificio para los Laicos como asociación laical internacional con el nombre de Fraternidad de Comunión y Liberación. Del carisma de CL han nacido la asociación eclesial «Memores Domini» y la sociedad de vida apostólica «Fraternidad sacerdotal de los misioneros de San Carlos Borromeo». Es un movimiento educativo que tiende a formar personalidades cristianas maduras a partir del don de bautismo.

Obra de Schönstatt. Fundada en 1914 por el sacerdote alemán Joseph Kentenich. En 1964 se han reconocido las bases del Estatuto General. El padre Kentenich describió el horizonte del movimiento como una «configuración mariana» de la Iglesia y del mundo en Cristo.

Legión de María. Fundada en 1921 en Irlanda por Frank Duff. Además de la difusión mariana, los escritos de su fundador han ayudado a comprender mejor el papel de la Virgen en la economía de la salvación.

Renovación Carismática. El movimiento carismático católico surgió en el año 1967, gracias a la iniciativa de un grupo de estudiantes de la Universidad de Duquesne (Pittsburgh, EE.UU.). No cuenta con un fundador concreto: se presenta como una realidad surgida espontáneamente por la gracia del Espíritu Santo para promover la renovación de la vida cristiana.

Diego ContrerasTestigos del Espíritu

Ver reseña: Manuel María Bru, Testigos del Espíritu. Los nuevos líderes católicos: movimientos y comunidades.

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