El Papa Francisco y el escándalo cristiano

publicado
DURACIÓN LECTURA: 4min.

El Papa Francisco lleva siete meses en su oficio. En tan poco tiempo se ha dado un fenómeno de opinión pública que se puede seguir paso a paso como en un laboratorio.

La opinión pública se nutre de palabras pero antes que nada de hechos. Son los hechos lo que, en esta cultura audiovisual, generan la imagen. Pero la imagen puede ser modificada y aun falsificada: ahí está el Photoshop. Los hechos, no. Los hechos pueden ser mal o bien recibidos, pueden prestarse a diversas interpretaciones que se expresan en palabras, cuando no en palabrería, pero están ahí.

El Papa manda, pero sus mandatos no serían de mucho valor si no convence a los propios creyentes

Titulares
Desde el principio, el Papa Francisco ha demostrado, con hechos, cercanía, naturalidad, un corazón compasivo más inclinado a quienes peor les va, sobriedad de vida, rechazo del clericalismo, ajeno a las complicaciones de la burocracia (la frase “la corte es la lepra del Papado”, en una entrevista a La Repubblica, ha dado la vuelta al mundo)…

Otra de las frases del Papa –que tiene el don de dar titulares–, “jamás he sido de derechas”, (entrevista a La Civiltà Cattolica) puede haber chocado a gente católica y, con todo el derecho, de derecha de toda la vida. Pero derecha no es sinónimo de católico o de creyente: ha habido y hay no pocos partidos de derecha con una ideología que nada tiene que ver con los valores cristianos. La dicotomía derecha/izquierda es una simplificación para uso político, pero no refleja la realidad de la mayoría de la gente.

A diferencia de todas las demás instituciones, la Iglesia se basa en un depósito que ha de conservar, profundizar y extender, pero nunca alterar

Locura y escándalo
El Papa Francisco no ha cambiado nada sustancial, ni puede hacerlo. A diferencia de todas las demás instituciones, la Iglesia se basa en un depósito que ha de conservar, profundizar y extender, pero nunca alterar.

Es probable que el Papa Francisco acabe, en cambio, escandalizando a esa opinión pública que ahora casi lo aclama porque dice y hace cosas insólitas. De hecho, ya se habría escandalizado si se atuviera a lo nuclear de su enseñanza: sobriedad de vida (en una cultura del dinero y del éxito), defensa de todos –no nacidos, pobres, ancianos, enfermos, marginados–, cultivo asiduo de la oración, frecuencia de los sacramentos. En definitiva, no una “buena imagen”, sino a Cristo y Cristo crucificado, “locura para los gentiles, escándalo para los judíos”, como escribió san Pablo.

A la opinión pública le gusta vivir de simulacros y más en esta época posmoderna, que es una cultura de máscaras. Con una máscara se puede decir que el Papa Francisco ha cambiado la Iglesia; y con otra máscara se ataca todo lo que de permanente y perenne hay en la Iglesia.

La Curia
A falta de profundizar en los temas básicos, lo más socorrido es hablar mal de la Curia del Vaticano. Es cierto que Francisco ha levantado la veda en este sentido. Pero la reforma de la Curia es, desde hace tiempo, un tema urgente. Parece que el Papa ha entendido que el mejor modo de hacerlo no es solo “desde dentro”, sino implicándola en el juicio que a la opinión pública merecen algunos manejos de la Curia; no toda la Curia, en la que hay mayoría de gente honrada y fiel.

Que se den errores e intereses non sanctos en la Curia vaticana no es una excepción. En todas las instituciones de suficiente proporción se tiende a crear una cultura corporativa aquejada de aerofagia, es decir, alimentada de su propia sustancia, en lugar de salir fuera y encontrar solución para los problemas reales de la gente.

Mandar y obedecer
Pero, por mucho y bien que se reforme la Curia, y por mucho que el Papa Francisco dé ejemplo, las cosas, después, han de hacerse. Nadie manda si no es obedecido. En la Iglesia católica hay unos 5.000 obispos, más de 400.000 sacerdotes, 40.000 diáconos permanentes, unos 55.000 religiosos no sacerdotes, unas 700.00 religiosas, a lo que hay que añadir los cientos de miles de hombres y mujeres en instituciones y movimientos eclesiales, que suelen tener un empeño mayor que el de la mayoría de los cristianos.

En contra del tópico, la Iglesia católica no tiene una “férrea disciplina”. El Papa manda, pero sus mandatos no serían de mucho valor si, antes que nada, no convence a los propios creyentes. Solo de ese modo, su enseñanza, su estilo podrían multiplicarse llegando a los más de mil doscientos millones de católicos y probablemente a muchos otros cristianos y a creyentes de otras religiones.

Este es el empeño de fondo. Quedarse solo en el fenómeno de opinión pública es quedarse muy cortos. La Iglesia, como ha dicho también Francisco, no es una ONG. Aquí lo que se ventila es el amor a Dios y al prójimo y la salvación eterna. Entre decenas de textos del Papa Francisco que podrían citarse, uno muy reciente, de la audiencia del 2 de octubre: “La Iglesia ofrece a todos la posibilidad de recorrer el camino de la santidad, que es el camino del cristiano: nos hace encontrar a Jesucristo en los sacramentos, especialmente en la Confesión y en la Eucaristía; nos comunica la Palabra de Dios, nos hace vivir en la caridad, en el amor de Dios hacia todos”. Pero esto, en los medios usuales de opinión pública, no da para un titular.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.