También las vidas de los cristianos de Nigeria importan

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También las vidas de los cristianos en Nigeria importan

El gobernador de Ondo, Rotimi Akeredolu, visita la iglesia de S. Francisco (Owo), después del atentado del 5 de junio (foto: @RotimiAkeredolu)

 

Lagos.— Tres muertos en dos ataques a sendas iglesias en Kaduna, el 19 de junio, se suman a las numerosas víctimas que desde hace muchos años vienen cayendo en el norte de Nigeria. Pero es especialmente preocupante que uno de los peores actos de violencia anticristiana tuviera lugar quince días antes en Owo, una localidad del sur. Influyen distintos factores, pero es innegable que en Nigeria hay persecución contra los cristianos. Es una sistemática agresión sin Black Lives Matter.

El pasado 5 de junio, mientras los católicos de todo el mundo celebraban Pentecostés, con hermosas vestimentas rojas y altares bellamente adornados con manteles rojos, se conoció la noticia de que la iglesia católica de S. Francisco, situada en un pueblo muy tranquilo y pacífico llamado Owo, en el estado nigeriano de Ondo, estaba cubierta de rojo, no por los adornos litúrgicos, sino por la sangre de hombres, mujeres y niños inocentes que fueron asesinados allí.

No se trata de un “asesinato en la catedral”; fue una matanza que se cobró 40 vidas y muchos heridos. Había sangre en el altar y en el pavimento, cadáveres en los bancos, biblias y zapatos teñidos de rojo. La masacre, que se produjo pocos minutos después de que terminara la misa, ha hecho que muchos se pregunten qué provocó semejante ataque y quién es el responsable.

Negligencia del gobierno

Al momento de redactar este artículo, el gobierno federal señala como responsable a la Provincia de África Occidental del Estado Islámico (ISWAP); pero el gobernador del estado de Ondo, Rotimi Akeredolu –que, por cierto, es natural de Owo– calificó esa afirmación de precipitada y probablemente falsa, pues es sabido que el ISWAP siempre reivindica sus acciones. En consecuencia, se sabe poco sobre los perpetradores y muchos no confían en la investigación ni en la capacidad del gobierno para detener a los autores. De hecho, es público que las autoridades han fracasado en su deber de proteger vidas y bienes, y se han hecho expertos en emitir declaraciones de condena y condolencia. Debido a su incapacidad del gobierno, muchos no verían con malos ojos que se permitiera a los particulares usar armas.

La actitud negligente del gobierno quedó bien reflejada en el informe del Grupo Parlamentario Multipartidista para la Libertad Internacional de Religión y Creencias, del Parlamento británico, titulado Nigeria: ¿Genocidio en marcha? El informe afirmaba: “Uno de los principales motores de la escalada de violencia es la incapacidad del gobierno nigeriano para proporcionar seguridad o justicia a las comunidades de agricultores o pastores. Esto, unido a la falta de voluntad política para responder adecuadamente a las advertencias o para llevar a los autores de la violencia ante la justicia, han fomentado el sentimiento de victimización y persecución”.

El Grupo Parlamentario concuerda con Amnistía Internacional en que la falta de protección de las comunidades, así como los casos de acoso o violencia militar directa, junto con la falta de voluntad para investigar las denuncias, demuestran, como mínimo, negligencia intencionada; y en el peor de los casos, complicidad por parte de algunos miembros de las fuerzas de seguridad nigerianas.

Factores étnicos y religiosos

Los últimos atentados no son casos aislados: desde hace años se vienen produciendo ataques a lugares de culto, sobre todo iglesias. Se ha agredido, secuestrado y asesinado a líderes religiosos cristianos, y también ha habido asesinatos por supuestas blasfemias. El mismo día del atentado también se produjeron ataques contra clérigos cristianos en otros estados. Este tuvo lugar justo una semana después de que el jefe de la Iglesia Metodista de Nigeria fuera secuestrado, junto con otros dos clérigos, en el sureste del país, y liberado tras pagar 240.000 dólares. Unas semanas antes, dos sacerdotes católicos fueron secuestrados en Katsina (centro-norte), y aún no han sido liberados.

No pasa un mes sin que se conozca un ataque a un clérigo cristiano, a un fiel o a las propiedades de alguno. Ahora está claro que la identidad religiosa es un factor en los incidentes de violencia en Nigeria, y las comunidades cristianas son las más afectadas. La frecuencia de los ataques ha dejado a muchos conmocionados y ha hecho que la gente se pregunte: ¿dónde puede uno estar seguro en este país, si en una iglesia, en un lugar sagrado de culto, no lo está?

“La élite musulmana del norte no ha desarrollado una base moral para compartir de forma justa el poder con los cristianos” (Mons. Kukah, obispo católico)

Nigeria es un país multiétnico y multirreligioso, dividido a partes iguales entre musulmanes y cristianos. Los grupos étnicos hausa, fulani y kanuri son los más frecuentes en las regiones del noroeste y el noreste, predominantemente musulmanas. Un número significativo de cristianos, incluidos algunos de esas mismas etnias, reside en el noreste y el noroeste. En el centro-norte y el suroeste residen un número aproximadamente igual de ambos grupos, y en el sur y sureste los cristianos son mayoría.

Muchos atribuyen los continuos conflictos a las diferencias étnico-religiosas y abogan por una división del país por las etnias en aras de la paz, pero el gobierno siempre se ha apresurado a disipar cualquier insinuación de que la religión sea la raíz de estos ataques. Sin duda, las causas profundas son a menudo complejas, y también están relacionadas con la pugna por la hegemonía entre distintos grupos, la competencia por los recursos y los agravios históricos; pero el fanatismo religioso y el extremismo, a los que no se ha puesto freno, son una de las principales causas de los problemas de seguridad de Nigeria.

Discriminados

En una homilía pronunciada en el funeral de Michael Nnadi, un seminarista católico asesinado por miembros de una banda en el estado de Kaduna en enero de 2020, el obispo católico de Sokoto, Mons. Matthew Kukah, describió con acierto la situación del país, cuando replicó a quienes sostienen que esta violencia no tiene que ver con la religión, alegando, por ejemplo, que Boko Haram también mata a musulmanes. “¿Debemos negar –dijo– las pruebas que tenemos ante nosotros, de secuestradores que separan a los musulmanes de los infieles u obligan a los cristianos a convertirse o morir?”

En realidad, señaló Mons. Kukah, “la persecución de los cristianos en el norte de Nigeria es tan antigua como el Estado nigeriano moderno”. Como recordó oportunamente, el temor de los cristianos el norte ante la dominación islámica está documentado en el Informe de la Comisión Willinks, de 1956. Desde entonces, “la élite musulmana del norte no ha desarrollado una base moral para compartir de forma justa el poder con los cristianos”, dijo. “Al negar a los cristianos tierras para lugares de culto en la mayoría de los estados del norte; al tolerar la destrucción sistemática de iglesias; al discriminar a los cristianos en el acceso y en la promoción en la función pública; al negar las becas a sus hijos; al casarse con mujeres cristianas o al convertir a cristianos, mientras amenazan de muerte a las musulmanas que se casan con cristianos y a los que se plantean hacerse cristianos, hacen imposible la construcción de una comunidad armoniosa”.

Según Mons. Kukah, el cristianismo en Nigera se encuentra en un momento decisivo que requiere una clara respuesta. “Los cristianos –concluyó– deben levantarse y defender su fe con todas las armas morales que tienen. Debemos ser más firmes para presentar los valores del cristianismo, especialmente nuestro mensaje de amor y no violencia a una sociedad violenta”.

Falta además la intervención del gobierno nigeriano, criticado por las ONG nacionales e internacionales y por las organizaciones religiosas por su falta de voluntad para prevenir o mitigar la violencia entre las comunidades cristianas y musulmanas. Si no garantizan la seguridad, es probable que se amplíe el ciclo de la violencia. En medio de la persecución, se alzan voces que claman venganza, que piden el retorno de las Cruzadas; pero los pastores cristianos están unidos en su mensaje de no violencia y oración. En efecto, no hay ninguna lección que aprender del mal, y la Iglesia siempre ha combatido el mal con el bien, las tinieblas con la luz, y así seguirá siendo.

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