Janne Haaland Matlary: La búsqueda del sentido de la vida por parte de una política noruega

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Entrevista

Madrid. Los caminos para descubrir la fe católica son muy diversos. Pero si el itinerario espiritual parte de las frías tierras de Noruega, y la protagonista es una catedrática de Relaciones Internacionales en la Universidad de Oslo, ex secretaria de Estado de Asuntos Exteriores y defensora de un nuevo feminismo, no cabe duda de que tiene un interés especial. Es el caso de Janne Haaland Matlary, que ha estado en Madrid para presentar su libro El amor escondido (ver reseña de la obra en el servicio 168/02).

El motivo de dar a conocer su trayectoria de fe es su convicción de que «la vida es demasiado breve como para pasar por ella sin hablar de los asuntos más importantes. Sentí la necesidad de comunicar mis reflexiones al mayor número de personas posible». Y parece que «aun sin entender demasiado», el público noruego ha recibido el libro con curiosidad e interés. «Me llaman personas, incluso niños, interesadas en conocer a algún sacerdote católico, porque les preocupa la verdad. Hay que descubrirles la rica tradición intelectual del catolicismo».

Durante años Matlary se ha dedicado a problemas de filosofía social y política internacional. Como esposa y madre de cuatro hijos, ha tenido que afrontar también el problema de la conciliación entre trabajo y familia. Y esta experiencia le lleva a defender una adaptación de las condiciones laborales a las necesidades de la mujer, como explicó en su anterior libro El tiempo de las mujeres (cfr. servicio 137/00). Su notoriedad en este campo hizo que formara parte de la delegación de la Santa Sede en la Conferencia Mundial de la Mujer en Pekín (1995).

Matlary piensa que el marido y la mujer deben compartir al 50% la atención a los hijos y a las tareas del hogar. Por eso, con su mentalidad nórdica, se extraña de los horarios laborales en España. «Así no se puede atender a la familia. La mujer y el marido deberían poder trabajar menos horas, para pasar tiempo con sus hijos por las tardes. En la actual situación de privilegio de los hombres, a la mujer se la obliga a tener que decidir por la casa o por el trabajo, porque se hace imposible compatibilizar». No habla de teorías, ni de experimentos sociales, sino de lo que ella misma se ha visto obligada a conseguir.

Matlary ha dedicado mucho esfuerzo a argumentar racionalmente en el espacio público, y a defender los conceptos básicos de lo que es natural en la familia. Su conocimiento de los instrumentos de influencia en la opinión pública le ha llevado a desarrollar una peculiar estrategia: «Hay que aprender a usar los instrumentos de la defensa de los derechos humanos. En Noruega soy columnista de varias publicaciones, y escribo mucho sobre la Convención de los Derechos del Niño. Allí se declara que los niños tienen derecho a ser criados por sus padres biológicos. O, si son adoptados, se pide que sus padres adoptivos cumplan ese papel con el mayor parecido posible. Y también la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice que cada hombre y cada mujer tienen derecho a contraer matrimonio. La estrategia que defiendo se apoya en estos textos que son de derecho internacional y que, por lo tanto, obligan a su cumplimiento en el derecho interno. Por eso algunos grupos están intentando cambiar estos textos en la ONU».

Ve los derechos humanos como uno de los tres principios de legitimidad de los regímenes democráticos, junto con la opinión de la mayoría y los datos científicos. Pero no se le oculta que todos esos pilares dependen de la voluntad y el compromiso político de quien los pone al servicio de sus fines. Por eso pide una mayor implicación social en la defensa de la familia.

Argumentar el discurso público

Cuando propugna su modo de entender el feminismo es consciente de que bebe en fuentes cristianas. Pero piensa que «no se trata de algo propio de la fe revelada, sino más bien del fundamento antropológico, del conocimiento sobre el hombre y la mujer que tiene el cristianismo: es decir, del derecho natural». Ella está convencida de que la tradición intelectual católica tiene mucho que aportar a los países sin tradición popular cristiana, como Noruega.

En su defensa de estas ideas usa argumentos de derecho natural, porque «creo que tenemos que restaurar el discurso público racional, que es el fundamento de cualquier Estado de derecho: la dignidad humana, la igualdad de todos bajo la ley… debe poder argumentarse. El rule of law implica que hay normas superiores, como las normas constitucionales o las del derecho internacional. Me parece muy importante la existencia de órganos como los tribunales constitucionales. Impiden que el procedimiento de las mayorías parlamentarias imponga todas las decisiones. Defiendo que ésta es una exigencia de la democracia: no basta la motivación basada en los sentimientos, debe sostenerse un discurso en el que se usen justificaciones racionales».

Esta apelación a la razón por parte de quien escribe un libro sobre su descubrimiento de la fe es un signo inequívoco de identidad católica.

Ricardo Calleja Rovira

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