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La herencia de fray Junípero Serra

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Una estatua de fray Junípero Serra (1713-1784), en representación del estado de California, se yergue en el Capitolio estadounidense junto a Washington, Franklin, Adams y otros padres fundadores de la nación.

Fray Junípero y sus compañeros trabajaron por la conversión de unos 100.000 nativos

La canonización del religioso mallorquín tendrá lugar el 23 de septiembre, durante la visita del Papa Francisco a Estados Unidos. Sobre la figura del religioso, el Pontífice se ha preguntado “si somos hoy capaces de responder con la misma generosidad y coraje a la llamada de Dios, que nos invita a dejar todo para adorarlo, seguirlo, encontrarlo en el rostro de los pobres, para anunciarlo a quienes no han conocido a Cristo, y por lo tanto no se han sentido abrazados por la misericordia”.

Pero el tema de la entrega y el amor de fray Junípero no es el “fuerte” en el Senado de California, que en abril aprobó por estrecho margen la propuesta de Ricardo Lara, un senador demócrata abiertamente gay, de remover la escultura del edificio del Congreso. Una medida que, no obstante, para ejecutarse, debe ser aprobada por otras instancias, como la máxima autoridad del estado, que no está por la labor. En declaraciones recientes, el gobernador Jerry Brown, también demócrata, aseguró que la estatua permanecerá donde está

Aunque no solo a políticos como Lara les levanta ronchas la figura del P. Serra. Algunos representantes de otros movimientos indígenas han amenazado con comenzar a dudar del compromiso del Papa Francisco con la justicia social. “Si Serra es hecho santo, vamos a tener que poner sobre la mesa las imputaciones por el tratamiento letal y brutal a los indios de América”, ha añadido Nicole Myers-Lima, directora del California Indian Museum, y descendiente de la etnia Pomona.

Culpas: ¿del Evangelio o de la Fiebre del Oro?

La “culpa” del P. Serra fue enrolarse en 1749 en una expedición a las Américas con la única ambición de dar a conocer el Evangelio a los nativos, y haber fundado 11 misiones franciscanas en California, mediante las que evangelizó a una parte de la población indígena local, al tiempo que compartió con ella conocimientos sobre cómo fomentar la agricultura y la ganadería, y la protegió cuando fue necesario de la rapacidad de algunos de los jerarcas militares españoles que habían tomado el control de la zona.

Junto a su labor evangelizadora, instruyó a los indígenas en los métodos agrícolas, ganaderos y artesanales

Tras la supresión de la orden jesuita desde Madrid, el virrey encomendó a los franciscanos llenar el vacío dejado por aquellos, y fue así que Serra emprendió su largo camino hacia el norte, no sin antes despedirse de los aborígenes de Querétaro: “Vine sin nada y me voy sin nada; pero os dejo un gran tesoro: la fe”.

Ya en San Diego, California, fundó la primera misión en 1769, aunque lo de seguir en camino le fue familiar. Según recordaba en 1988 Juan Pablo II durante su beatificación, fray Junípero viajó en 1773, con 60 años, hasta la capital del virreinato para interceder a favor del bienestar físico y espiritual de los nativos americanos.

En realidad, como explica Anastasio Gil, director de las Obras Misioneras Pontificias en España, fray Junípero “llama ‘hijos’ a los indígenas, y siempre cuidó de ellos como tales. A muchos que vivían en tribus nómadas los atrajo a vivir en comunidad. Fue incansable catequista. Los instruyó también en los cultivos agrícolas, en la ganadería, en la industria y en las diversas técnicas artesanales” (Misioneros, verano 2015).

“Los que no desean la canonización del P. Serra lo hacen por una razón: por la enorme tragedia que sufrieron los nativos americanos en California, ¡pero eso ocurrió durante y después de la Fiebre del Oro de 1849!”, explica a Aceprensa Mons. Francis J. Weber, archivero emérito de la archidiócesis de Los Ángeles y buen conocedor de la causa.

“Para ese entonces –añade–, los misioneros ya no estaban, porque el gobierno español había clausurado las misiones. El drama padecido por muchos nativos ocurrió después, no durante el trabajo de estas”.

Según la web del National Museum of American Indian, a finales del siglo XVIII, los nativos de California vivían en más de 200 comunidades. “Los misioneros españoles vieron en ellos un tesoro de almas por convertir, (pero) durante la Fiebre del Oro (1848-1855), los mineros, madereros y colonos formaron grupos de vigilantes y milicias locales para cazar a los indígenas que vivían en las cercanías de sus comunidades, un genocidio largamente ignorado por la historia estadounidense. La población aborigen, estimada en 150.000 en 1845, era de apenas 30.000 en torno a 1870”.

La Fiebre del Oro en 1848 fue la causa del brutal descenso de la población aborigen californiana

Una Carta de Derechos para los nativos

– ¿Qué argumentos, Mons. Weber, podrían presentarse a quienes se oponen a la canonización del P. Serra?

– Una de las razones, por ejemplo, es que, autorizados él y sus compañeros por el virrey de México a organizar sus actividades de evangelización en California, ingresaron rápidamente en el territorio, entonces bajo mando militar español (que muchas veces obstaculizaba más que facilitaba las cosas). Al constatar el deterioro de la situación, el P. Serra regresó personalmente a la ciudad de México –hizo un extenso camino de casi 4.000 kilómetros desde la misión de San Carlos Borromeo del Carmelo, en la costa californiana–, para presentar allí una Carta de Derechos a favor de la población indígena, y se dispuso a implementarla en California.

– Las quejas no tienen razón de ser…

– Hay que recordar que solo un tercio de los nativos americanos en California estuvieron en las misiones en algún momento. Los problemas de los que escuchamos hablar hoy son de personas, en cierta medida, herederas de aquellas que nunca estuvieron en ninguna de las misiones, por tanto, no tendrían por qué quejarse de estas. Probablemente de lo que sí puedan hacerlo es de los problemas que acarreó la Fiebre del Oro de 1849.

– Por último, ¿qué subrayaría usted de la obra de fray Junípero Serra?

– Es bueno que no olvidemos que fue uno de los padres fundadores del país, tal como lo fueron Washington, Jefferson y otros héroes de la nación. Que fue un misionero muy celoso y que deseaba dar a conocer el evangelio cristiano a los nativos. Él y sus compañeros –142 misioneros– estuvieron en California por menos de dos generaciones, y en ese período trabajaron en la conversión de unas 100.000 personas. Y que estas aceptaron voluntariamente el Evangelio; que no fueron forzadas jamás, pues ni entonces ni ahora ello ha sido una actitud cristiana.

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