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El Papa gana terreno en Polonia

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Henri Tincq, periodista y comentarista religioso de Le Monde, analiza en este diario (12-VI-97) el último viaje de Juan Pablo II a Polonia.

En diez días, seis millones de polacos han participado en diversas reuniones. La excepcional cobertura mediática ha acrecentado esta impresión de tregua colectiva y de movilización alrededor de un hombre que, en un país desorientado, pasa desde ahora por ser la única autoridad indiscutida.

La debilidad física del Papa se ha convertido también, paradójicamente, en su fuerza. Incluso aunque su portavoz, Joaquín Navarro-Valls, asegura que diez días en Polonia son, para Karol Wojtyla, menos fatigosos que diez días de audiencias repetidas en el Vaticano. (…)

El empuje católico, que el viaje acaba de ejemplificar, pone en tela de juicio bastantes esquemas apresurados sobre la laicización y la secularización galopante de la sociedad polaca. (…) Al recordar los principios relativos a la fe, a la identidad de la cultura polaca, y al subrayar el anclaje y la vocación de su país en Europa, el Papa ha vuelto a ganar terreno, sin ceder a las descripciones apocalípticas de los partidos de derechas y de ciertas corrientes integristas.

El Papa no soporta que su Iglesia sea un tema de división. Sin pronunciar la palabra «separación», ha mostrado su preferencia por una normalización de las relaciones entre el Estado y la Iglesia, según el modelo occidental y la línea del concilio Vaticano II: respeto de la autonomía de las esferas pública y privada, del papel de los laicos y de los intelectuales. No ha hecho alusión directa al concordato, que todavía no ha sido ratificado. Y sin ocultar su temor a propósito del aborto, no ha entrado plenamente en la batalla política (dentro de poco electoral) que dura desde hace años. Se ha limitado a una reafirmación de principios, incluso aparentemente en retirada si se compara con su propio discurso de 1991 en Polonia, en el que declaró que un Parlamento que legaliza el aborto se «deslegitima». (…)

En el transcurso de la que será quizá su última estancia en Polonia, el Papa ha «regresado» a su país por la vía de la moderación de su discurso, de su tono conciliador, de la habilidad con la que ha sabido desbaratar los intentos de hacer uso de sus palabras con fines políticos. Por la firmeza, en una palabra, con la que ha incitado a los católicos de su país a aceptar las reglas del juego pluralista, a comprometerse en él sin prejuicios, con sus oportunidades y sus riesgos.

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