En su viaje a Estrasburgo, el pasado 25 de noviembre, el Papa Francisco pronunció sendos discursos al Parlamento Europeo y al Consejo de Europa. Han sido muy comentadas sus referencias a los inmigrantes (“No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio”), a los pobres, a la necesidad de políticas solidarias. Pero el Pontífice no se quedó en la superficie de las evidencias, sino que ofreció un diagnóstico más profundo sobre los problemas de las sociedades europeas.
El Papa Francisco pronunció sus discursos, como recordó él mismo, 26 años después de que Juan Pablo II se dirigiera a las dos mismas instituciones el 8 y el 11 de octubre de 1988. Entonces aún existía el Telón de Acero, y el Papa polaco hizo un fuerte llamamiento a la unidad del continente, para que Europa respirara “por sus dos pulmones”, el oriental y el occidental.
Ya no hay muro de división, y la mayor parte del centro y el este, antes bajo dominio comunista, está incluso integrado en la Unión Europea. “Sin embargo –dijo Francisco al Parlamento Europeo–, una Unión más amplia, más influyente, parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida, que tiende a sentirse menos protagonista en un contexto que la contempla a menudo con distancia, desconfianza y, tal vez, con sospecha”.
El Papa se refirió a síntomas visibles. “Junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas. Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio, de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones”.
A esta Europa quiere llevar el Papa argentino “un mensaje de esperanza y aliento”.
“Ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables”
Derechos individualistas
Francisco recordó los ideales de los padres fundadores de la Unión Europea: la paz entre los pueblos del continente, basada en el respeto a la dignidad del hombre. Este proyecto se ha traducido en la promoción de los derechos humanos. Aquí está la principal contribución del Papa en sus discursos en Estrasburgo. Los derechos humanos son una bandera que todos levantan; pero Francisco advirtió que decaen cuando se los entiende mal y se los usa mal, como sucede hoy en Europa (y en Norteamérica, se podría añadir).
Este es el diagnóstico del Papa: “Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales –estoy tentado de decir individualistas–, que esconde una concepción de la persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una mónada (μονάς), cada vez más insensible a las otras mónadas de su alrededor. Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma”.
No se puede negar que la Europa de las libertades encierra a la vez penosas formas de miseria e insolidaridad. En distintos momentos, el Papa aludió a la soledad de muchos ancianos, a tantos niños que no viven con padre y madre, a los inmigrantes que intentan cruzar el Mediterráneo, a los enfermos terminales, a quienes llevan años en paro y a los jóvenes que nunca han tenido empleo… Tomando pie de lo que dijo sobre distintas manifestaciones de pobreza, un periodista en el vuelo de regreso a Roma le preguntó si se podría llamarle “un Papa socialdemócrata”. Francisco rehusó la etiqueta, y precisó que sus palabras venían del Evangelio y la tradición cristiana: “No me he apartado de la doctrina social de la Iglesia”.
No es socialdemocracia, sino una visión más profunda que la de cualquier corriente política.
Libertades burguesas
Como señala Francisco, la idea y el ejercicio actuales de los derechos están teñidos de individualismo. Las políticas que en estos tiempos pasan por expansiones de derechos se concentran en el terreno de las opciones individuales.
“El concepto de derecho ya no se asocia al de deber, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad”
Esta ampliación formal del espacio de la elección no tiene en cuenta las condiciones reales del ejercicio de la libertad. Decir que una mujer es libre para abortar resulta un sarcasmo si se la abandona a su suerte y para ella la alternativa es cargar sola con la crianza del hijo. Dar permiso al enfermo incurable para pedir la eutanasia puede suponer someterle a presiones para que nos deje: “puedes suicidarte si quieres” tiende a aproximarse a “no me importa si vives o no”. Es una libertad de plástico la de los adolescentes que tienen relaciones sexuales sin la madurez necesaria, sin saber el coste emocional que pagarán.
Son libertades burguesas, podríamos decir: un permisivismo del que puede más fácilmente sacar tajada quien está en posición de ventaja, y que deja desprotegidas a las personas frágiles. Pero “burguesas” no porque sean propias de liberales: en la Europa actual, también gobiernos y partidos socialistas, conservadores o verdes han promovido lo mismo. En cambio, Francisco propuso otra política a los eurodiputados: “cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos”, en vez de la visión “privatista” que lleva a la “cultura del descarte”.
Los platos rotos
Es hora de reconocer la abultada factura que nos está pasando el individualismo, como ha hecho recientemente Evelyne Sullerot (cfr. “Feministas de siempre dan un giro a su mensaje”), que se escandaliza de la proliferación de divorcios y abortos. Pero ella –como otros– no admite que el error estuviera en el mismo principio, y los platos rotos se interpretan como desviaciones paradójicas de la liberación original. Cuando algunos se indignan del aumento de niños maltratados por padrastros o se preguntan de dónde sale tanto acoso y violencia sexual en la juventud (cfr. “Las actitudes sexistas en los jóvenes”), quizá deberían acordarse de las facilidades que se han dado para romper platos.
Suscitar los cambios de actitud necesarios para rectificar el rumbo, naturalmente no se puede hacer por ley o mediante la fuerza pública. Pero quien pretende persuadir a los jóvenes de que el sexo se reserve para el matrimonio será denunciado y ridiculizado por los guardianes de la corrección política como enemigo de la libertad. Mientras, los códigos penales engordan y se endurecen a medida que el libertinismo engendra delincuencia. Se instaura un nuevo moralismo de cuño sanitario. Tenemos así mayorías de edad paradójicas: más baja para consentir a relaciones sexuales que para comprar cerveza. Un Estado de gran tamaño que regula minuciosamente el etiquetado de los dulces para niños, en cambio parece impotente ante el descenso del matrimonio y la natalidad.
Política de consumo
En las raíces de esos fenómenos, Francisco descubre también algo que quiso subrayar a los parlamentarios europeos: “el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica”. Los políticos atascados en el permisivismo, incapaces o temerosos de invocar ideales, no saben proponer lo mejor. Olfateadores de encuestas, prometen arreglar el país mediante leyes y eficacia administrativa, sin pedir nada a la gente.
Donde la política se reduce a gestión del bienestar, los electores son clientes. Si se preocupan por la inmigración, se les promete mayor dureza. En tiempos de crisis saldrán a la calle para reclamar sus intereses: cada grupo los suyos, en protesta contra los recortes que a cada uno afectan.
La llamada del Papa a los parlamentarios europeos podemos aplicárnosla todos los ciudadanos. “Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables”. Este es un mensaje de esperanza, que irá siendo realizada con más solidaridad de parte de todos, más dedicación de energías a iniciativas en favor del bien común. Como recordó Francisco en su otro discurso, al Consejo de Europa, esos esfuerzos ya se han dado y se siguen dando –con “obras educativas, asistenciales y de promoción humana”, y también “mediante la actividad empresarial”– gracias al impulso del espíritu cristiano. Por eso La Vieja y fatigada Europa dispone ahi, en la fe que tanto ha contribuido a darle forma, una vigorosa fuente de ideales para su rejuvenecimiento.