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Frente a la crisis espiritual

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Adam Michnik, director del diario polaco Gazeta Wyborcza, desde la perspectiva del no creyente, comenta la actitud de Juan Pablo II ante el postcomunismo (Miami Herald, 16 octubre 2003).

Michnik advierte que, quizá por su firme anticomunismo, a menudo se tacha a la Iglesia polaca y a Juan Pablo II de «conservadores», como para sugerir que no saben acomodarse a una democracia pluralista. «Ciertamente, en su lucha contra el comunismo, la Iglesia polaca fue conservadora (¡gracias a Dios!). Fue conservadora por su fidelidad absoluta a los valores evangélicos, a la verdad de la fe, a su identidad histórica. La Iglesia fue un reproche viviente para el sistema del ateísmo oficial y de la falsedad legalizada».

Pero en el mundo postcomunista que él ayudó a crear, Juan Pablo II «no es entusiasta de la civilización occidental moderna y opone a ella la sensibilidad moral de sociedades con recuerdos recientes de décadas de dictaduras. (…) El Papa tiende a creer que fue sobre todo en la resistencia al totalitarismo cuando el hombre se hizo verdaderamente libre y preservó los valores fundamentales de la civilización».

Michnik reconoce que la resistencia al totalitarismo forjó a gente excepcional, como Juan Pablo II o Alexandr Solzhenitsin entre los creyentes, o Andréi Sajarov y Václav Havel en el humanismo laico. Pero tiene una visión más negativa de lo que supuso para la mayoría. «Para la mayoría de la gente, la vida bajo una dictadura totalitaria no fue ennoblecedora; más bien, fue una inmersión diaria en mentiras, depravación espiritual y corrupción material. Por ello, las sociedades postcomunistas no muestran ninguna nobleza o desinterés que las diferencie de Occidente. El hundimiento del comunismo dejó un gran agujero negro en las almas de las comunidades, que ahora se está rellenado con nacionalismo, prejuicios y el consumismo occidental».

«Pero la intuición básica de Juan Pablo II -concluye Michnik- es justa: el mundo postcomunista (en Oriente y Occidente) está en una crisis espiritual, y el Papa quiere sacudirlo para que tome conciencia de valores más altos. Con su palabra y con su ejemplo, el Papa inquieta al mundo, que quiere vivir con riquezas y comodidades; él nos recuerda que también tenemos que vivir con dignidad».

Michnik piensa que «Juan Pablo II no encaja en ninguna categoría y a menudo representa un encuentro entre opuestos: rechazo a transigir y ecumenismo; dureza y cordialidad; apertura intelectual e insistencia en la ortodoxia católica. Es un conservador que ama la libertad y un ‘pacifista’ que condena la injusticia, pero que recuerda que la piedad es más importante que la justicia. En esto personifica la paradoja del cristianismo: principios inquebrantables y duraderos unidos por el entendimiento y la tolerancia».

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