Habermas y el papel de la religión en las sociedades actuales

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Desde que en 2004, en un debate con el entonces cardenal Ratzinger, hiciera públicas sus ideas sobre la función revitalizadora de la religión en la esfera pública, Jürgen Habermas ha tenido que responder a multitud de críticas. Se le ha acusado de traicionar el proyecto ilustrado de la modernidad y de desconocer la función positiva del laicismo. En un artículo, publicado en Claves de Razón Práctica (nº 190, marzo 2009), Habermas responde a las críticas del laicista italiano y ateo militante Paolo Flores D’Arcais.

De acuerdo con su propuesta de democracia deliberativa, el pensador alemán sostiene que la esfera pública, en la que se llevan a cabo las discusiones en torno a valores y normas, es el puente que enlaza la sociedad con las instituciones políticas. En ella se conforma la voluntad ciudadana que después endereza o corrige las decisiones vinculantes del gobierno. De ahí que la madurez política de una sociedad dependa de la participación y fuerza que adquiera aquella.

La Iglesia en la esfera pública

Ciudadanos, asociaciones, grupos, etc., pueden realizar aportaciones en la esfera pública, con el fin de que sus intereses e intuiciones se traduzcan más tarde en las decisiones políticas. De esa forma, se construye una cultura política que habrá de guiar el ejercicio justo y equilibrado del poder. En este sentido, para Habermas también las Iglesias y las organizaciones religiosas pueden participar en la esfera pública.

Como afirmaba en su encuentro con Ratzinger, la cultura religiosa puede iluminar ciertos aspectos que, en un contexto cientificista y excesivamente económico, se han olvidado. Las religiones, señala “no cesan de plasmar los modelos culturales de las grandes civilizaciones”.

De ahí que la función social de las religiones sea indispensable para detectar injusticias, solventar problemas de convivencia y, sobre todo, afianzar los lazos de la solidaridad social entre los individuos. Porque las religiones, como comunidades de interpretación, “son capaces de ofrecer contribuciones articuladas a los problemas ignorados de la convivencia solidaria”.

Pero, si pueden realizar aportaciones significativas y las sociedades son plurales desde el punto de vista cultural, ¿por qué, entonces, propone Flores limitar su presencia en la esfera pública? Habermas advierte que las instituciones religiosas pueden enriquecer a la sociedad, con independencia de la postura que en concreto tomen. Por ello se comprende que, a su juicio, no se debe negar a las instituciones religiosas “el derecho, o la capacidad, de intervenir con aportaciones sustanciales a la discusión sobre la legalización del aborto y la eutanasia, sobre cuestiones bioéticas de la medicina reproductiva, sobre la tutela de la bioesfera y sobre el control del clima”.

Ni clericalismo ni laicismo

Habermas considera que en la esfera pública las instituciones religiosas aparecen como instituciones culturales, junto con otras. Es consciente de que el papel que han de adoptar cuando se dirigen a todos los ciudadanos es diferente del que asumen al dirigirse exclusivamente a sus fieles. En el primer caso, “hacen bien en ofrecer argumentos que respondan igualmente a las intuiciones morales tanto de sus propios miembros como de los no creyentes y de los que tienen creencias distintas”.

No duda en oponerse a lo que denomina “clericalismo”, es decir, a la imposición de una autoridad espiritual que en la esfera pública no intente justificar de forma racional y universal sus razones. Pero el rechazo del clericalismo no le lleva a mostrarse de acuerdo con un laicismo radical, como el que promueve Flores D’Arcais. De hecho, Habermas considera que quienes están de acuerdo en privatizar hasta el extremo las aportaciones culturales y políticas de la religión, confunden la legítima laicidad con “la pretensión de secularizar la sociedad”.

A este respecto, Habermas diferencia entre una actitud “secular” y el “secularismo” o laicismo. “Las personas seculares y no creyentes -explica- tienen una actitud agnóstica frente a las pretensiones religiosas, mientras que las personas secularistas tienen una actitud polémica frente a la influencia pública de las doctrinas religiosas. Desacreditan las doctrinas de fe por considerarlas científicamente infundadas”. En esta última postura, percibe la influencia de una ideología peculiar: el cientificismo naturalista.

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