El puesto de la Iglesia en un país en cambio

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Nuevo viaje de Juan Pablo II a Polonia
Varsovia. El séptimo viaje de Juan Pablo II a Polonia será el más largo de los que ha realizado hasta ahora a su país, pues durará doce días, del 5 al 17 de junio. En esta cuarta visita a Polonia después de la caída del régimen comunista -las anteriores fueron en 1991 (dos veces) y 1997-, el Papa volverá a animar a sus compatriotas a mantener su identidad cristiana en esta aún reciente situación de libertad civil y creciente prosperidad material.

Este viaje apostólico comenzará en Danzig el 5 de junio y concluirá en Cracovia el día 17. Juan Pablo II visitará 21 ciudades, de modo que recorrerá todas las diócesis en las que no había estado en los anteriores viajes a su país.

Este viaje tiene lugar justamente veinte años después de la primera visita del Papa a su país (2-10 de junio de 1979). Entonces, en plena época comunista, el momento más emotivo de su peregrinación -que los polacos recuerdan perfectamente- fue la Misa que celebró en la plaza de la Victoria. Durante la homilía, ante una gran multitud -aunque las cámaras de la televisión estatal hacían todo lo posible por que no se viera el público-, Juan Pablo II rezó con gran fe y convicción: «Envía tu Espíritu [el Espíritu Santo] y renueva la faz de la tierra… de esta tierra polaca». Veinte años después, efectivamente Polonia se ha transformado, y no poco.

Desde 1979 ha habido, ciertamente, muchos cambios positivos: especialmente, ¿quién podría pensar entonces que iba a caer el telón de acero unos años más tarde, y de la forma en que cayó? El Papa, sin duda, dará gracias a Dios por esto. Pero nunca se puede vivir de las rentas.

Un país transformado

Aunque los polacos de más edad recuerdan con nostalgia las luchas pasadas (la formación clandestina del sindicato Solidaridad, los enfrentamientos con la policía, la época del estado de guerra, etc.), para las nuevas generaciones, el comunismo es ya un resto arqueológico, al que prestan poca atención, y viven su presente proyectados hacia «el modelo europeo». Será interesante escuchar la homilía del Santo Padre en la plaza de Pilsudzki (antigua plaza de la Victoria), en la que podrá hacer un balance de estos veinte años, analizar los cambios producidos en su país, y proponer nuevas metas a sus compatriotas. Durante esa Misa beatificará a 108 mártires de la II Guerra Mundial.

En este tiempo, el país ha cambiado a ojos vistas. La transición polaca a la democracia ha sido un proceso relativamente pacífico y tranquilo. En lo material, cualquiera que haya visitado este país hace veinte años y ahora, podrá dar testimonio del diferente parque automovilístico (entonces auténticas antiguallas, ahora coches occidentales que se venden a ritmo creciente), los diferentes hábitos de trabajo de los polacos (entonces sin motivación, ahora emprendedores), el superior nivel de vida, etc.

Récord mundial de ordenaciones

En lo espiritual, se puede decir que -a pesar de todos los problemas- Juan Pablo II encuentra una Polonia que sigue siendo semper fidelis. La Iglesia en Polonia, por el aislamiento forzado y la prudencia de su primado Wyszynski, no ha sufrido las malas consecuencias del postconcilio. El clero está unido a la Jerarquía -no hay disidencia pública- y continúa practicando una pastoral que algunos calificarían de tradicional (fomento de la religiosidad popular, tradiciones cristianas, etc.), pero que produce evidentes frutos: práctica dominical alta, florecer de los distintos movimientos, mayor presencia de los laicos en la vida pública… Especialmente, llama la atención el elevado número de vocaciones sacerdotales. Siguen incorporándose muchos jóvenes a los seminarios (unos mil al año) y la cifra de ordenaciones de sacerdotes diocesanos (en torno a 700 anuales) es récord en el mundo.

Ahora Polonia está claramente lanzada hacia su plena integración en Occidente. Ya es miembro de la OTAN y está en negociaciones avanzadas para su incorporación a la Unión Europea, que se espera sea plena al comienzo de la próxima década. Este proceso plantea dudas y reticencias de algunos, que ven en la integración en Europa el peligro de asimilar no sólo lo bueno de Occidente (desarrollo, bienestar, tecnología, etc.), sino también lo malo (hedonismo, consumismo, etc.). De esto último se ven signos amenazadores, como la entrada en el mercado polaco de cierta prensa occidental o algún deterioro de la moralidad pública. Quizá el dato más negativo sea la reciente caída del índice de natalidad, que se ha situado en su nivel más bajo desde el fin de la II Guerra Mundial.

Católicos en el Parlamento

Para los amantes de los aniversarios, señalemos que el Santo Padre llega a Polonia justamente a los diez años de las primeras elecciones democráticas de la postguerra, en 1989, tras las que Tadeusz Mazowiecki resultó elegido primer ministro. En estos diez años ha habido una alternancia en el poder de las fuerzas políticas de derecha e izquierda, típica de los países que deben cambiar radicalmente de sistema, con los ineludibles costes sociales (ahora, por ejemplo, se han recrudecido en todo el país las protestas de los agricultores, descontentos de las condiciones impuestas a su sector por la integración europea). Actualmente, gobierna el país una coalición de centro-derecha, de personas procedentes del sindicato Solidaridad. Pero las encuestas dan mayoría en las elecciones presidenciales del próximo año al candidato de la izquierda (Aleksander Kwasniewski) sobre el previsible principal candidato opositor (el líder del sindicato Solidaridad, Marian Krzaklewski).

En el Parlamento actual hay muchos católicos, que quieren modificar diversos aspectos de la legislación para que sea más acorde con la ley natural y con las convicciones de la mayoría católica del país. Entre los logros más claros hay que destacar la ratificación del Concordato, que ha normalizado las relaciones entre el Estado polaco y la Santa Sede.

Entre otras leyes de aplicación del Concordato que ya están en vigor, ahora el matrimonio eclesiástico tiene plenos efectos civiles. Otras cuestiones están todavía en estudio, como la introducción de la figura de la separación matrimonial, inexistente durante la larga época comunista, por lo que muchos cristianos han tenido que recurrir al divorcio civil para arreglar los efectos civiles de sus problemas matrimoniales. Y hay también herencias del pasado que, de momento, no es fácil cambiar, como la ley del aborto. De todas formas, en honor a la verdad, hay que decir que la voluntad de estos políticos de mejorar la legislación es mucho más decidida que la de sus colegas de otros países europeos.

Dialogar desde las propias convicciones

Juan Pablo II, desde su posición de pastor, ha acompañado en todo momento la transición polaca. En sus frecuentes viajes ha sabido analizar los problemas, abrir horizontes, sugerir caminos de actuación. Aunque resulte aventurado predecir qué dirá ahora a los polacos, se puede intentar señalar algunas cuestiones que reclaman su atención.

Así como en el viaje de junio de 1991 el tema principal de su catequesis fue el Decálogo, en esta ocasión está anunciado que el Santo Padre comentará las Bienaventuranzas. Algunos comentaristas interpretan este hecho como un paso -un progreso- del mínimo indispensable para vivir cristianamente (señalado por el Decálogo) a los horizontes ilimitados del bien (propuestos por las Bienaventuranzas), a la santidad, a la plenitud de la unidad de vida. La catequesis papal de 1991, sobre los diez mandamientos, fue como una decidida respuesta a algunas voces que entonces -tras «la mesa redonda» de negociaciones con las autoridades comunistas- se empezaban a oír en Polonia, y que decían: «hay que ser cristianos del diálogo, no del Decálogo». Tras las enseñanzas del Santo Padre, entonces quedó para todos claro que el diálogo no puede ser a costa del Decálogo.

En este viaje, Juan Pablo II encuentra una situación en la que es preciso reafirmar que se puede ser plenamente moderno y europeo sin abdicar de los propios valores cristianos. El propio Juan Pablo II impulsó decididamente el proceso integrador de Europa durante su sexto viaje a Polonia (1997), en el que tuvo un sonado encuentro con presidentes de varios países del viejo continente. Durante el próximo viaje, el Papa hablará en el Parlamento ante el pleno de las fuerzas políticas. A este encuentro, que tendrá lugar en el edificio del Congreso polaco, acudirán los parlamentarios, el presidente, el jefe del gobierno con su gabinete en pleno y el cuerpo diplomático.

El papel de los laicos

La coherencia entre fe y cultura será el previsible telón de fondo en el encuentro con los rectores de las Universidades polacas que tendrá lugar en Torun, con ocasión del aniversario del nacimiento de Nicolás Copérnico, quizá el científico polaco de más renombre internacional, quien defendió el heliocentrismo antes que Galileo y sin entrar en conflicto con el magisterio de la Iglesia. Mediante la beatificación de un centenar de compatriotas y la canonización de la beata Kinga, Juan Pablo II podrá recordar a los polacos sus profundas raíces cristianas, sin las cuales la misma nación del Vístula no existiría. Los obispos tienen especial esperanza en que el mensaje del Romano Pontífice llegue a los jóvenes, que siempre reaccionan tan vivamente a las palabras del Papa. La juventud polaca es el estrato del país que sin duda necesita más atención, por ser también el más expuesto a los malos influjos occidentales del consumismo, el relativismo y el permisivismo.

En definitiva, Juan Pablo II podrá continuar su discurso a los obispos del precedente viaje a Polonia, durante el que recordó «la necesidad de que los laicos asuman su responsabilidad en la Iglesia. Esto afecta a todas las esferas de la vida en las que los laicos deben actuar en nombre propio, pero como fieles hijos de la Iglesia: para desarrollar el pensamiento político, la vida económica y la cultura de acuerdo con los valores del Evangelio. Indudablemente hay que ayudarles en esta tarea, pero sin sustituirles».

Mirando hacia el este

Otra importante dimensión de este viaje de Juan Pablo II será la ecuménica y, en general, apostólica, con clara proyección hacia el este de Europa. Están previstos encuentros con los grecocatólicos, ortodoxos y representantes de otras confesiones cristianas. Se espera que a los diversos encuentros acudan miles de habitantes de Kaliningrado (ciudad rusa, cercana a la polaca Elblag) y Lituania (acudirán a Elk), así como bielorrusos (irán a a Drohiczyn), ucranianos (cercanos a Zamosc) y checos, eslovacos y húngaros (acceso fácil a Cracovia).

Aunque en Occidente la imagen de la Iglesia ortodoxa pueda a veces atraer por la esplendidez de su culto y la riqueza de su liturgia, la realidad es mucho más pobre. El nivel real de práctica religiosa en las repúblicas de la antigua URSS es muy bajo, la formación doctrinal de la mayoría de sus habitantes está bajo mínimos, y la vida moral muy deteriorada. El Santo Padre podría pedir a la Iglesia en Polonia un compromiso aún mayor en la evangelización de los diversos países del este, donde el hambre de Dios es patente.

Por su situación geográfica y su preparación espiritual, Polonia es el trampolín de la Iglesia para esta tarea. De hecho, muchos sacerdotes y laicos polacos trabajan ya en países de misión, del este de Europa y de otras partes del mundo. Pero por la abundancia de vocaciones sacerdotales en Polonia, en comparación con otros países, seguramente Juan Pablo II quiere una más generosa disponibilidad para trabajar en otras regiones. Por ello es previsible que el Papa apele a la responsabilidad de sus compatriotas, para que se comprometan aún más en la evangelización de otros países.

Expectación ante el viaje

Este viaje será una ocasión evangelizadora de oro para el pueblo polaco, y para toda la Iglesia. Como declaró Joaquín Navarro-Valls recientemente durante una rueda de prensa en Varsovia, «aunque toda visita de Juan Pablo II a Polonia es especial, esta peregrinación se inscribe en una atmósfera del todo excepcional, por celebrarse al final del segundo milenio. Con seguridad, sus contenidos se adaptarán muy bien a las específicas necesidades de este país, pero también a las de todo el mundo». De hecho, ha despertado gran expectación entre la prensa internacional: más de dos mil periodistas seguirán el viaje papal.

Al igual que en anteriores peregrinaciones, la catequesis papal será el mejor revulsivo moral para sus compatriotas. Así lo entienden los obispos, quienes, desde hace meses, han movilizado a sus fieles para que se preparen debidamente a este acontecimiento. Con este fin, se han organizado múltiples iniciativas: desde vigilias de oración hasta concursos en las escuelas sobre la persona del Papa y sus enseñanzas. En muchos lugares, el día 16 de cada mes (en recuerdo de la elección de Juan Pablo II, el 16 de octubre de 1978) se celebra la Santa Misa por su persona e intenciones.

Juan Pablo II tendrá ocasión de realizar en su patria la tarea que le anunció el cardenal Stefan Wyszynski (cuyo proceso de beatificación está en marcha y ante cuya tumba el Santo Padre rezará en Varsovia), a la que el mismo Papa se refirió durante su sexto viaje a Polonia. «El día 16 de octubre de 1978, en la fiesta de Santa Jadwiga de Silesia, durante el cónclave, después de la elección, el cardenal Wyszynski me dijo: ahora tienes que introducir a la Iglesia en el tercer milenio. Pero, queridos míos, los años no pasan en balde: tenéis que rogar a Dios de rodillas que pueda cumplir esta misión». Los obispos polacos han citado esta frase en su carta pastoral del 3 de mayo de este año, para animar a los fieles a reflexionar sobre qué puede hacer cada uno para responder a esa petición de ayuda que hizo el Papa.

Joaquín Navarro-Valls informó de que, en este año, el Papa -que en dos décadas de Pontificado ya ha visitado 160 países- aún viajará a Armenia, Eslovenia, algún país de Asia y el lugar del nacimiento de Abraham. Interpelado sobre si el Santo Padre no fuerza demasiado su resistencia física, respondió que el propio Juan Pablo II, hace poco, a una pregunta similar respondió sonriendo: «Me espera toda una eternidad para descansar».

Piotr Kowalski

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